Opinión

Educación, estado y cultura

Educación, estado y cultura

Educación, estado y cultura

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A Luciano Concheiro, fraternalmente.

La educación debe desarrollarse de acuerdo con grandes trazos. Pienso que el primero de ellos lo define el Estado nacional-democrático del que formamos parte. El Estado engloba un conjunto de normas positivas e instituciones que fueron creadas por nosotros, los ciudadanos.

Dada esa prioridad, se deduce que la primera tarea de la educación pública es la formación de ciudadanos capaces de actuar en la construcción cotidiana de una sociedad democrática, pacífica, libre, respetuosa de las leyes, de los derechos humanos y unida en la solidaridad y la fraternidad.

Éste es el fundamento del edificio. El segundo elemento es la cultura que se quiere transmitir a las nuevas generaciones. La cultura universal debe ocupar un lugar central, desde luego, pero la llamada cultura nacional suscita controversias. ¿Se quiere volver al pasado? Es decir, ¿volver al discurso nacionalista que pregonó la Revolución Mexicana? Como sabemos —gracias a autores como Octavio Paz y Carlos Monsiváis— era un nacionalismo abstracto, retórico y autoritario que, aunque recuperaba el pasado indígena prehispánico se sostenía sobre la creencia de que México era racialmente mestizo, como lo pensó don Andrés Molina Henríquez.

Ese nacionalismo inspiró ensayos literarios de autores célebres que abogaron por buscar la identidad, la esencia, los rasgos propios que caracterizaban a los mexicanos. Samuel Ramos, Jorge Portilla, Alfonso Reyes, Santiago Ramírez, Octavio Paz, entre otros, se empeñaron en encontrar esa piedra filosofal. Roger Bartra hace un recuento de estos ejercicios en Anatomía del Mexicano (2002).

El mismo Guillermo Bonfil en su excelente obra México profundo, de alguna manera, viajó en ese mismo barco pues su empeño, junto con la definición civilizatoria, fue descubrir la verdadera identidad cultural de México concluyendo que éste era una comunidad cuya raíz estaba en Oriente y no en Occidente. Se trata, dice Claudio Lommitz, de otro esencialismo.

No hay una identidad mexicana, todos lo sabemos, lo que hay es muchas identidades, muchos Méxicos, fragmentados, dispersos, envueltos cada uno en su propia soledad y su propio abandono. El México dominante, decía Bonfil, es un México irreal, sin raíces, carne ni sangre, es una imagen ilusoria amputada de la realidad, un orden sustentado en las masas integradas a la modernidad y en la negación sistemática del mundo no-moderno e indígena.

Pero el pasado primero de julio de 2018 se produjo un cambio radical. Oscuras masas del pueblo que habían permanecido hasta entonces invisibles, masas anónimas, desheredadas y hartas de un sistema político que los explotaba, los despreciaba y los humillaba, tomaron la escena por asalto.

Esa revolución civil dio la pauta al mismo tiempo para solucionar la orientación que debe tener la educación. El proyecto cultural de la Cuarta Transformación debe ofrecer, junto a la cultura universal una orientación nacionalista-popular. Un nacionalismo fundado en la estrecha alianza entre el Estado y las masas populares. Por lo mismo, me parece claro que la educación debe responder, por primera vez en la historia a “los de abajo”, asumir el carácter multicultural del país y acoger en su seno —como contenidos y como formas de organización—la diversidad cultural que ha sido objeto sistemático de negación por parte del Estado. Integrar tal diversidad en la educación hará posible, con el tiempo. la emergencia de una nueva unidad nacional, un espacio donde todos los mexicanos, sin importar su condición social, o, su origen cultural, puedan interactuar en términos de igualdad y libertad.