Opinión

De autores y actores

De autores y actores

De autores y actores

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
El autor

Aunque en sí misma la labor editorial es el resultado de una serie de procesos de carácter creativo e intelectual, insertos en un sistema de naturaleza compleja, en la actualidad es el autor el que finalmente detona el inicio de una larga secuencia que culminará con el libro en las mesas de novedades editoriales, en las pantallas conectadas en red o en bodegas de ladrillo o de bites. En lo que concierne a creación y aportación intelectual, las que surgen del autor, son las de mayor trascendencia. Ahí se cimienta el proyecto base, alimentado a su vez por múltiples relaciones de carácter consciente y onírico, algunas normadas otras no, para darle una buena salida a la propuesta autoral. En otras palabras: no es lo mismo leer Batallas en el Desierto, en una edición de bolsillo de nueve puntos y apretada interlínea, que hacerlo en formato grande, con mejor puntaje. Pero en ambos casos, si no tenemos problemas visuales, el acto lector es gratificante, porque el manuscrito que llega al editor contiene la materia prima producto de los sueños, el desvelo, el trabajo y la manera de relacionarse con el mundo del autor. Por el contrario, si a nuestras manos llegan originales de mala factura, por más cuidado que se ponga en el trabajo editorial, el resultado será siempre frágil.

Autor, plagio y pedagogía

Aunque muchos especialistas le dan vuelta al asunto, el autor sigue siendo uno de los actores más desprotegidos de la llamada “cadena editorial”. Esta condición se agravó con el imparable “avance” de las tecnologías digitales. Es un hecho que el derecho de autor apenas circula por la vetustamente llamada “supercarretera de la información”. Al contrario, corre por una vía sin asfalto y a un ritmo totalmente diferente a los flujos de datos sometidos a mutaciones binarias en las que se violan derechos autorales. La difundida práctica del “copio y pego”, en la que los estudiantes se han vuelto expertos, genera una pregunta habitual: ¿cuántos de estos practicantes citan a sus fuentes? Muy pocos.

Desde el ámbito de la pedagogía, y el de la política no se diga, el plagio es todo un tema. En ciertos entornos hay profesores que defienden, con razón, que un estudiante que quiere evitar ser descubierto en la práctica del “copio y pego”, se introduce tanto en la materia plagiada que termina, finalmente, asimilando los objetivos académicos y acaso superando la capacidad cognitiva y de articulación del autor original, lo cual en algunos casos pedagógicos sobre todo, debe aplaudirse. Pero como el tema de esta vez son derechos de autor, concluyamos entonces, que un buen campo de entrenamiento para crear una cultura de respeto por el trabajo intelectual, son las aulas.

Autor y lectura en voz alta

Sobre la lectura en silencio y la lectura en voz alta hay muchísimo material y una abundante discusión, un buen comienzo para quien desee flotar en esa materia lo podemos encontrar en el ensayo condensador de Alberto Manguel: “Los lectores silenciosos”, de su libro Una historia de la lectura, cuya edición hecha por Almadía es muy juguetona desde la traviesa y sugerente propuesta entre guarda y portada. Sin embargo en este apartado quiero referirme a la relación que hay entre autor y lectura de textos propios en voz alta.

Sería ingenuo esperar que un escritor hable como escribe, son dos usos del lenguaje que tienen medios y contextos diferentes. Lo cierto es que a veces resulta decepcionante escuchar a un escritor leyendo su trabajo en tono monocorde, como si estuviera rezando; confieso que me pasa cuando oigo a Octavio Paz leer los poemas de su libro Blanco, quizá por ello en algunas presentaciones de libros, cuando se trata de leer pasajes o en la edición de libros interactivos, “apps” en jerga marketinera, como el citado poema experimental de Paz se le da también paso a la entrenada voz de un actor o un hábil lector, para darle realce a la alquimia tipográfica y acaso para evitarle a un escritor nervioso la penosa tarea, como a mí me pasa con frecuencia, de tropezarse con sus propias palabras.

