Opinión

Cincuenta años no es nada

Cincuenta años no es nada

Cincuenta años no es nada

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

No importa si el tango dice 20 años.

En este caso medio siglo no es nada, sobre todo cuando veo la portada del diario donde hace diez lustros escribí un par de crónicas “in situ” sobre Avándaro.

La portada del entrañable tabloide --con una panorámica de Carlos Peláez, elocuente en la captura del hormiguero “pacheco”--, dice:

“AVANDARO: LA LOCURA.

-Hippies, droga, tumultos y música en el festival

- “Onda gruesa de doce horas entre chavos y tortas”

-Hoy será la carrera de autos; invasión de la pista

Desde entonces, desde ese domingo 12 de septiembre de 1971 se ha escrito cualquier cantidad de interpretaciones culteranas sobre lo ocurrido ahí.

Con la exigua autoridad de un testigo de aquellas 48 horas de pasivo desmadre, puedo decir: exageraciones, pedanterías culteranas, falsedades, distorsiones politológicas.

En resumidas cuentas, puros cuentos de ausentes sin quehacer. Teóricos sin realidad.

Mentira aquello de la explosión libertaria, falacia el desafío al autoritarismo (el festival fue permitido y hasta fomentado por el gobierno priista del estado de México en manos de Carlos Hank); mentira el nacimiento de una nueva conciencia juvenil. Patraña la reivindicación del cercano halconazo y el todavía fresco 68.

El verdadero organizador del festival de Avándaro, no fue Luis de Llano; tampoco Justino Compean. Fue Tláloc. Si no hubiera llovido, no habría pasado nada.

De Llano dice algo similar. Cito (“Expedientes Pop”):

“…Solo aquellos que estuvimos presentes sabemos lo que sucedió en ese valle. ¿Y saben una cosa? No pasó nada. No hubo muertos, ni heridos ni accidentados (muertos si hubo; dos, un atropellado y un. ahogado). Quizá algunos casos de hipotermia, miles de crudos, y algunos pasoneados.

“Una encuerada (ni siquiera se desnudó por completo) que aun hoy mantiene su épica fama. Recuerdo que fui yo quien le pedí que se pusiera la camiseta de Avándaro sin tener nada debajo. Por supuesto fue ovacionada a rabiar por el hipnotizado público que convivió en paz que se bañó en el rio, comió lo que pudo en la mejor tradición jipiteca.

“Cabe destacar que, al terminar el evento, el público asistente no dejó el muladar que dejan los manifestantes después de tomar el Monumento a la Revolución, por ejemplo. Y ninguno de los 250 mil fanáticos exhibió, ni por error, una pancarta con carácter político.”

Sin Tláloc, como dije, se habría hecho el enorme concierto y después se habría celebrado la carrera de automóviles. Pero como llovió a torrentes nadie se podía ir (ni quería) y el festival se convirtió, súbitamente, en un campamento.

Y como la ociosidad es madre del vicio (y a veces de la lujuria); su combinación con la pobre mariguana, las “pastas” (todavía no se llamaban “tachas”) y el trago, produjo el enormísimo reventón.

Un relajamiento y un relajo (en el sentido de Portilla), pacífico; porque no había nadie contra quien emprender la batalla de los vándalos. Tampoco había vándalos.

Líneas arriba negué el autoritarismo prisita con la evidencia de un permiso oficial para hacer la carrera y el concierto. Un gobierno dictatorial no habría autorizado ninguno de los dos.

Pero eso no elimina el aprovechamiento político (no social) de los hechos.

Luis Echeverría ya tenía entre ceja y ceja a varios políticos priistas cuyas capacidades le podrían hacer sombra.

Por eso a Alfonso Martínez Domínguez lo anuló por muchos años con el “halconazo” del 10 de junio de ese mismo año.

Y con su gran capacidad de manipulación, amplificó a volúmenes de histeria los magnavoces del amarillismo para hacer de Avándaro un inexistente y peligroso fenómeno socio político. A él y a nadie más le convenía explotar la idea de una juventud desquiciada por culpa de Carlos Hank, sin duda el mejor de toda su generación. Y de muchas otras, por cierto.

Por eso la policía repartía la droga. Por eso los medios escandalizaron de más (sólo Jacobo Zabludovsky ayudó a Hank con una larga entrevista), como dijo Renato Leduc en el mejor texto publicado sobre el asunto:

“Avándaro, Avándaro, que bien chingan con Avándaro”.