Opinión

De elecciones norteamericanas. ¿Recetas sin diagnóstico?

De elecciones norteamericanas. ¿Recetas sin diagnóstico?

De elecciones norteamericanas. ¿Recetas sin diagnóstico?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Mientras escribo estas líneas se da a conocer que han terminado los cómputos de la elección presidencial norteamericana en tres estados: Georgia (asociada de forma perene a la canción inmortal de Ray Charles), Carolina del Norte y Arizona (asociada, esperemos de forma no perene, a la figura de Joe Arpaio). Esto parece ya decidido.

Y sin embargo, ya están las impugnaciones, los señalamientos de un posible fraude y los amagos en las redes.

El sistema electoral norteamericano para la elección presidencial no existe. O, dicho de otra forma, está compuesto de todos los sistemas electorales de cada estado, además de los de cada condado, lo que lo vuelve complejo, desarticulado, lento y, en buena medida, incomprensible. No hay como tales órganos similares a nuestro INE y nuestro Tribunal Electoral.

¿Por qué es así? Durante muchos años hay quienes han asumido que la americana es la democracia por excelencia, que la realización constante de comicios en tal país así como la aceptabilidad de la derrota por los contendientes, configuran un sistema robusto, que también suele gustar porque no implica un financiamiento público a los partidos. Pero en esta ocasión, como en las elecciones que enfrentaron a Al Gore con George Busch, entra en crisis su modelo.

Partamos de dos realidades: no hay sistema electoral perfecto; y por otro lado, cada sistema se desarrolla de forma nacional atendiendo a los conflictos que se quieren canalizar por él. Los partidos políticos, las candidaturas independentes, la propia ciudadanía también son parte de los sistemas electorales, pero para efectos de toma de decisiones, son los partidos y las autoridades comiciales las que tienen un mayor peso en la administración de todo el sistema.

En países federales existen diversas formas de arreglo institucional para administrar los comicios: nuestros vecinos han optado por un modelo absolutamente descentralizado en el que tanto las leyes aplicables como las autoridades que las aplican, en las elecciones presidenciales, son locales.

Es como si para competir por la Presidencia en México, cada candidato o candidata tuviera que registrarse en los institutos electorales de cada entidad, cumpliendo requisitos diversos y teniendo que seguir reglas diferentes para sus actos de campaña, y en caso de una votación cerrada, tengan que realizarse los recuentos siguiendo reglas locales que no necesariamente sean similares entre sí.

¿Ve usted la complejidad del modelo estadounidense?

Y a eso sume que cada legislación electoral tendrá (si es que lo tiene) su sistema de impugnaciones ante los tribunales locales, en pleitos que podrían llegar ante la Corte Suprema, pero que esta tiene la facultad de simplemente rechazar.

¿Por qué han optado por un sistema tan descentralizado y complejo? Por su historia. Los americanos han construido una forma de entender la política entre el gobierno federal y los locales que desconfía del primero; así los estados han buscado mantener el mayor número de “derechos” o facultades, que eviten una administración central déspota o tiránica.

Entre menos Washington mejor, parecería ser la frase que lo defina.

El problema radica en que ese sistema, cuando entra en grave estrés como en el proceso actual, no responde ni con rapidez ni con certeza; por comparar, aquí en México las reglas para los recuentos de elecciones presidenciales son las mismas y se aplican igual tanto en Mérida como en San Luis Río Colorado, los partidos lo saben y también las autoridades; con nuestros vecinos no es así, las reglas para recontar elecciones varían entre cada estado y a veces son distintas en cada condado; en algunos permiten la presencia de representantes de los contendientes, en otros no.

Podría sugerir que es necesario cambiar el sistema, derogar el Colegio Electoral y fortalecer a la autoridad nacional de elecciones para que deje de ser un depositorio de cifras y se convierta en la rectora efectiva de todo el proceso. Plantear que se deroguen las facultades locales relativas a la elección presidencial y que todo se regule centralmente. Proponer que vean nuestro sistema y lo copien.

Pero afirmar lo anterior sería, cuando menos, aventurado. Ya afirmé que cada sistema electoral depende de la realidad en que se ha creado y que también ha ayudado a moldear. Así que propongo ir un paso atrás.

Valdría la pena sopesar si la división política que viven nuestros vecinos es causa o producto de un estilo de gobierno que hemos visto por cuatro años, así como de un modelo de financiamiento de campañas que deja todo en manos de los particulares. De igual forma, verificar si la conducta que hemos visto de parte de algunos de sus líderes es una circunstancia pasajera o un nuevo modo de hacer política que ha llegado para quedarse.

Dependiendo de las respuestas a las preguntas anteriores, puede entonces discutirse si la forma de hacer elecciones debe cambiar, asumiendo además un elemento adicional: los estados suelen resistirse a ceder sus competencias, y la reforma constitucional necesaria no es una práctica realmente común en su política.

No afirmo que el inmovilismo es la única ruta. Simplemente intuyo que la solución va menos por sugerir medidas fáciles y más por analizar a detalle los cambios en la forma en que se hace la política y cuestionarse si la forma de administrar elecciones es adecuada para estos tiempos.

Recetar sin conocer la enfermedad es garantizar el fracaso del tratamiento.