Opinión

¿Dónde está el villano? en recuerdo de Daniel Cosío Villegas (primera parte)

¿Dónde está el villano? en recuerdo de Daniel Cosío Villegas (primera parte)

¿Dónde está el villano? en recuerdo de Daniel Cosío Villegas (primera parte)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Se cumplieron el mes pasado 45 años del fallecimiento de uno de los grandes historiadores, pensadores y creadores de instituciones culturales de México: Daniel Cosío Villegas.

En su recuerdo dedico esta entrega y la próxima a rescatar y comentar un ensayo magnífico que publicó en marzo de 1952 en el número 3 de la revista Historia Mexicana de El Colegio de México –institución que presidió entre 1957 y 1963– con el título sugerente: “¿Dónde está el villano?”.

El ensayo diserta con rigor, desde la inquietud y con cierta dosis de frustración, sobre un momento clave en la historia moderna del país: el año de 1867, el inicio de la República Restaurada con el presidente Juárez a la cabeza de una generación de militares y políticos liberales, y un país en ruinas que acariciaba, de nuevo, el sueño de paz, independencia, unidad y progreso.

Tras una década de experiencias violentas por las guerras de Reforma y de Intervención, cuando por fin los liberales podían tener un respiro para gobernar con estabilidad, restaurar el orden y promover el crecimiento del país, algo pasó. Algo salió mal.

La República Restaurada se habría de enfrentar a muy diversos problemas, disputas internas, alzamientos militares regionales, decisiones políticas equivocadas, hasta concluir nueve años después con el surgimiento del porfiriato.

Un periodo, el de la República Restaurada, donde las libertades florecieron y el debate público “se parecía a los de una asamblea revolucionaria”: intenso y conmovedor, pero que finalmente arrastró de nuevo al país a la vorágine de la guerra civil, las asonadas militares, los fraudes electorales y los golpes autoritarios.

¿Quién es el villano en esta nueva tragedia? se pregunta Cosío Villegas en el ensayo de marras. Las respuestas son múltiples y de ello da cuenta en veinte páginas polémicas y no menos documentadas.

¿Es posible acaso buscar las coincidencias de este alegato de 1952 con la realidad actual de México? Así me parece.

“En cierta forma –escribe– toda la historia de México y del mexicano me parece explicable y no me inquieta mucho hasta llegar a la edad moderna, al año de 1867, o para mayor exactitud, al segundo semestre de ese año, iniciación de tal edad. Benito Juárez hace su entrada triunfal a México el 15 de julio de 1867, después de cuatro años de un gobierno que se desvanece hasta convertirse en símbolo. (…) No existía, pues, enemigo, ni en el interior ni en el exterior, es más, sonaba ya la hora de olvidar el pasado y afanarse al futuro”.

Como una señal del destino, nos cuenta, aquel día se registró una gran tormenta en la Ciudad de México que afectó y obligó a cancelar los festejos del triunfo republicano. “¿Por qué cayó sobre México ese chubasco furioso? ¿Por qué la nación no llegó a ser el firmamento de luces prometido? (…) Hallar el maleficio que tornó la luz en sombra; atrapar al villano del chubasco, es el gran tema de la vida mexicana de 1867 a 1876”.

No me detendré en los detalles de esta explicación porque no hay espacio para hacerlo. Enfatizaré en cambio en algunos pasajes del ensayo que, como ya decía, pueden ayudarnos a contrastar aquel momento con el presente mexicano.

Así por ejemplo, Cosió Villegas considera que a resultas de las divisiones internas del país, los grupos de poder regional, la supervivencia de poderes fácticos entre los sectores conservadores que se opusieron a la reforma liberal y apoyaron, después, a la intervención francesa, “el país estaba destinado a una vida política muy inestable”.

“En el grupo de los vencidos, la aspiración mayor era la conciliación: borrar la huella de la lucha, la distinción entre vencedores y vencidos, para (juntos) comenzar una nueva vida, (…) a reserva de que otra vez, en el futuro, divergieran. (…) Los vencidos murmuraban que sin esa conciliación general no habría paz”.

Los vencedores no oyeron con esa claridad el llamado a la conciliación, fueron beligerantes, duros, en algunos casos rencorosos. Muy pronto se desagarró de nuevo la posibilidad de dialogar y de pactar, en medio de un fuego cruzado de reclamos virulentos, insultos y descalificaciones: “los unos para justificar en nombre de altos, de altísimos principios, sus poderes casi sobrenaturales; los otros, (los derrotados) para defender la causa más personal, más directa, más concreta, pero no menos decisiva, de su derecho atropellado”.

Tuvimos entonces, nos dice Cosío Villegas “la prensa periódica más libre, más abundante, más inteligente, más honda y apasionadamente preocupada de los problemas nacionales que haya tenido México en toda su historia”.

“Pero de nuevo, un clima así, de discusión libérrima, encendida, diaria, no era el más propicio para la vida conciliadora y ordenada a que aspiraban entonces los mexicanos”.

“Por una parte el gobierno estaba sujeto a un escrutinio inverosímil por su pertinacia y penetración. Su autoridad fue, en el mejor de los casos, una autoridad discutida. Por otra, el gobierno, acosado sin respiro, debía gastar mucha de su energía y de su tiempo, y algo de sus recursos, en defenderse, y atacar, por eso su acción y su pensamiento se concentraban en la riña política del día, descuidando la acción administrativa lejana, y sobre todo, la de fomento o promoción”.

De ahí “nació la desconfianza y el odio al ideólogo, (al intelectual), el distanciamiento de éste (con) el ´hombre de acción´. (Esa fue) por ejemplo, la fuente del desprecio profundo de Porfirio Díaz por la palabra y por la pluma, que de ahí tuvo su origen inmediato la fórmula de ´menos política y más administración´, (…) que habría de dar al traste con todas las libertades públicas recientemente conquistadas”.