Opinión

Eduardo Matos Moctezuma: arqueólogo de arqueólogos

Eduardo Matos Moctezuma: arqueólogo de arqueólogos

Eduardo Matos Moctezuma: arqueólogo de arqueólogos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Leonardo López Luján*Segunda ParteLibros y aulas

En fin, la incansable actividad de Eduardo en el campo y en el gabinete se cristalizó pronto en una bibliografía realmente colosal. Para quien le gustan los números, digamos que es autor de más de 40 libros y coordinador de 25 obras colectivas; que ha escrito más de 500 capítulos, artículos y notas; que ha redactado 60 prólogos, introducciones y presentaciones, y ha publicado más de 40 guías y catálogos de exposiciones. Estos trabajos han aparecido en 38 lenguas distintas y muchos de ellos han sido objeto de continuas reediciones. Contentémonos con evocar aquí algunos de sus libros clásicos como Muerte a filo de obsidiana; Pedro Henríquez Ureña y su aporte al flolklore latinoamericano; El Negrito poeta mexicano y el dominicano; Teotihuacan; Los aztecas; Vida y muerte en el Templo Mayor; Las piedras negadas; Tenochtitlan; Obras maestras del Templo Mayor; La muerte entre los mexicas; Escultura monumental mexica, y Grandes hallazgos en la arqueología.

Junto con la investigación, la docencia se ha encontrado siempre entre las mayores preocupaciones de Eduardo. A lo largo de cinco décadas, ha impartido clases en muy variadas instituciones superiores de México, los Estados Unidos, Francia y España. Por lo común, sus cursos más solicitados han sido los de “Arqueología general”, “Arte prehispánico”, “Historia de la arqueología”, “Mesoamérica”, “Seminario mexica”, “Arqueología social iberoamericana”, “Técnicas de investigación arqueológica” y “Seminario de la muerte”. A esto hay que sumar que él fundó la Maestría en Arqueología de la ENAH, la cual está ahora bien consolidada y es semillero de profesionales de alto nivel.

LA DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO. Otro aspecto seminal de su carrera ha sido el de la difusión y la promoción cultural. Los resultados de sus investigaciones han llegado a un público amplísimo, gracias a las más de mil conferencias que ha presentado en foros para legos y conocedores, tanto de México como del extranjero. Eduardo no sólo es un gran expositor, sino que su sentido del humor cautiva de inmediato a las audiencias. Recordemos igualmente que él fue quien creó el Museo del Templo Mayor, que es el tercer recinto del INAH más visitado en la Ciudad de México. Asimismo, concibió y llevó a feliz término el Museo de la Cultura Teotihuacana, ubicado a un costado de la Pirámide del Sol. En las últimas décadas, su contacto con el público visitante lo ha hecho involucrarse como curador de exitosas exposiciones temporales, entre ellas Los dioses del México antiguo y Descubridores del pasado en Mesoamérica en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, Seis ciudades de Mesoamérica en el Museo Nacional de Antropología, además de Moctezuma's Mexico en Denver y Aztecs en la capital inglesa.

En forma sorprendente, todas estas ocupaciones no le han quitado tiempo a Eduardo para incursionar en espacios que podemos considerar atípicos para alguien de nuestro medio. Fue director de El Gallo Ilustrado, suplemento cultural del periódico El Día; condujo el programa Reflexiones en el Canal 11; contó con su propio espacio de opinión en ABC Radio, y tuvo la curiosidad de presentarse, sin ser muy aclamado debo confesarlo, en el cine, la ópera, el ballet y la escultura monumental. Afortunadamente pocos recuerdan su aparición efímera como príncipe persa en la ópera Turandot, puesta en escena por José Solé, ni su coreografía en Mictlan/9 de Rosa Romero y, menos aún, la enigmática secuencia en que clava una tabla en medio del Zócalo, esto en la película Tequila de Rubén Gámez. Eduardo también concursó sin éxito en alguna bienal de Bellas Artes (en la que inscribió una escultura de grandes proporciones con forma de vagina y que llevaba por título París, o de dónde venimos y a dónde vamos) y publicó su célebre colección de poemas eróticos llamada “Erectario”, en el suplemento “Sábado” del periódico Unomásuno.

