Opinión

Crónicas del regreso II: La Fundamentalista o las trampas de la fe

Crónicas del regreso II: La Fundamentalista o las trampas de la fe

Crónicas del regreso II: La Fundamentalista o las trampas de la fe

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay un acto doble de fe en el hecho de volver al teatro en la Ciudad de México tras los largos meses del confinamiento. Por un lado, fe en que el arte, la creatividad, la imaginación puesta en escena, nos redimen hoy y siempre de aquello que nos amenaza. Y por el otro la fe fiducia (es decir, la confianza) en que las instituciones culturales del país y –más importante aún, nuestra comunidad artística–han hecho su mejor esfuerzo para reactivar nueva vida cultural con todas las seguridades sanitarias y pese a las limitaciones que nos impone la pandemia.

Si es además el de la fe y sus territorios insondables el tema central de la obra que se relata en esta entrega, concluyo entonces que el pasado viernes –cuando asistí al Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque a ver la obra “La fundamentalista” –, fue un acto feliz que giró alrededor de ese vocablo poderoso que es también una de las manifestaciones más complejas de la mente humana: la fe como el acto supremo de la imaginación, la fe como la tela exclusiva de los seres humanos tejida por igual con los hilos del amor que del odio, de la compasión y del fanatismo, de la virtud y de la corrupción moral.

Trazar un mapa de la agreste cordillera de la fe humana, de sus “conjunciones y disyunciones” –le tomo prestada estas dos palabras a Octavio Paz– es el propósito de la obra escrita por el dramaturgo finlandés Juha Jokela, adaptada y traducida al español por Aurora Cano.

La propia Aurora Cano se ocupa a su vez de representar a uno de los dos papeles protagónicos de la obra, compartiendo la escena con el maestro Luis de Tavira. Dos personajes centrales en la historia del teatro mexicano de las últimas décadas, bajo la dirección de Ignacio García, que tuvo el tino de lograr los equilibrios necesarios en una pieza teatral guiada por la desmesura de las pasiones humanas.

Ignacio García hizo su trabajo para resolver sobre el escenario el desafío principal de la obra: iluminar –con una luz muy tenue y sutil– ese espacio de intimidad y oscuridad confesional donde dos personajes, atenazados por sus demonios y sus ángeles, por sus deseos y sus culpas, comparecen ante el público.

Para lograrlo, en su calidad de protagonistas Cano y Tavira le sacan todo el provecho posible a la extraordinaria escenografía de Sergio Villegas y la video-iluminación de Raúl Munguía. La escenografía misma es una metáfora en físico del propósito de esta obra: si la fe mueve montañas y abre o cierra todas las puertas, son precisamente las siete puertas sobre el escenario el tercer personaje de la obra.

Reproduzco la sinopsis de la obra como aparece en el programa de mano: “Marcos es un famoso pastor, autor de una serie de libros que intentan renovar la fe de las nuevas generaciones en la iglesia, conocido como “El padre escándalo”. De pronto regresa a su vida Heidi, una chica a la que dejó de ver hace veinte años y con la que mantuvo durante su juventud una entrañable amistad. Ella pertenece al grupo de cristianos de la Iglesia de la Palabra Viva, y está decidida a alejar a Marcos del “camino al infierno” al que se está exponiendo con la publicación de los libros”.

“A lo largo de la obra, Marcos intentará redimir a Heidi de lo que él considera un fanatismo peligroso, mientras Heidi intentará redimir a Marcos de lo que ella cree es un ejercicio de soberbia ciega e incongruente. Mientras ambos intentan salvarse el uno al otro, los dos quedan atrapados en un amor pasional que les cambia la vida sin que al parecer se salven de nada ninguno de los dos”.

Es pues la obra un examen sin respuesta final de eso que ni la sociología, ni la filosofía, ni la psiquiatría, ni la antropología, y ni la historia como disciplina del conocimiento han logrado responder a cabalidad: ¿Qué impulsa a una persona, a un colectivo, o a una nación entera a arrojarse al foso febril del fanatismo? ¿Cuál es la frontera entre la fe y la locura, entre la devoción religiosa y la autodestrucción?

Regresé a casa ese viernes y abrí un libro de aforismos de Elias Canneti (El suplicio de las moscas) con la sospecha que el escritor búlgaro me daría alguna claves de lo que acaba de ver en escena.

Escribió Canneti el que podría ser el epígrafe de esta pieza teatral: “Dios se ha extraviado, ahora todos le llaman a la vez desde todas partes”. El que podría ser la otra sinopsis de la obra: “Ella (Heidi) le teme como a Dios, él (Marcos) abomina de ella como de sí mismo”. Y el colofón: “Dios era cojo y creó al hombre para que le sirviera de muleta”.