Opinión

CELAC, otro fracaso

CELAC, otro fracaso

CELAC, otro fracaso

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La cumbre de la CELAC ha sido un nuevo fracaso del presidente López Obrador. Era su oportunidad para recuperar el liderazgo de México en América Latina pero la desperdició en una nube de exasperaciones retóricas. No hubo una sola iniciativa mexicana concreta que fuese aprobada por los gobernantes que se reunieron en Palacio Nacional. Lo más relevante en términos políticos y mediáticos fue el respaldo del presidente mexicano a los tiranos de Cuba y Venezuela.

López Obrador quería mostrarse como promotor de una gran alianza latinoamericana. Terminó exhibiéndose como socio de dictadores.

El encuentro de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños fue ensombrecido, y en buena medida definido, por la presencia en México, un día antes, del presidente cubano Miguel Díaz-Canel. López Obrador lo puso en el centro de los festejos por nuestra independencia y se allanó al discurso del régimen de Cuba. Al apoyar a Díaz-Canel, que persigue y reprime a millares de cubanos que demandan libertad en su país, el presidente mexicano quebrantó el discutible principio de no intervención que dice sostener.

Díaz-Canel no cuenta con la legitimación que la gesta revolucionaria les daba a sus antecesores, los hermanos Castro. La desconfianza que ya le tenían muchos cubanos, sobre todo jóvenes, se afianzó cuando ordenó la represión a quienes salieron a las calles el 11 de julio para exigir “Patria y vida”. A ese déspota, el presidente mexicano lo trajo para lucirse junto a él y le dio micrófono nacional para arengar a nuestras fuerzas armadas.

López Obrador quiso congraciarse con su invitado cubano al requerir que Estados Unidos levante el bloqueo económico. En rigor, como se ha reiterado, se trata de un embargo y, aunque no tiene las consecuencias que proclama el gobierno de Cuba, debería terminar. Pero no hay mérito ni novedad en demandar el fin del bloqueo.

En varias de sus anteriores cumbres la CELAC ha condenado el bloqueo y ha exigido a Estados Unidos que lo finalice. Eso dice la declaración de la cumbre en La Habana en 2014. En las resoluciones después de los encuentros de mandatarios en 2015 en Belén, Costa Rica, en 2016 en Quito y en 2017 en Punta Cana, República Dominicana, hay expresas desaprobaciones al bloqueo. Sin embargo en las 13 apretadas páginas de la “Declaración de la Ciudad de México”, formalizada el sábado 18 de septiembre, no hay una sola referencia al bloqueo que afecta a Cuba. La impericia del gobierno mexicano fue tanta que no logró incluir ese tema en las resoluciones.

López Obrador y nuestra Cancillería tampoco pudieron incorporar a esa Declaración la propuesta para reemplazar a la OEA. Durante meses, el presidente mexicano ha descalificado a la Organización de Estados Americanos. Apenas una semana antes Marcelo Ebrard dijo que la reforma o sustitución de la OEA sería el tema central de la CELAC en México.

Pero con su aciago respaldo a Díaz-Canel, López Obrador perdió capacidad de negociación ante otros gobiernos como explicó Rafael Rojas, de El Colegio de México: “colocó el tono fuera del equilibrio y el pluralismo que demandaba la cumbre” (El País, 18 de septiembre). Al tomar partido por la mano dura que representa Díaz-Canel, el presidente mexicano se situó al lado del llamado bloque bolivariano de los gobiernos de Cuba y Venezuela, Argentina, Bolivia y Perú.

Creada a partir del encuentro que hubo en febrero 2010 en la Riviera Maya, en México, la CELAC ha funcionado mal y a tropezones. La salida de Brasil a comienzos del año pasado, por desacuerdos con el bloque cubano-venezolano, la debilitó significativamente. López Obrador podría haberla impulsado con promoviendo acuerdos en vez de intensificar las desavenencias,  pero no tiene capacidad ni temperamento para eso. En la CELAC, a otra escala, avivó la polarización y las discordias, de la misma manera que hace en México.

La severa franqueza de los presidentes Mario Abdo de Paraguay, Guillermo Lasso de Ecuador y especialmente Luis Lacalle de Uruguay, subrayó el recelo que hay en América Latina frente los gobiernos no democráticos. En sintonía con esas posiciones y más como resultado de la inercia que de la diplomacia, la Declaración  de la Ciudad de México tiene definiciones útiles para el debate contra el autoritarismo. Allí se expresan “respeto a los valores esenciales de la democracia”, a “los distintos poderes del Estado”, a “la celebración de elecciones libres, periódicas, transparentes” y “a los derechos humanos”.

Varios de los gobiernos que los firmaron, evidentemente desdeñan esos compromisos. En Cuba, Nicaragua y Venezuela se encarcela a opositores y no hay libertades ni poderes constitucionales equilibrados. En México el gobierno ha querido desacreditar la organización autónoma de las elecciones. Simbólicas e incumplidas, tales declaraciones son una referencia con la que se pueden confrontar inconsecuencias de esos y otros gobiernos.

Los acuerdos específicos de la reunión en México, más allá de la retórica, fueron escasos. Se consideró que las vacunas contra el COVID-19 son “bienes públicos globales” pero no se tomaron medidas para fabricarlas y distribuirlas. Se habló de un fondo regional para enfrentar desastres, pero sin metas ni plazos. Nació la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio, una iniciativa de Argentina que podría promover la investigación científica si tuviese recursos suficientes pero será difícil. Como sabemos, en México el gobierno canceló el fondo para desastres y ha reducido los apoyos a la ciencia.

Sin democracia es imposible que haya una zona latinoamericana abierta al intercambio comercial y cultural. La libertad política es requisito de una verdadera libertad económica y creativa pero eso no le interesa a López Obrador. Su respaldo a dictadores lo descalifica como demócrata.