Metrópoli

Dejó finalmente la calle; de la mano de su hermano y del COVID encontró la vida nueva

“Ni mujer de la vida galante ni señora del tacón dorado, mucho menos mujer de la vida fácil. Ser prostituta, o como ahora les ha dado por llamarnos, sexoservidoras o trabajadoras sexuales, no es nada fácil”, señala.

“Ni mujer de la vida galante ni señora del tacón dorado, mucho menos mujer de la vida fácil. Ser prostituta, o como ahora les ha dado por llamarnos, sexoservidoras o trabajadoras sexuales, no es nada fácil”, señala.

Dejó finalmente la calle; de la mano de su hermano y del COVID encontró la vida nueva

Dejó finalmente la calle; de la mano de su hermano y del COVID encontró la vida nueva

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

De piel canela y ojos color miel, finalmente cambió de giro. La emergencia sanitaria por el COVID-19 la obligó a dejar sus minivestidos, por pantalones de mezclilla, ha guardado sus blusas transparentes y escotadas y ahora usa playeras cerradas, sus zapatos de tacón de aguja y sus medias de malla ya no los usa más, es más cómodo manejar con tenis y el maquillaje es más discreto. Dejó la calle, el oficio para convertirse en ruletera.

“Ni mujer de la vida galante ni señora del tacón dorado, mucho menos mujer de la vida fácil. Ser prostituta, o como ahora les ha dado por llamarnos, sexoservidoras o trabajadoras sexuales, no es nada fácil”, señala.

La pandemia y los encierros pusieron en jaque sus ingresos, pero justo eso hizo que su ángel de la guarda saliera a su rescate, señala. “Hablé largo y tendido con mi hermano de la situación, de que pues la cosa comenzaba a ponerse bien dura y que me iba a quedar sin comer…. A mi hermano le ha ido bien en la vida, ¡claro!, ha tenido que chingarse mucho, tiene tres taxis, y me ofreció uno y ahora soy taxista”, relata.

“Él me enseñó a manejar hace mucho tiempo, me pagó mi tarjetón, ni siquiera nos imaginábamos que un día íbamos a estar viviendo como ahora... desde abril he logrado salir adelante con el taxi”.

La más contenta, resalta, es su hija, Estrella, ya no se queda sola por las noches, y ya dejó de tener una mamá enfermera, que siempre tenía el turno nocturno…

“Dime tú”, cuestiona con esa rudeza que da la calle, “¿crees que acostarte con uno que huele a borracho o que apesta a sudor o que trae la ropa sucia, sea algo fácil? ¡Claro que no! Cualquier mujer saldría corriendo porque una vida así no es cosa sencilla”.

Ella es Carmela y se autodefine: “Ante todo soy un ser humano que respeta a los demás para que me respeten”.

Después de sus más de tres décadas de ejercer el oficio más antiguo del mundo, manifiesta que todo parece indicar que le llegó el momento de dejar la prostitución. “Eso soy, yo no le tengo miedo a las palabras, a esto me he dedicado toda mi vida y pensé que me iba a morir así, pero el coronavirus me vino a cambiar la vida, como muchos”.

En entrevista con Crónica, a sus 54 años, comparte que desde los 20 comenzó en la prostitución, cuando su padrastro abusó de ella y su madre le dio la espalda. La única persona que nunca la abandonó a su suerte es su hermano, cinco años mayor que ella, “sólo a él le he permitido que me llame puta en tono de broma, nunca con esa mala leche de otros”.