Opinión

Eduardo Warnholtz: nadie se comunica con nadie

Eduardo Warnholtz: nadie se comunica con nadie

Eduardo Warnholtz: nadie se comunica con nadie

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay entrevistas que no tienen fecha de caducidad. Esta versión reducida para la serie micro entrevistas que ocasionalmente encuentra albergue por aquí, proviene de una charla que tuve hace ocho años con el fotógrafo Eduardo Warnholtz y sólo la primera pregunta es “nueva”.

–Voy a emplear un verbo que me imagino pones mucho en práctica: ¿Cómo te “visualizas” en este presente raro e incierto?

Acabo de cumplir sesenta años. Hace poco decidí vender mi casa y cambiarme de ciudad. Trabajar en una revista en donde los últimos cinco años se estaban tardando en pagarnos a los colaboradores entre ocho meses y un año resultaba insostenible. De tal forma que tuve que decidir cambiar de vida: Dar un giro total. No me arrepiento del cambio. Actualmente me encuentro en una especie de retiro profesional y espiritual, estoy aprendiendo a vivir el presente y a desprenderme del pasado para enfrentarme a un futuro incierto. Sin embargo, este cambio es resultado de los actos y esfuerzos a lo largo de la vida.

–¿La cámara para ti es un arma de acoso, un objeto de acercamiento al mundo, una máscara? ¿Sin ella te sientes desprotegido?

Siempre he pensado que mi vulnerabilidad disminuye mediante el uso de algún escudo que me proteja de las circunstancias que me presenta la vida. La cámara fotográfica, paradójicamente, me vuelve un descarado que se atreve a ver más allá; me convierte en un voyerista con licencia para acosar a los demás de forma legítima, y, sí, por supuesto, a ver el mundo con otros ángulos.

Las posibilidades de los objetivos de la cámara fotográfica nos acercan o alejan de las cosas o personas y nos dan la posibilidad de encontrar diferencias sustanciales con la visión normal del ojo. Para bien o para mal, el aparato fotográfico no deja de ser violento o dramático porque nos acerca a objetos y sujetos, mediante algunas formas de acoso. Sin embargo, eso no excluye que la cámara, al ponerse en la cara, funcione también como una máscara que impide la verdadera comunicación humana. Es decir, la que se establece entre pares, la que va de mirada a mirada. La cámara sólo permite una relación unilateral, de objeto (aparato) a sujeto. Que contrariedad, pero sí, la cámara, definitivamente protege, aunque no ayuda a afrontar lo suficiente la cruda realidad.

–El arte moderno está obligado a ser crítico, pero muchos le llaman a esa crítica: pesimismo. ¿Cuáles son tus válvulas de escape? Me hablabas de que formas parte de un club de payasos (clown). Te confieso que al principio me sorprendí, pero luego pensé que debe ser una actividad muy liberadora.

En primer lugar, te platicaré por qué me interesa ser un clown. Yo sufro de una enfermedad incurable que me diagnosticaron aproximadamente hace tres años, se llama artritis reumatoide sistémica combinada con fibromialgia. Ahora el padecimiento está controlado con medicamentos y ejercicio, pero también he buscado actividades que me ayuden a entender y a sobrellevar mis achaques. Una de éstas fue inscribirme hace tres años a un curso de clown y la vida me cambió radicalmente. He aprendido a ser un estúpido y a reírme de mí mismo. La vida personal no es tan trágica como uno la cree. El descubrimiento del idiota que llevo dentro me ha ayudado a enfrentar la vida con otra cara, con otra actitud y con mucho más paciencia.

Vivir con calidad en cuerpo y mente, es cada vez más difícil porque hemos perdido la brújula, comemos porquerías, respiramos elevadas cantidades de contaminación, somos altamente sedentarios, además de ser presas hipnóticas de computadoras, televisiones y tabletas electrónicas que nos idiotizan gran parte del día. Nadie se comunica con nadie a menos que sea digitalmente y a distancia. La formación actoral y el clown me ha facilitado entender lo anterior y he aprendido a reírme de todo esto. Sí, efectivamente, soy un payaso con una cámara fotográfica que se carcajea de la vida y de la desgracia, del eros y el tánatos, del amor y la muerte.

–¿Por qué en la sesiones fotográficas es más fácil que la mujer se desnude que el hombre? ¿Por qué incluso en modelos que no corresponden con los prototipos de belleza que nos restriegan en la cara todo el tiempo es más fácil ver mujeres desnudas que hombres?

Habrá que preguntarse por qué uno se desnuda públicamente; es obvio que la respuesta se encuentra en la relación perversa que existe entre el vouyerismo y el exhibicionismo. ¿A quién le gusta ver y a quién le gusta que lo vean? También está en juego la necesidad histriónica y la necesidad de reconocimiento de cada persona. ¿Qué tanto nos encueramos para lograr ese objetivo? Que nos quieran o que nos reconozcan, ya sea porque estamos bien marcados del estómago, o porque nos caemos de buenas, o porque queremos inspirar conmiseración. El problema radica en la necesidad de detectar huecos y en la ilusión de llenarlos. Se ha estudiado mucho cómo somos los hombres y cómo somos las mujeres. Según el sociólogo Alberto Alberoni, a los hombres nos gustan las mujeres en pedacitos, nuestra inquietud sexual está segmentada: chichis, nalgas, piernas; sin embargo, a las mujeres les interesan los hombres en su totalidad; no tanto si tienen buen pecho o buena nalga, sino que sea un hombre íntegro. La mujer piensa en la continuidad ideal en la relación con un hombre y este último en la discontinuidad de la relación con cualquier mujer; en este caso, con la imagen de un fragmento de su cuerpo.

–Te has puesto a reflexionar a qué aspiras con tu fotografía. ¿Está implícita la idea de transcendencia o renunciaste a ella?

Al liberar mis imágenes al juicio y valoración de los espectadores, termina mi trabajo y la obra empieza a ser parte de quien la mira y hace uso y lectura de ellas. Ahí radica la trascendencia del trabajo o su posibilidad a terminar en el basurero del olvido. Lo cual no implica que quiera renunciar a la idea de expresarme, sea cual sea el medio: como fotógrafo, como pintor, como escritor, como payaso, como actor, como músico, como poeta, como me dé la gana. Lo que me importa sobremanera es no dejar las ideas encerradas en un cajón, sería similar a saberse con una voz excelente y sólo cantar en la regadera. Las imágenes, cuando fluyen en la sociedad corren el riesgo de convertirse en artículos de consumo. Algo que en un comienzo se hizo con la finalidad de expresión personal, puede ser arrebatado por los publicistas para generar ganancias económicas y un cambio en las conductas del consumidor. Contra esto, la única solución es no mirar atrás y seguir expresándose, seguir creando y seguir creyendo en lo que uno es y en nuestras propias capacidades. Dice una canción jarocha: “el que va de camino, va caminando, el que se queda, queda siempre pensando”.