Opinión

El agandalle

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Me dirán que sucede en todo el mundo. Es posible que sí, pero entre nosotros el agandalle está más extendido. ¿Por qué sucede? Nunca dejaremos de lamentar que el agandalle se volvió, desde hace muchos años, una educación entre nosotros

“Entre nosotros, la mordida es la defensa del ciudadano ante la aplicación discrecional de la ley”

Luis Fernando Lara*

A todos nos habrá sucedido alguna vez, cuando podíamos ir al cine, e incluso cuando esperábamos que nos atendieran en algún negocio: hacíamos cola, respetuosa y pacientemente, y de pronto llegaba alguien que se metía en ella, con toda clase de justificaciones. Cuando vamos en coche, hemos aprendido que no conviene dejar la distancia necesaria con el coche que nos precede, para impedir que alguien se nos meta en medio; “les echamos lámina”. Ahora estamos viendo cómo los influyentes, sean políticos, empresarios o señoras que pretenden tener privilegios de clase, se adelantan a vacunarse, a pesar de que todavía no les corresponde recibirla. A todas estas acciones las llamamos, popularmente, “agandalle” y quienes las hacen son “gandallas”.

Me dirán que sucede en todo el mundo. Es posible que sí, pero entre nosotros el agandalle está más extendido. ¿Por qué sucede? Nunca dejaremos de lamentar que el agandalle se volvió, desde hace muchos años, una educación entre nosotros. Y esa educación tiene su raíz en la aplicación discrecional de la ley. Ni los gobernantes, ni el aparato judicial, ni la policía han respetado la ley. Toda organización jerárquica, como la policía, el ejército o las burocracias (lo mismo las del gobierno que las universitarias) da lugar a la prepotencia de los superiores y el servilismo de los inferiores si no se asume la ley o, al menos, su imaginario. Cuando uno comete una infracción de tránsito, el policía lo toma como un inferior al que tratar con prepotencia y amenaza y, tras un diálogo de amenazas y apelaciones, termina por la frase habitual: “ahí lo dejo a su criterio”, lo que echa a andar el soborno: la mordida. Entre nosotros, la mordida es la defensa del ciudadano ante la aplicación discrecional de la ley. Porque la ley, más que como una garantía de justicia, se entiende como un instrumento de coacción y de venganza.

Todo esto no es más que corrupción: corrupción de la vida social, corrupción de los funcionarios públicos, corrupción de los empresarios. No otra cosa son las empresas de “lobbystas”, tan desarrolladas en Estados Unidos, dedicadas a “influir” sobre el poder legislativo para desviar sus decisiones en la dirección que les convenga. Esa clase de corrupción está instaurada en todo el mundo. No hay argumentos, hay cohecho.

Sin duda la persecución de la corrupción es una obligación de todo gobierno honrado; y vemos cómo hay organismos que cumplen o dicen cumplir con esa tarea, en especial vigilando el ámbito de los impuestos, el de las obras públicas que multiplican sus costos, el de la compra de votos y la manipulación de la opinión de los electores. Para eso se separaron del control del ejecutivo y se les dotó de autonomía. Pero en la raíz debe estar la recuperación, primero individual y luego colectiva, de la responsabilidad. No se trata de la moralina del “pórtense bien”; se trata de una educación en la responsabilidad; en el conocimiento de los derechos y de las obligaciones que tenemos todos los ciudadanos. Seguramente tal clase de educación que, insisto, ha de partir del propio individuo responsable, de la familia, de la escuela, de la transparencia y la justificación bien razonada de las acciones del gobierno, de la recuperación de la idea de la ley como instrumento de la justicia, no se logrará de un año a otro, pero ahora que la pandemia nos está castigando y diezmando, ya es hora de recuperar una vida social sana y emprender las acciones para ello.

* Miembro de El Colegio Nacional