Opinión

Derecha pura y dura

Derecha pura y dura

Derecha pura y dura

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En medio del ambiente de polarización que vive el país, hay signos preocupantes de una revitalización de la ultraderecha mexicana, que siempre ha estado allí, pero que ahora saca la cabeza, en la esperanza de cosechar simpatías en el ambiente enrarecido.

En varias naciones, significativamente en Europa, las formaciones fascistas, que durante una generación estuvieron sepultadas por sus pecados, han recobrado fuerza, animadas -como todo buen populista- en la crisis de resultados de las democracias representativas. Es el caso del Frente Nacional francés, de Alternativa por Alemania, de la Liga y Hermanos de Italia, del proscrito Amanecer Dorado en Grecia y de varios partidos y coaliciones, algunos ya en el poder, en Europa del Este.

En España, donde durante décadas los nostálgicos del franquismo tuvieron que esconderse dentro de partidos de la órbita democrática, surgió hace años Vox, que es una organización sin pelos en la lengua: xenófoba, racista, clasista, en contra de los derechos de las minorías y de las mujeres, dispuesta a reivindicar el legado del dictador Franco.

Un grupo de senadores del PAN, encabezados por Julen Rementería, decidió invitar a Santiago Abascal, líder de Vox, para firmar en México un manifiesto pergeñado por los españoles, supuestamente para frenar el avance del comunismo. Rubricaron el asunto 13 legisladores de Acción Nacional y, de paso, dos del PRI.

Un puñado de senadores panistas se deslindó del gesto de inmediato. Ubico entre ellos a Gustavo Madero, Laura Rojas y Xóchitl Gálvez. Pero la reacción de la dirigencia nacional y de otras figuras relevantes de ese partido fue tibia, por decir lo menos. No estaban de acuerdo, pero tampoco se rasgaban las vestiduras: cada quien su “libertad”. Como si fuera razonable compartir proyecto político con quienes simpatizan con el fin de todas las libertades, menos la de empresa.

La idea de “frenar el avance del comunismo” es ridícula, y más en nuestro país, donde el gobierno se ha decantado por una suerte de nacionalismo asistencialista altamente centralizado, que nada tiene qué ver con los postulados socialistas y en el que, en todo caso, hay gestos impostados de izquierda, todos en el ámbito de lo simbólico. Ninguno en el de las políticas públicas.

A esa impostura la quieren vender como “avance del comunismo”.

Uno de los problemas de AMLO es que hay un enorme desfase entre lo que fue su discurso de campaña presidencial y la realidad de su gobierno, que ha sido tan estridente como lo prometía, pero mucho menos progresista. La reunión entre panistas y el líder fascista español le ha dado a López Obrador municiones de las que carecía: le ha permitido mostrar a la oposición (ya se sabe que le gusta generalizar) como la dibujaba en sus caricaturas mañaneras y le ha permitido ponerse del lado de una izquierda a la que sólo pertenece retóricamente.

La realidad es que hay una ultraderecha que siempre ha habitado en Acción Nacional -de hecho, estaba en el germen-. Estos extremistas, con los años, habían sido relativamente relegados por una mayoría conservadora, pero movida por los principios democráticos. Hoy vuelven por sus fueros en busca de la hegemonía del partido. En la medida en que el blanquiazul lleva un rato con el rumbo perdido, no es descartable que terminen por obtenerla.

¿Cuál es su idea? Es la de llevar la teoría del péndulo al extremo. Pasar de un gobierno de “extrema izquierda” a uno de “extrema derecha”. Para ello, necesitan primero colocarle el sambenito de “extrema izquierda” al gobierno de López Obrador, aunque no le quepa y, a partir de ahí, intentar colocar a todo el descontento social que ha generado AMLO en el otro extremo. Si funcionó en Brasil ¿por qué aquí no habría de hacerlo?

Pero los senadores pan-voxistas no son los únicos. Recientemente, el diputado Gabriel Quadri, electo bajo las siglas del PAN, justificó el golpe militar chileno de 1973 afirmando que el presidente constitucional Salvador Allende “abrió la puerta” al golpe por tratar de “imponer el comunismo con el 35% de los votos” y que permitió a Fidel Castro “gobernar Chile durante un mes”.

Más allá de las falsedades e inexactitudes históricas, en el breve texto de Quadri se lee que ese golpe de Estado, aunque sangriento y terrible para la población, no fue por los militares traidores a su Constitución o por la intervención extranjera, sino porque el presidente socialista les “abrió la puerta”. En otras palabras, según Quadri, lo hicieron porque Allende creó las condiciones para ello.

Esas justificaciones golpistas son música para los oídos de López Obrador. Le ayudan, a su vez -porque está obsesionado con los golpes que derribaron a Madero y a Allende- a justificar su intolerancia a toda crítica y su anhelo de unanimidad a su alrededor. Si fue capaz de ver “golpismo” en el deseo de la oposición de ganar una elección, qué no será capaz de ver aquí, cuando un miembro de la bancada del PAN lo justifica. Sirven para endurecerlo (y tal vez de eso se trata).

Uno de los temas pendientes para la oposición democrática mexicana es qué hacer con la ultraderecha que tiene incrustada. Una postura de “dejar hacer, dejar pasar” ante sus excesos, la condenará a una de dos opciones: o alejar a potenciales votantes desilusionados con López Obrador, pero que no quieren pasar de la sartén al fuego, o al final rendirse a un discurso todavía más polarizador y maniqueo.

Por lo mismo, a la derecha pura y dura hay que ponerle un alto.

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