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De la irrealidad de los Garbage Kids al temible “asesino del Metro”

En aquellos años, hubo un juguete que causó furor: los Cabbage Patch Kids (Los Chicos del Huerto de Coles): “niños” que no se compraban, sino que se “adoptaban”, pues sus fabricantes aseguraban que eran únicos.

De la irrealidad de los Garbage Kids al temible “asesino del Metro”

De la irrealidad de los Garbage Kids al temible “asesino del Metro”

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En aquellos años, hubo un juguete que causó furor: los Cabbage Patch Kids (Los Chicos del Huerto de Coles): “niños” que no se compraban, sino que se “adoptaban”, pues sus fabricantes aseguraban que eran únicos. Muñecos con rostros sonrientes, de miradas apacibles aunque un tanto congeladas, que se presentaban como un juguete entrañable, que traían consigo su certificado de nacimiento y el documento que convertía a su propietaria en su madre adoptiva. Con muñecos así, modernizados y nacidos de la leyenda no tan popular en México, según la cual los bebés nacían en un huerto de coles, se daba otro cariz al rol materno que las niñas de los ochenta aprendieron.

Pero surgieron unos personajes extraños, oscuros, con la misma dulce mirada, pero a los que les ocurrían cosas grotescas que les costaban la vida o que observaban conductas que iban de lo repugnante a lo aterrador. Eran los Garbage Pail Kids (Los chicos del bote de desperdicios), y no eran juguetes: habitaban en tarjetas coleccionables que hicieron furor en México en la segunda mitad de la década.

Los Garbage se parecían mucho a sus “gemelos buenos”: caritas sonrientes, ojos grandes y largas pestañas. Pero todos tenían un oscuro destino: Adam Bomb apretaba un botón y su cabeza explotaba; Frigid Bridget moría congelada por no haber podido alcanzar el picahielo y Noah Body vivía en un carrito de inválido… porque era solamente una cabeza.

A los Garbage todo les pasaba, y muchos tenían un final trágico, siempre con una sonrisa bobalicona en los labios. Otros tenían conductas francamente repugnantes: lo mismo jugaban con las enormes cantidades de moco que producían sus narices, que vomitaban en la comida que estaban preparando. Muchas de las tarjetas de los Garbage eran una manifestación de humor negrísimo, y algunas resultaban perturbadoras. Por todo eso se volvieron un producto demandadísimo por jóvenes y adolescentes, que los coleccionaban con constancia.

Tal vez por eso se comenzó a hablar mal de ellos: se les llamó “personajes satánicos”. Como no tenían más materialidad que el cartón en el que estaban impresos, no hacían daño ni mataban, pero muy pronto corrió la voz de que siendo tan perversos como eran, las tarjetas en las que venían estaban impregnadas de alguna droga alucinógena, que convertiría a los fans de los Garbage en adictos de triste futuro. Por eso, poco a poco, se fueron quedando sin mercado. En una década donde el mal se manifestaba en algunas películas taquilleras, y en best sellers de importación, las familias mexicanas aún no se acostumbraban a la existencia  palpable de lo políticamente incorrecto. Así, fueron desapareciendo. Hoy, esas tarjetas son productos de culto de una época en que resultaban inquietantes de tan inasibles.

Más terrenal era para las familias mexicanas de entonces, un criminal de carne y hueso,  como el llamado “asesino del Metro”, protagonista de la leyenda urbana nacional, que acechaba en los andenes atestados del Sistema de Transporte Colectivo, aguardando el momento propicio para, de un empujón, arrojar a las vías a la víctima elegida. A la larga, y como los Garbage, el asesino del Metro no tuvo corporeidad. Nunca hubo nombre y apellido, retrato hablado fiable. No por eso dejó de ser temible para los viajantes de aquella época, que, noche a noche aguardaban el convoy anaranjado, con el callado temor de sentir, de repente, un par de manos homicidas sobre sus espaldas. (Bertha Hernández).