Opinión

Crisis final: ¡Renuncia don Porfirio!

Crisis final: ¡Renuncia don Porfirio!

Crisis final: ¡Renuncia don Porfirio!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Una muchedumbre ruidosa y enojada zumbaba en la calle de la Cadena, a pocos metros del hermoso Reloj Otomano que unos meses antes había sido inaugurado como uno de los opulentos obsequios recibidos por México en las fiestas del Centenario de la Independencia. Una guardia federal, compuesta por soldados de a pie, con bayonetas, cerraba el paso, y veintidós hombres de la caballería del Distrito Federal estaban listos para desenvainar el sable si fuera necesario. Nadie podía acercarse al domicilio personal del presidente Porfirio Díaz, del que, aseguraba la prensa, estaba por renunciar la tarde del 24 de mayo de 1911.

Eso era lo que afirmaba el conocido periódico opositor El Diario del Hogar: “Hoy renunciará el general Díaz”, era su nota principal del día 24. Agregaba que, de manera inmediata, asumiría la presidencia el canciller, don Francisco León de la Barra. Algunas otras publicaciones repetían aquella afirmación. Alborotados, envalentonados, curiosos, fueron muchos los que se agolparon ante la Cámara de Diputados, para presenciar aquel momento.

Cuando se desmintió aquella versión, no faltaron los descontentos que caminaron hasta la calle de la Cadena, para injuriar a Díaz en las puertas de su residencia personal. Los soldados y la caballería evitaron el paso de la multitud, pero no impidieron que los gritos, los insultos se escucharan hasta la casa marcada con el número 8.

La jornada había terminado mal: parte de quienes esperaban ver entrar a don Porfirio a la Cámara de Diputados para renunciar, se fueron hacia Paseo de la Reforma, con el propósito de pegarle fuego a la casa del ministro José Yves Limantour. Pero la caballería, sable en mano, y la lluvia que empezó a caer con el atardecer, dispersaron a la gente.

Pero no había vuelta atrás. La renuncia de Porfirio Díaz Mori a la presidencia de la República estaba lista, y al día siguiente, 25 de mayo, habría de ser entregada.

NEGOCIACIONES INÚTILES Y EL FRACASO DE UN GOBIERNO

La renuncia de don Porfirio estaba fechada cuatro días después del cierre de lo que hoy conocemos como Tratados de Ciudad Juárez, esos acuerdos de carácter político-militar que otorgan el triunfo a la revolución maderista. El movimiento convocado por Madero había ido de menos a más, pero era parte de un clima político que podía remontarse a 1900, cuando los movimientos opositores al régimen porfiriano se volvieron más sólidos y ganaron presencia, aunque existían fuertes voces críticas desde la década anterior, cuando se había aprobado la reelección, sucesiva y permanente, de todos los puestos de elección popular, el cargo de presidente de la República, el primero en la lista. A partir de ese punto, no faltaron las voces de quienes calificaron aquel cambio político como antidemocrático e inconstitucional.

A medida que don Porfirio envejecía, la élite política se inquietaba más y más; aparecieron “presidenciables”, desde luego, el general Bernardo Reyes y el “científico” José Yves Limantour. Llegaron a publicarse caricaturas que mostraban al anciano Díaz, tumbado en una cama, mientras Limantour y Reyes forcejeaban por la silla presidencial. Sí, había progreso; se construían rutas de ferrocarril en todo el país, y al gobierno porfirista se debía un hecho insólito, en los últimos años del siglo XIX: por primera vez, en la vida independiente del país, hubo finanzas sanas, desaparecieron los números rojos de las cuentas nacionales, para asombro del anciano Guillermo Prieto, que ya tenía un pie en la tumba, y que en su pasado tenía la triste honra de haber sido ministro de Hacienda en algunos momentos de verdadera penuria.

Todo aquel paisaje era un logro de las sucesivas administraciones de Porfirio Díaz, pero con la llegada del nuevo siglo, había dejado de parecerle suficiente a los mexicanos: se gobernaba con mano dura y a veces con violencia. El progreso no había beneficiado sino a algunos segmentos de la sociedad, y la inmensa mayoría de la población vivía como los últimos novohispanos, sin saber leer y escribir.

