Diez años sin Monsiváis
A principios de 1958 dos muy jóvenes escritores, Carlos Monsiváis y su amigo José Emilio Pacheco, cruzaron las puertas del periódico El Nacional en la calle de Ignacio Mariscal de la Colonia Tabacalera. Preguntaron por Juan Rejano, el exiliado español que dirigía por entonces la Revista Mexicana de Cultura, el más importante suplemento cultural de aquel entonces. Subieron las escaleras hasta alcanzar el pasillo del primer piso, en cuyo oscuro final se encontraba el pequeño cubículo del director del suplemento. Apenas encima de las enormes prensas del periódico y el olor a tinta, a papel y gasolina flotando en el ambiente.,
Muchos años después, cuando yo tenía 28 años, Enrique Cabrera en ese entonces directora de El Nacional me invitó a dirigir la segunda época del suplemento sabatino Lectura, que seis años atrás había dirigido el gran literato Arturo Cantú. Por más de un año ocupé esa misma oficina, y aún sentía el rumor de Juan Rejano y de varias generaciones de escritores que pisaron ese mismo cubículo.
Regreso a la anécdota de marras. Eran en verdad muy jóvenes. Ninguno de los dos había cumplido veinte años. Monsiváis cumpliría justamente veinte años en el mes de mayo de aquel 1958, pero ya para entonces era profesor de literatura en la Escuela Nacional Preparatoria y jefe de redacción de la revista Medio Siglo, que agrupó en torno de esta publicación estudiantil a una generación de prominentes intelectuales y políticos mexicanos, entre ellos Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Sergio Pitol, y Porfirio Muñoz Ledo.
Ambos llevaban una colaboración bajo el brazo, Juan Rejano ya había oído de su prematura fama como dos jóvenes eruditos e inquietos y los había invitado a colaborar. Unas semanas después aparecieron sus primeros textos. Pacheco fue el primero en publicar: un monólogo teatral en un acto titulado “La Reina”, publicado en el mes de abril. El 11 de mayo, una semana después de su cumpleaños número veinte, Monsiváis publicó por primera vez en un diario de circulación nacional. Es un momento muy significativo para el periodismo mexicano, y para su propia carrera como uno de los más prolíficos y brillantes periodistas mexicanos del siglo XX.
Pero curiosamente su primera publicación no fue un texto en prosa sino un poema, un poema de amor, para ser más precisos, y que tiene el eco de sus lecturas de los poetas Contemporáneos y en especial de Villaurrutia. La poesía fue un género que Monsiváis ejerció más como lector, crítico y antologador que como poeta,
He querido recordar de nuevo este inusual poema del joven Carlos Monsiváis, que ha quedado en el olvido, en su décimo aniversario luctuoso que se cumplió esta semana:
Esta herida presencia
A Mercedes
I
Esta herida presencia
en el color más cierto de la tarde,
llagada de cristales;
en el cayado duro de la muerte,
mojándose de sed,
como el juego secreto
de una fruta crecida en nuestra ausencia
como el desprendimiento
del corazón de espejos que nos cubre.
En el dolor, tu pecho
Aderezado como viento errante,
ungido en sal y tiempo;
repartida la yerba de tu nombre
para rodear la noche
y edificar amor en su costado
II
Llevo una ola adentro
de un amor secreto océano,
de peces olvidados y brillantes
y llevo un río desnudo,
amarrado a los huesos,
para anunciar allí toda sonrisa,
para que se contemplen los pies humedecidos,
para pulir guijarros con las lágrimas,
para que viva tánto
que se desborde en forma de otro cuerpo.
En mi angustia
me estoy sentado adentro
y al corazón le basta mi silencio
III,
Un poema se viste de palabras,
cuando se le ha vertido
la más pura semilla;
y se recibe de raíz humana;
se le transforma en árbol
y se arde con sus hojas,
y se sienten sus fibras
suspendidas del aire de la boca,
para que el tronco llene de serpientes
la piel, tierra cerrada
donde el eco no forma sombra propia
ni se adentra la sangre.
Deja amada, tu luz en el poema
que cave huecos vivos
para que allí se siembren nuestros hijos
y al no altivarse el barro
brota así con tu altura, permanente.
Déjame estar, amada, en el poema
como muro de espera,
como el vidrio no usado en un suicidio.
Rota la esfera ciega de tus senoss;
invadidos de ti, etapas de silencio
nuestros besos;
aldea desierta el hombre,
yo te espero
convulso en la esperanza
como la tea derruida en el pasaje bíblico,
como el amor
que se quedó dormido
en la ruta que sigue hasta tu cuerpo.
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