Opinión

De cuentos e historias

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De cuentos e historias

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Prácticamente hacia donde se mire en el mundo, las sociedades parecen padecer una fuerte sacudida en su tradicional orden establecido dada una imbricada maraña de fenómenos sucediendo de diversas maneras y con diferentes grados de intensidad en lo político, lo económico, lo social y lo cultural en su interior y desde fuera de ellas. Ello es particularmente perceptible en lo internacional respecto del modelo político de organización prevaleciente, edificado al término de la segunda conflagración mundial, y que adquirió mayor vigor con el derrumbe del llamado socialismo real hacia finales del siglo pasado. Tales tendencias se han incrementado en las últimas décadas, particularmente en lo que se refiere al valor de la democracia en el marco de la globalización.

William Galston anota que a lo largo de Europa y Norteamérica, por ejemplo, los arreglos políticos largamente establecidos enfrentan revueltas. Los momentos clave de ello incluyen el voto brexit, las elecciones estadunidenses de 2016, el crecimiento político del Frente Nacional en Francia y del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, la entrada de la derecha extrema en el Bundestag en Alemania, los posicionamientos de partidos tradicionales de derecha extrema respecto de ciertas políticas para asegurar triunfos en las elecciones parlamentarias en Holanda, en marzo de 2017, y en Austria, en octubre de 2017, así como la consolidación en Hungría de la figura de su primer ministro Viktor Orban y su modelo considerado como de “democracia iliberal”, que parece estar emergiendo como templete para el gobernante partido Ley y Justicia en Polonia, al igual que para otros partidos políticos similares en Europa occidental. Para dicho autor, estas revueltas amenazan los postulados que moldearon la marcha de la democracia liberal en la década de los noventa de la centuria pasada, y que continuó guiando a los políticos y a los decisores tanto del centro izquierda como del centro derecha. (“The Populist Challenge to Liberal Democracy”, Journal of Democracy, Vol. 29. N. 2, abril 2018, pp. 5-19)

Hemos reflexionado en columnas anteriores sobre la aparente esquizofrenia que domina el debate sobre el estado de la democracia contemporánea, señalando que, sin olvidar las razones objetivas e históricas que respaldan algunas de las preocupaciones al respecto, tampoco es posible albergar ese tipo de pensamiento sobre la base de un temor por la aparición de diversos fenómenos económicos y sociales, y en lo político por el aparente resurgimiento del socialismo, dado su atractivo entre los jóvenes en sociedades como la estadunidense o la británica, y de otras sociedades occidentales, o bien por el llamado populismo de derechas o de izquierdas surgido en países centrales y periféricos en el sistema internacional.

Cabría pensar que existe un cierto tipo de expectativa por parte de algunas corrientes de opinión, casi nostálgica, respecto de los procesos políticos actuales, nacionales y globales, y particularmente sobre el estado y futuro de la democracia, que confía que el presente no es sino un paréntesis en la marcha permanente del llamado orden liberal, y que en el futuro cercano el mundo y las sociedades regresarán a su carril normal. Como lo hemos sugerido, difícilmente se puede argumentar en contra de que el totalitarismo, el autoritarismo o el populismo socavan la democracia, pero no puede obviarse que los procesos de construcción y de desconstrucción de la democracia son materia de alta complejidad, no menos que las condiciones materiales que determinan la creciente concentración de la riqueza material y un ensanchamiento permanente de la desigualdad. Tampoco resulta sencillo pensar que estamos en un interregno de lo que se ha hecho desde el llamado fin de la historia, y que en algún momento, pronto, volveremos a ensayar las recetas a partir de modelos que ya han mostrado sobradamente sus límites y fallas. Por su parte, el denominado orden liberal ha perdido brillo y atractivo, lo cual no quiere decir el abandono automático de la democracia; por consecuencia tampoco significaría la restauración de un pasado aún más remoto que por lo demás también llegó su fin en su momento. Imposible predecir el futuro desde las ciencias sociales.

En uno de los poemas de la estadunidense Emily Dickinson aparece que “la esperanza es esa cosa con plumas/que se posa en el alma/que entona su melodía sin palabras,/y nunca se detiene ante nada…”. Los expertos en literatura asumen que estos versos subrayan que la esperanza es un sentimiento que se las arregla para continuar existiendo, aun cuando no se le alimente en el alma. Woody Allen, en su libro satírico Cuentos sin plumas, nos hace ver que probablemente la esperanza no tenga plumas, al situar a sus personajes en situaciones que los confrontan con las interrogantes esenciales del ser humano en las sociedades contemporáneas. ¿Cabe albergar la esperanza o se trata simplemente de cuentos sin plumas?

gpuenteo@hotmail.com