Divos que se meten hasta la cocina

Siento respeto, admiración y sobre vértigo por la descarnada pintura de Arturo Rivera, lamento como muchos amigos su fallecimiento. Tuve la fortuna de trabajar con él pero existe una anécdota que Andrés de Luna, autor, ni el diseñador Hugo Ábrego, podrían desmentirme. Antes quisiera citar las palabras de la cuarta de forros firmada por Lorena Saucedo, traductora al inglés de la edición bilingüe del libro: Fascinación y vértigo, la pintura de Arturo Rivera.

“Esta colección de imágenes —que abarca más de veinte años en la carrera del reconocido pintor Arturo Rivera— nos ofrece las aristas de una visión privilegiada, aguda y virtuosa, en términos tanto pictóricos como humanos. Cada obra aquí presentada interroga la vida y la muerte de modo implacable, como dos caras de un mismo misterio o dos momentos de una historia relatada incontablemente y jamás comprendida. Vida y muerte, y los matices intermedios: apocamiento del cuerpo, deformidad, transformación de la carne en relato espiritual y la más soberbia belleza.

“Andrés de Luna, autor del ensayo que acompaña a este libro, nos conduce de modo iluminador por las referencias pictóricas de la tradición clásica occidental que la obra de Rivera invoca y reinventa. De Luna nos habla de ‘la fascinación y el vértigo’ que dan origen a estas pinturas, pero que son también punto de llegada, destino final, del espectador que se entrega a la intensidad temática y formal del pintor, a su expresión insondable.”

El trabajo fue difícil. Arturo era amable pero siempre andaba en modo alerta, y cuando se le metía alguna idea en la cabeza le buscábamos salida razonable o le poníamos stops procurando no alterar ese incómodo carácter que aprendí a sortear y Andrés, aunque eran brodis, también. Pero conservó un par de ideas una técnica y otra estética. Van por separado.

Aunque más modesto que un libro compilatorio de Conaculta cuyo tiraje rechazó por su mala impresión, éste tenía que superar el standart de impresión y con un presupuesto acotado. Con ese libro ya habíamos pulido técnicas de impresión con imprentas chicas y buenas. En ese gremio hice grandes amigos de los que aprendí, y sigo aprendiendo, mucho. Una de nuestras pruebas era la impresión de un pliego directo de offset de las imágenes que podrían representar problemas en términos de cuatricromía. Conociendo a Arturo le invité a firmar dicho pliego. Vino a mi casa entraba, veía el pliego y salía a mi pequeño jardín a darle bocanadas a su puro. Esta mini rutina se repitió tres veces. Ambos expusimos el pliego en distintos contextos lumínicos hasta que me dijo, gracias, mano. Por cierto, no estaría de más saber cuanto salió componer ese pequeño entuerto del libro de Conaculta que rechazó Arturo Rivera.

La otra idea que no le pudimos sacar de la cabeza fue la cruda imagen que eligió para portada. La cabeza de un decapitado sobre una bandeja. Andrés, Hugo y yo tratamos de sacarle esa obsesión con distintos tonos, modos de razonamiento, y desde luego con muchas y menos crueles propuestas de portada, pero no hubo manera porque los pliegos del trabajo ya estaban impresos y como buen divo, defendió su adefesio. Aunque había un contrato de por medio, los abogados, siempre apagando llamas, recomendaron, en distintos tonos pero desde luego sin firmar nada, ceder a los caprichos del querido, brillante y tormentoso maestro Rivera quien si San Pedro o Mefisto se lo permiten, es capaz de colarse hasta sus cocinas como todo artista curioso.

* * *Letras al pie

Aunque escribí de plagios, en materia de auto plagios soy experto y debo decir que los tres primeros apartados son recalentados, más que refritos, de mis colaboraciones del proyecto Interlínea. Cultura editorial.

dgfuentes@gmail.com