El antirreeleccionismo creció con el siglo y se empezó a hablar de él por todas partes. El surgimiento de Francisco I. Madero como cabeza visible del movimiento, desaparecido del escenario el liderazgo de Bernardo Reyes convirtió a las elecciones presidenciales de 1910 en un acontecimiento excepcional por dos razones: la primera, que Díaz había decidido, a la hora de la hora, olvidarse de sus promesas, hechas en 1908 al periodista James Creelman, según las cuales ya no aspiraría a reelegirse, pues el pueblo mexicano estaba listo para la democracia. La segunda era que la candidatura de Madero a la presidencia era una verdadera oposición.

Pero nada había salido como esperaban los más optimistas: perseguido y encarcelado, Madero vio cómo el recurso legal con que su movimiento pretendió impugnar los resultados de los comicios era desechado. No le quedó otra que el escape fuera del país y el llamado al levantamiento, que tendría lugar el 20 de noviembre de 1910.

El gobierno de Díaz no tomó en serio el llamado a la insurrección, sino hasta algunos meses después, cuando otros movimientos se habían agrupado en torno al llamado maderista. Reaccionaron tarde y mal, y, después de semanas de combates, acabaron por sentarse a la mesa de las negociaciones. La revolución se extendía por todo el país. En abril de 1911 el gobierno y los maderistas acordaron un armisticio y se sentaron a dialogar.

En la mesa de negociaciones, los papeles se invirtieron. Los enviados de don Porfirio, Toribio Esquivel Obregón y Oscar Braniff, pusieron un espléndido paquete a disposición de los revolucionarios: nada menos que la renuncia del vicepresidente, cuatro secretarías de Estado, catorce gubernaturas y la legalización del Partido Nacional Antirreeleccionista. Pero los maderistas no se movieron ni un centímetro de su exigencia principal: la renuncia de don Porfirio.

Las conversaciones de entramparon. En un manifiesto del 7 de mayo, Díaz puso en la mesa la posibilidad de renunciar, pero exigía el cese de las acciones armadas. Intentó algunas otras medidas, como renovar todo el gabinete, pero ya no había marcha atrás.

Tomada Ciudad Juárez, por los revolucionarios, el 10 de mayo de 1911. La presión aumentó. Finalmente se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez y los rebeldes sí obtuvieron la renuncia del presidente y el vicepresidente, posiciones en el gabinete del gobierno interino, gubernaturas, y, a cambio dejaron que el canciller León de la Barra asumiera la presidencia y aceptaron la disolución del ejército revolucionario. Era eso, negociación, y para conseguir lo que deseaban, los maderistas tuvieron que ser flexibles y reconocer el gobierno de Díaz surgido de los comicios de 1910, para poder obtener la renuncia presidencial. El proceso siguió, a pesar de que Venustiano Carranza refunfuñó: “revolución que transa, se suicida”. Madero, a los pocos días, lanzó un manifiesto en el que aseguró: “el triunfo ha sido completo”.

LA RENUNCIA DE DON PORFIRIO

En la carta enviada al Congreso, don Porfirio expresó una íntima convicción: no comprendía cuál era el factor que había convertido la posibilidad de su renuncia en una exigencia nacional.

“…respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución, vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.

Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis patriotas. Porfirio Díaz”.

Desde París, el vicepresidente Ramón Corral también presentaba su renuncia.

Al día siguiente, 26 de mayo de 1911, Porfirio Díaz y parte de su familia: Carmelita, desde luego, las hermanas de ella, Luisa y Sofía, con sus esposos; Porfirito, su hijo, con su esposa y sus pequeños, salían de la ciudad de México con extrema discreción, casi a escondidas, para abordar, en la estación de San Lázaro, el tren que los llevaría al puerto de Veracruz, rumbo al exilio en Europa. Mientras tanto, Francisco León de la Barra asumía la presidencia interina de la República. Para don Porfirio empezaba la dolorosa despedida de ese país que había dejado de apreciarlo.