PROFETA EN TODAS PARTES. Como imaginarán, ante una vida tan productiva, los reconocimientos no se han hecho esperar: Matos Moctezuma ha sido merecedor de tres condecoraciones del gobierno francés (una más, por cierto, que María Félix); a saber, las Palmas Académicas, la Orden de Artes y Letras, y la Orden Nacional al Mérito. En los Estados Unidos le otorgaron el doctorado honoris causa de la Universidad de Colorado y la prestigiosa Medalla Nicholson de la ­Universidad de Harvard. También se ha hecho acreedor a la Orden Andrés Bello de ­Venezuela y a las membresías honoríficas del Instituto Arqueológico de América, el Instituto Arqueológico Alemán y la Sociedad de Anticuarios de Londres. Por fortuna, Matos también es profeta en su tierra, como lo demuestran su adscripción a El Colegio Nacional, a las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, al Seminario de Cultura Mexicana, así como el haber recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y el doctorado honoris causa de la UNAM. Y ya no menciono las condecoraciones que, casi cada 15 días, ha recibido en los últimos años y que muy pronto lo harán émulo del alférez Lobo Guerrero, mejor conocido como el General Medallas.PROPUESTAS Y OBSESIONES. De nuestro maestro hemos heredado esa contagiosa pasión por el estudio de las civilizaciones originarias de México. De él nos quedan muchas enseñanzas, fundamentalmente sobre los temas que surgen de manera recurrente a lo largo de su producción bibliográfica. Uno de ellos es la revisión crítica del concepto Mesoamérica y la periodización de su devenir, así como el surgimiento y transformación de las sociedades complejas. Otro es su búsqueda obsesiva de la interdisciplina, muy a la manera de Manuel Gamio. A este respecto, es interesante señalar que, hace muchos años, Eduardo declaró a los medios que, si él fuera electo director general del INAH, crearía proyectos integrales en seis regiones indígenas privilegiadas de la República para estudiar todos los aspectos de la cultura desde las muy variadas perspectivas de la antropología.

Otro tema apreciado por Eduardo es el de la muerte y las geografías del más allá en la cosmovisión mesoamericana. En él me resulta particularmente convincente su propuesta de que el inframundo era concebido como un lugar oscuro, frío, húmedo y compuesto por nueve niveles verticales debido a que emulaba la naturaleza del útero materno y a que éste, durante la gestación, interrumpía nueve ciclos menstruales. Esta hipótesis explica también por qué muchos individuos eran sepultados o cremados antiguamente en la llamada posición fetal, lográndose por este procedimiento de magia imitativa, asegurar su retorno al vientre de la madre tierra que les había dado origen.

Mencionemos, asimismo, el gusto de Matos Moctezuma por dar cuenta del desarrollo de su propia disciplina, del cual es y se sabe protagonista. En su Historia de la arqueología del México antiguo, recientemente reeditada por El Colegio Nacional, reflexiona sobre los descubrimientos —materiales e intelectuales, remotos y recientes— que desde el presente resultan más significativos y cómo han incidido en los sucesivos esquemas conceptuales del gremio. Este ejercicio retrospectivo le permite reescribir el largo trayecto de su profesión y entender su situación actual. Se los recomiendo mucho.

UN HECHO SORPRENDENTE. Quisiera concluir esta presentación contándoles una de mis anécdotas favoritas sobre Eduardo. Esta historia aconteció hace exactamente tres décadas, el 30 de octubre de 1988. En ese día se dieron cita en la bellísima localidad italiana de Ravelo las máximas luminarias de la arqueología y la historia del arte grecolatinas. Allí estaban, entre muchos otros, Luisa Franchi, Christopher Parslow, Elisabeth Chevalier y Richard Brilliant, quienes se habían reunido para celebrar los 250 años del inicio de las excavaciones en las ruinas de Herculano. Tras las emotivas palabras inaugurales de Tony Hackens, el entonces vicepresidente del Programa de Arqueología de la Comunidad Europea, y en medio de una gran expectación, se apagaron las luces para que comenzara la conferencia inaugural. El orador invitado especialmente para esta ocasión, sin embargo, no se refirió a Carlo di Borbone, el inolvidable soberano de las dos Sicilias, ni a la encomienda que éste hiciera en 1738 al ingeniero español Roque Joaquín de Alcubierre para desenterrar los antiguos mármoles y bronces que se encontraban bajo el palacio real de Portici. Tampoco pronunció una sola palabra acerca de Herculano, ni sobre la manera en que este puerto romano pereció sepultado bajo los espesos lodos del Vesubio. Lejos de ello, el orador narró con todo detalle el hallazgo inesperado de la escultura de una diosa lunar llamada Coyolxauhqui y de la manera en que, diez años antes, en 1978, su equipo había comenzado a exhumar con todo cuidado el Templo Mayor de Mexico-Tenochtitlan.

El orador, como habrán adivinado, era Eduardo, quien con un gran conocimiento y orgullo habló de las pasadas glorias de otros Moctezumas. Algunos se preguntarán la razón de este extraño privilegio: ¿qué hacía un mexicano abriendo los festejos del nacimiento de la arqueología italiana y del surgimiento mismo de nuestra disciplina en su acepción moderna? La respuesta parece obvia: la enorme trascendencia de los trabajos de recuperación del recinto sagrado tenochca y la resultante revolución del conocimiento sobre la civilización mexica bien ameritaban tal distinción. Lo sucedido en Ravelo, más allá de lo anecdótico, nos demuestra en su justa dimensión el alcance e impacto del legado intelectual de Eduardo Matos Moctezuma.

* Integrante y presidente en turno de El Colegio Nacional.