Opinión

El alumno al centro

El alumno al centro

El alumno al centro

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las actuales autoridades educativas se proponen darle al alumno un papel protagónico que no siempre se le ha concedido. El alumno (el niño, el joven) es el objeto-sujeto de la educación. Es el principio y el fin del proceso educativo. Una regla pedagógica fundamental es que la acción educativa, para que tenga éxito, debe organizarse de acuerdo con los deseos e intereses del alumno.

El fracaso de la educación actual en gran parte se explica por la incapacidad del sistema escolar para cumplir esta regla. Este fracaso sólo parcialmente se explica por factores extraeducativos y en mucho se debe al desencuentro entre la escuela y el alumno.

Lo que el maestro ofrece no corresponde a lo que el alumno demanda. La lección magisterial, la lectura del libro de texto, la repetición de la clase por el estudiante, todo esto representa una pedagogía irrelevante, pasiva, cansina y agotadora que el alumno, en su fuero interno, detesta. No hay comunicación maestro-alumno.

El resultado final es un divorcio que conduce, a la larga, al fracaso escolar. ¿Cómo corregir este entuerto? Modificando los métodos pedagógicos, organizándolos en función de los verdaderos conocimientos, habilidades, intereses y valores de los estudiantes. En las edades infantiles (de 3 a 12 años), sabemos que el ser humano es un ente dinámico, cargado de energía, lleno de curiosidad y poseído por el deseo de conocer el mundo. Colocar a ese niño en la posición de actor pasivo, mero receptor, de un discurso abstracto, sin significado para su vida, es un grave error pedagógico.

La educación infantil debe ser vital, activa y libre, como lo pregonaban a principios del siglo XX los pedagogos de la “Nueva Educación”, es decir, John Dewey, Kerchensteiner, Claparéde, Ferriere, Cousinet, Freinet, Montessori, Decroly y ­Parkhurst (Plan Dalton).

La educación, decían estos autores, debe ser vital, es decir, preparar para la vida, dotar al alumno de instrumentos para enfrentar su vida actual o su vida futura. John Dewey decía: “Debemos convertir cada una de nuestras escuelas en una comunidad embrionaria de vida, llenas de actividad de diversos tipos y ocupaciones que reflejen la vida de la sociedad más amplia y penetradas del espíritu del arte, de la historia y de la ciencia”. La influencia de Dewey en México (a través de la “escuela de la acción”) explica la introducción en la escuela mexicana de los trabajos manuales, talleres, parcela escolar, costura, cocina, etcétera.

Un segundo elemento es la actividad. Es verdad que toda educación implica cierto tipo de actividad, pero la Escuela Nueva proponía una actividad múltiple con trabajos de imprenta, juegos, trabajos manuales, excursiones, música. representaciones dramáticas, coros, etc. Pero la actividad, decía Dewey, debe ser ordenada con respecto a un fin pedagógico homogéneo.

La libertad del alumno es fundamental para su desarrollo intelectual y moral. En el caso de Montessori, los niños actúan con libertad dentro de cierto marco definido por el método: los niños tienen libertad para elegir la forma de realizar determinadas operaciones. En las escuelas en comunidad de Hamburgo, los niños no sólo tenían libertad para seleccionar sus trabajos sino también para seleccionar a los profesores que debían enseñarles.