Opinión

¿De verdad cambiaremos después de la pandemia?

¿De verdad cambiaremos después de la pandemia?

¿De verdad cambiaremos después de la pandemia?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Pocos días después de que Italia se confinara para tratar de frenar al coronavirus, las imágenes de pececitos repoblando unos cristalinos canales de Venecia, o incluso la de un delfín asomando el hociquito en el puerto de Cagliari, dieron la vuelta al mundo, sobre todo, a través de las redes sociales.

El mensaje de que nuestra grave pandemia estaba convirtiéndose en una inesperada tabla de salvación para una naturaleza agotada por nuestra desidia explotadora caló. Un cómic circuló bastante en Facebook: En él, un enfermo y triste planeta Tierra recibía una inyección que le devolvía la sonrisa. En la jeringa, gigante, se leía “COVID-19”. El mensaje era claro: El sufrimiento causado por el coronavirus en los humanos, estaba salvando al resto de especies con las que convivimos.

Ya a inicios de febrero, cuando la megalópolis china de Wuhan (tiene más habitantes que la Ciudad de México), epicentro de la pandemia, se puso en cuarentena, en este mismo periódico publicamos la imagen que mostraba cómo se habían desplomado los niveles de contaminación gracias a su confinamiento, el primero del mundo en esta crisis global.

Estas imágenes se han repetido luego en India, en Perú, o en buena parte de Europa. Y no cabe duda de que en las mega urbes mexicanas nos iría muy bien un descenso de la polución del aire, pero por ahora nada hace pensar que un confinamiento nos haga el doble favor de detener el virus y limpiar el aire que respiramos.

Este tipo de evidencias dan fuerza a la ciencia, que nos insiste una y otra vez en que debemos cambiar drásticamente muchos de nuestros hábitos más arraigados para hacer frente a la crisis climática, y han sumado a este creciente y grandilocuente argumento de que el mundo ya no será nunca más como lo conocemos ahora. Bueno, ahora, antes de la pandemia.

Como ver Game of Thrones hasta hace un año, ahora está de moda decir que las cosas van a cambiar severamente. Es difícil escapar de esta afirmación, que acapara desde reflexiones filosóficas publicadas a página completa en periódicos nacionales hasta pequeñas pláticas en grupos de WhatsApp. Sin embargo, existen pocas evidencias que nos permitan llegar a tal conclusión.

Será que peco de escéptico. De demasiado escéptico; pero esto ya lo vimos antes. Recuerdo perfectamente cómo, en lo más hondo del agujero en el que el azote de la crisis financiera metió a España hace una década, se hablaba de refundar el capitalismo. De cómo las cosas tenían que cambiar. De que el sistema necesitaba repensarse para sobrevivir. De que nunca podíamos dejar que volviera a ocurrir algo así. La crisis era total, e incluso hubo alguna reunión en que las élites políticas se deshicieron en habladuría sobre estos cambios que vendrían.

Y, desde luego que hubo cambios. Nada de refundar el capitalismo, pero es innegable que el sistema en el que vivimos evolucionó. Pero evolucionó en la línea de los últimos 150 años: Más desigualdad, más riqueza para unos y más miseria para otros. Más explotación, más subordinación y más eficiencia tecnológica. De aquella crisis nacieron los sub empleos en aplicaciones como de transporte como Uber o Didi y de reparto de comida como Rappi o Postmates. Comodidad para unos, fortuna para otros, y fragilidad para el resto.

No encuentro, por tanto, motivos para pensar que ahora será distinto. Tenemos la boca tan llena como entonces, y todavía menos motivos para creer en los cambios que hace diez años.

El teletrabajo puede aumentar en popularidad, y puede ser la piedra fundacional para crear una cultura de trabajo menos esclavista en oficinas de alrededor del mundo y eliminar el detestable “presentismo”, es idea de que el empleado no se marcha hasta que el jefe dice adiós, tan arraigada en muchas culturas. También es posible que algunas personas, a título individual, aprendan a valorar más la sanidad pública. Pero la realidad es que, más allá de cambios menores y de aprendizajes anecdóticos, no veo razón para pensar que, cuando esto pase, no volveremos a lo de siempre.

Todos necesitaremos olvidar este trauma colectivo. Cambiar cosas a gran escala supondría mantener en nuestra consciencia el mal trago, mientras que tratar de regresar a la vida de diciembre de 2019 con las mínimas alteraciones posibles facilitará el olvido.

Solo hay un escenario en que nuestra sociedad podría cambiar de verdad: Que esta crisis dure, no dos meses, sino dos años. Que no logremos encontrar una vacuna hasta bien entrado 2021 y los confinamientos se alarguen por meses y meses, causando un trauma tan grande que fuerce a replantear estructuras sociales completas, a innovar en cómo nos relacionamos y trabajamos. Que haga que lo que ahora es una crisis se convierta en una nueva normalidad. Eso sí, entonces, quizás, estaremos viviendo en una verdadera distopía.

marcelsanroma@gmail.com