Opinión

Confucio y el centenario del Partido Comunista Chino

Confucio y el centenario del Partido Comunista Chino

Confucio y el centenario del Partido Comunista Chino

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En la novela Los conquistadores, uno de los documentos literarios más estimulantes escritos en el siglo XX a propósito del temperamento revolucionario que enfebreció a la centuria, André Malraux pone en boca del viejo Cheng Dai esta sentencia perturbadora: “China se ha apoderado siempre de sus vencedores. Lentamente, es verdad, pero siempre”. Lo mismo podría decirse de su mentor más antiguo y poderoso: el sabio Confucio, que a la vuelta de 25 siglos ha terminado por imponerse a todo aquello que se le ha puesto por enfrente: desde la penetración budista en China –que por muchos siglos proyectó una sombra sobre el viejo maestro– hasta las últimas olas del pensamiento moderno Occidental, con Marx y Engels a la cabeza.

En el horizonte ideológico de la quinta generación de dirigentes del Partido Comunista Chino (PCCH), que esta semana celebró el centenario de su fundación, no son Marx, Engels o Lenin –y ni siquiera Mao– las figuras tutelares. Las enseñanzas de Confucio son las que circulan en las venas y en el ADN de un partido cuyo canon dialéctico aspira a modernizar desde la tradición.

Como se vio este jueves en Pekín, la retórica marxista del partido, los grandes desfiles y la parafernalia maoista de su identidad perduran, pero por debajo de esa piel roja –en apariencia detenida en las formas y los usos del comunismo tradicional– es al viejo sabio de Qufu, a quien el PCCH ha reivindicado en las primeras dos décadas del siglo XXI. Acaso de forma un tanto oblicua e implícita pero cada vez más evidente, especialmente desde la llegada a la presidencia de Xi Jinping en 2013.

Podemos acuñar entonces un nuevo y abigarrado istmo para explicar el piso ideológico del PCCH: el marxismo-confucianismo de corte liberal. Asistimos a la silenciosa pero inequívoca reinstalación del gran maestro imperial luego de su prolongada marginación del aparato ideológico del gobierno comunista. Nadie como él ha logrado la hazaña de dominar por el espacio de dos milenios y cinco siglos el horizonte intelectual, político y espiritual de una civilización.

Muchos de los rasgos que hoy adopta esa combinación de paternalismo estatal autoritario y capitalismo salvaje que es China llevan en sus entrañas el legado de Confucio. El viejo sabio sobrevive en el imaginario político, ritual y moral de los chinos, a contracorriente de su pretendido laicismo republicano y marxista.

Confucio ha regresado. Atrás quedó su admonición y la propaganda roja que lo redujo a la condición de pensador reaccionario. Se le venera en los templos –que no lo son en el estricto sentido de la palabra–; reaparece en las escuelas y en los libros de texto, en la televisión y en los discursos desde el poder.

Es una referencia constante en la construcción múltiple de la nueva identidad china; como está presente también en la bibliografía de las escuelas de cuadros del partido, donde acaso por inercia todavía se recitan los antiguos sutras marxistas y el Libro Rojo del camarada Mao, pero se le pone mucho más atención a la bibliografía de los gurús occidentales de la filosofía gerencial, el pensamiento neoliberal, o los encantadores de serpientes propios de la era TED talk y la pedagogía del PowerPoint.

. En medio de este palimpsesto en el que se adoctrinan los nuevos dirigentes chinos, Confucio perdura y se renueva: ahí está el dato principal a la hora de repensar la China contemporánea.

El confucianismo demostró su pericia en los sitios donde sobrevivió como ideología oficial en la segunda mitad del siglo XX. Es por ello que hoy los chinos continentales reconocen que parte de la consabida prosperidad de lugares como Singapur, Hong Kong y Taiwán, algo por lo menos le debe a Confucio y su impronta milenaria, y es por ello también que cada vez es más difícil ocultar los propios rasgos confucianos de la China comunista en su etapa de apertura al mundo y despegue económico acelerado.

Se confirman entonces las palabras proféticas del personaje de Malraux: la historia revela que China, y junto con ella el viejo Confucio, tarde o temprano terminarán por imponerse.

El confucianismo ha sido la base en la construcción del Estado y de la sociedad china a lo largo de toda su historia. Los nuevos teóricos del PCCH están convencidos que sin esos valores que orientan la relación entre los hijos y sus padres y entre el ciudadano y sus gobernantes, China no sería la gran potencia mundial en la que se ha convertido.

Pd. El Colegio de México está por publicar –o tal vez ya lo hizo- una Historia Mínima de Pensamiento Confuciano coordinada por la sinóloga mexicana Flora Botton. El libro no podría ser de más actualidad: hay que irse dos mil quinientos años atrás si queremos comprender lo que habrá de ocurrir en China, y su impacto en el resto del planeta, en las próximas décadas. Confucio vive, la lucha sigue.