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¿Cuándo se jodió (otra vez) Perú?

Crisis. La paradoja peruana es ser un oasis de paz económico y a la vez un campo de batalla político, con el Congreso disuelto y el Presidente atrincherado. Guía para entender un caos, cuyo origen se remonta 29 años atrás, cuando Fujimori derrotó en las urnas a Vargas Llosa

Crisis. La paradoja peruana es ser un oasis de paz económico y a la vez un campo de batalla político, con el Congreso disuelto y el Presidente atrincherado. Guía para entender un caos, cuyo origen se remonta 29 años atrás, cuando Fujimori derrotó en las urnas a Vargas Llosa

¿Cuándo se jodió (otra vez) Perú?

¿Cuándo se jodió (otra vez) Perú?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
(Primera parte )La premonición del futuro Nobel de Literatura

En 1969, Mario Vargas Llosa publicó Conversación en la Catedral, cuyo arranque está considerado uno de los mejores de la novela moderna: “Desde la puerta de (el diario) La Crónica, Santiago mira sin amor la avenida Tacna (de Lima, y se pregunta): ¿En qué momento se había jodido el Perú?”. El futuro Nobel de Literatura relata así el pesimismo del protagonista (alter ego del escritor) ante la realidad de su país, paralizado por la corrupción política de la dictadura del general Manuel Odría y su brazo represor, Alejandro Esparza (en la novela conocido como Cayo Mierda).

Años después, Vargas Llosa diría que no hubo un momento específico en el que se haya jodido Perú, sino que han sido (y serán) en realidad varios momentos. Para su mala suerte (y la de los peruanos) no se equivocó.

El triunfo de un tal Alberto El chino

Uno de esos momentos en los que se jodió Perú fue cuando, en 1980, Sendero Luminoso declaró la guerra al Estado. Cinco años después, Perú era un infierno terrorista, que coincidió con el triunfo de la izquierda de la mano de Alan García, carismático líder del histórico Partido Apra, cuyo gobierno se vio sacudido por la corrupción y la crisis económica y llevó a Vargas Llosa a presentarse como candidato de la derecha liberal en 1990. Casi lo logra en segunda vuelta de no ser por la irrupción de un desconocido Alberto Fujimori, cuya fulgurante victoria se debió a una extraña alianza de evangelistas, ultraderechistas, campesinos y la izquierda aprista, en venganza por la derrota de su candidato a manos del escritor reconvertido en político.

Nadie imaginó entonces el impacto brutal de la llegada de El Chino al poder, que acabó con la mitad de los peruanos culpándolo de asesino y la otra mitad adorándolo con una devoción mesiánica que llegó a conocerse como “fujimorismo”.

Auge del dictador peruano… que copió a Chávez

Veinte meses después de su llegada al poder, Fujimori se quitó la máscara de demócrata y dejó al descubierto su verdadero rostro: el de dictador populista. Con la excusa de la guerra contra el terrorismo de Sendero Luminoso, de la corrupción parlamentaria y de combatir la hiperinflación que heredó de Alan García, Fujimori disolvió el Congreso, intervino el Poder Judicial y asumió todo el poder con el apoyo de las Fuerzas Armadas. El autogolpe de Estado lo asestó el 5 abril de 1992, quién sabe si inspirado por otro golpe de Estado que ocurrió sólo dos meses atrás no muy lejos de Perú, el que intentó en Venezuela un joven militar llamado Hugo Chávez, con la diferencia de que el suyo fracasó.

Caída del dictador peruano… a pesar de Tijuana

La peor de las pesadillas de Vargas Llosa, la que encarnó en su novela con la siniestra pareja formada por el dictador Odría y su brazo represor, apodado Cayo Mierda, se hizo realidad con el dictador Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos. Entre ambos llevaron a Perú a los años más oscuros de las dictaduras militares en Argentina y Chile, con cientos de desapariciones, asesinatos extrajudiciales y denuncias de tortura, mezclados con el saqueo de las arcas.

No obstante, su estrategia represora dio el fruto que quería. La derrota de Sendero Luminoso y la foto de su líder Abimael Guzmán vestido con el traje de rayas fueron suficientes para ser reelegido en 1995 y para lograrlo una tercera vez en 2000, pero ya con el boicot de una oposición que se unificó finalmente en torno de la figura de Alejandro Toledo. Su caída llegó poco después, cuando se filtró un video de Montesinos entregando dinero a opositores para que apoyaran a Fujimori. Cuando se vio perdido aprovechó una cumbre para pedir asilo en Japón.

Pero su verdadera caída ocurrió cinco años después. Cuando se convenció de que podía regresar triunfante porque su seguidores se contaban por millones. Su no detención a su llegada a Tijuana provocó un incidente entre la interpol y el entonces secretario de Gobernación mexicano, Carlos Abascal, que alegó que presentó pasaporte japonés. Chile no opinó igual y lo detuvo y extraditó a Perú en 2007 por crímenes de lesa humanidad, mismos por los que fue condenado a 25 años por un tribunal peruano. Fujimori erró gravemente al considerarse un intocable, pero acertó en una cosa: El fujimorismo no había muerto y ahí estaba su hija Keiko para demostrarlo.

 Liberen a Keiko… y al papá

A la hija del presidente Fujimori le gustó ser Primera Dama a sus 19 años, cuando sus padres se divorciaron en 1994. Cuando huyó su padre se puso al frente del fujimorismo y en 2006 entró en el Congreso para de ahí saltar a la Presidencia. En 2010 quedó en segundo lugar en las elecciones que ganó Ollanta Humala, y en 2016 volvió a fracasar por un puñado de votos, esta vez de manos de Pedro Pablo Kuczynski. La joven vio así cómo se le escapaba su verdadera misión política: sacar de la cárcel a su padre, cuya salud empezó a agravarse peligrosamente.

Pero Keiko tenía un premio de consolación: mayoría fujimorista en el Congreso. Con ella trató de sobornar a Kuczynski para que concediera el indulto a su padre. Cuando se opuso, no tardó en aparecer un video incriminatorio por el que se vio obligado a renunciar.

Lo que nunca pudo imaginar Keiko es que no sólo no pudo sacar a su padre de la cárcel, sino que ella misma duerme en una celda desde finales de 2018, en prisión preventiva durante tres años por lavado de dinero. Su delito, caer en la misma trampa en la que cayeron los expresidentes Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Alan García: dejarse corromper por la constructora brasileña Odebrecht. Por avaricia, el primero está encarcelado en EU y pendiente de extradición; el segundo está en libertad provisional; y el tercero se suicidó.

Esta misma semana, Keiko maniobró desde la cárcel para que la bancada mayoritaria fujimorista nombrara jueces afines, lo que provocó que el presidente Martín Vizcarra ordenase la disolución del Congreso y el estallido de una crisis entre partidarios del actual mandatario y fujimortistas.

De nuevo tenía razón Vargas Llosa: Perú se jode una y otra vez.

fransink@outlook.com