Opinión

China, el coronavirus y el exotismo

China, el coronavirus y el exotismo

China, el coronavirus y el exotismo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay a quienes les parece fantástico que haya grupos humanos o naciones enteras que se conserven como museos, detenidos en el tiempo con la nitidez escenográfica de una tarjeta postal, y para quienes toda intrusión de lo nuevo en la pureza primigenia de su objeto observado es necesaria y negativamente una contaminación de la modernidad, y una derrota. Tzvetan Todorov sugirió el vocablo “exotismo” para explicar esta deformación por la cual un observador de un fenómeno específico sacrifica la descripción de una realidad a cambio de la formulación de un ideal.

Hablemos en este caso de China: la misteriosa y milenaria China como le suelen llamar sus “exotistas”; que a más de tres décadas de haber emprendido su gran transformación, paga ahora las consecuencias de un nuevo desprestigio mundial a resultas de ser el país de origen de una pandemia global.

China ha sido por décadas —y acaso siglos— capital del imaginario mundial de lo exótico y última frontera de los relatos. Hasta el día de hoy, y no obstante la disolución de las distancias y la redefinición de los espacios que trajo la era global, China seduce o repele en su fascinante extravagancia, en su aparente hermetismo y en su salvaje otredad. China resume un cúmulo de incomprensiones y temores y es el nuevo estereotipo de lo amenazante en el siglo XXI, esta vez por vía de una pandemia global de la que aún lo desconocemos casi todo.

Es común por tanto que el visitante sediento de aventura se lance a recorrerla menos con la inquietud de quien la desconoce, que con la impaciencia de quien se apresta a confirmar una sospecha: van y vienen en búsqueda no de un territorio desconocido sino de su China, de un espacio preconcebido e imaginario, es decir, de un ideal exótico. Y es común por lo tanto que el émulo tardío de Marco Polo se quede con un palmo de narices a la hora de toparse con la desabrida, compleja, ambivalente e inabarcable realidad china.

Describo en tres postales exóticas la manera recurrente y previsible en la que se dibuja en la mente de muchos visitantes a esa parte ya no tan lejana del mundo —viajan, por cierto, con las valijas vacías para cargarlas de “mercaderías chinas”, con la pasión antigua de quien compraba especias, sedas, te y porcelanas, y con la imaginación rebosante de versiones y conclusiones.

1. Digamos que los menos informados y más nostálgicos desean toparse, apenas llegar a la capital China, con la ciudad milenaria del palanquín y la gran muralla; esperan que a la vuelta de la esquina aparezcan los personajes de larga trenza y bigote fumanchú; quieren ver la China legendaria de los mandarines, las concubinas y los fumaderos de opio. Es el más turista de los visitantes y el que, pese a todo, sale mejor librado de su incursión porque precisamente para él se inventó el turismo de bisutería: capaz de regalarle a todo aquel que lo desee la felicidad vana de viajar a un pasado intocado e imposible. Conscientes de esta demanda y sus dividendos, las autoridades turísticas siembran en la ciudad y el país, pequeñas islas de “autenticidad” imperial perfectamente postizas, y que contrastan con la destrucción sistemática del patrimonio histórico, como uno más de los platos rotos del desarrollismo galopante.

2. No menos nostálgicos e igualmente prisioneros de su siglo, hay quienes buscan a la China épica y febril de las movilizaciones de masas, el libro rojo y el comunismo secular. Y lo curioso es que también para ellos empiezan a florecer verdaderos sets cinematográficos donde China se reinventa los ropajes comunistas de antaño para solaz del viajero de la posguerra-fría: hay más de un restaurante que ofrece junto con la cena espectáculos artísticos de la revolución cultural; mientras los mercados de “antigüedades” son en realidad cementerios de la vieja memorabilia maoísta, que luce ya inofensiva y superada.

3. Es también común encontrar a otro tipo de viajero que se adentra en China como quien se asoma a las fauces de un tigre: los que buscan a la China de Tiananmen y del Tibet; a la gran fábrica del mundo y sus legiones de obreros esclavizados; la “mala China” de la apertura capitalista y la cerrazón autoritaria, la del maltrato a los animales, la piratería colosal y la competencia desleal. La China que está conquistando al mundo con inversiones, tecnología, o con virus. Pero ocurre que quienes bajan del avión con la lanza en ristre y el dedo acusador dispuesto, tarde o temprano se topan con otra realidad incontestable, aunque no menos compleja: la evidencia, de que “el ogro autoritario” es el país que más pobres le ha restado a las estadísticas globales de la miseria; que los niveles de seguridad en este país son formas de la utopía en el horizonte de la violencia latinoamericana; que el tema de la autoridad, la gobernabilidad y la capacidad de tomar decisiones ensombrece al más audaz y ejecutivo de los gobiernos occidentales; que la valoración que hacen los chinos de sí mismos y de su gobierno —y que ha logrado medirse en las encuestas mundiales de valores— ha sorprendido a más de uno, al comprobar niveles de satisfacción muy por encima de lo sospechado.

Precisamente esta China de nuestros exotismos, la China autoritaria y centralizada, que abreva de la tradición confuciana y marxista y neoliberal para gobernar con mano dura y autoridad férrea sobre mil 400 millones de personas, es la China del siglo XXI que ha logrado con toda firmeza y por casi dos meses poner al país entero en una situación de extrema vigilancia, y que empieza a dar muestras de que la epidemia en el país está cediendo y que muy probablemente ya alcanzó su pico de expansión.edbermejo@yahoo.com.mx
Twitter: @edbermejo