Opinión

El arte del engaño y la rifa de un avión ajeno

El arte del engaño y la rifa de un avión ajeno

El arte del engaño y la rifa de un avión ajeno

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Quizá no sea exacto el recuerdo, pero la primera conferencia de prensa de mi vida fue en la Secretaría de la Defensa Nacional.

El general Marcelino García Barragán, con los hechos de Tlatelolco aún sin coagular, llamó a los medios para comunicar el abatimiento de Yon Sosa, un guerrillero guatemalteco muerto en un enfrentamiento contra los soldados mexicanos en Chiapas.

Los devotos de la izquierda radical compararon ese incidente con la muerte del Che Guevara en Bolivia.

La conferencia aquella no duró más de diez minutos. Se dijo algo concreto y se despachó a los medios después de una sucinta explicación. No había nada de histriónico. Era algo directo y formal. Seco.

El lenguaje no estaba por encima del significado de los hechos, ni se buscaba una exposición personal ajena a los rigores del cargo.

Evoco eso hoy, cuando veo los reality shows de las conferencias mañaneras y siento ganas de reír, a veces, y otras, lamentar el papelón de reporteros y reporteras hinchados e hinchadas —algunos muy ufanos en la confirmación de su desprestigio — convertidos en peones de opinión, simulando un rigor del cual carecen, en el juego simulado de un intercambio periodístico inexistente.

En estas comparecencias facilonas ocurre como en las juntas de consejo en las empresas: todos se reúnen para lagotear al jefe. La primera obsecuencia es acudir a la junta.

Sin embargo hasta ahora no había podido comprender claramente la táctica de ese extraño método de (in) comunicación.

Lo columbro —quizá no lo acabe de comprender del todo— con base en las reflexiones expuestas por Peter Handke, Premio Nobel de Literatura, en su libro, El vendedor ambulante, quien explica la construcción de su obra en el análisis de las letras, algo quizá aplicable también a la oratoria: las palabras son en sí mismas otra realidad. Y su aportación a la otra realidad, su peso o su valor final en lo cotidiano, no consisten en las cosas descritas (verbalmente o por escrito), sino en su efecto sobre quien las percibe.

“…No las cosas que describe, sino las cosas que produce…”, dice Handke.

Puesto de otro modo, no importan los dichos sino las emociones causadas por las palabras cuando se describen los significados de esos dichos. La oratoria como una verdad por encima (o por debajo) de las verdades (o mentiras) planteadas.

Y en este sentido el ejemplo matutino es elocuente.

El ejemplo más logrado hasta ahora de una oratoria comunicacional al servicio de sí misma es el anuncio de la absurda rifa de un avión repudiado, como si la circunstancia misma del repudio y la aversión contra un aparato no fueran ya suficientemente ridículas.

Si la historia de este discurso en torno de la opulencia de una aeronave equipada para los fines de aprovechamiento del tiempo de un jefe de Estado, es en sí misma un recurso publicitario, una mera actitud de propaganda sobre una tesis de persuasión política sustentada al “pobrismo” como discurso redentor. El sainete del repudio y la promesa de venderlo a como dé lugar, ha causado una comedia de equivocaciones como para desternillar a Wenceslao Fernández Flores y hacer un paralelismo entre El hombre que compró un automóvil y “El hombre que quería vender un avión”.

Obviamente WFF es un autor desconocido en estos días. Diré nada más esto: la novela, famosa en su tiempo (los años 40), narra las peripecias de un señor cuya ansia social lo lleva a comprar un automóvil cuando malamente tiene espacio para habitar. La novela esboza los futuros horrores de la sociedad mecanizada.

Hasta el gran Fernando Pessoa incursionó en los absurdos del automóvil (no llegó a escribir de los horrores del avión), cuando divagaba sobre limpiar un auto.

“…Cuando tengo un automóvil lo limpio. Lo limpio por diversas razones: para divertirme, para hacer ejercicio, para que no esté sucio”...

Este avión, ahora ofrecido para una rifa imposible, suele ensuciarse y necesitan lavarlo de cuando en cuando. El lavado cuesta cien mil pesos. Al menos ese fue el pago durante los meses de estancia en San Bernardino, California, de donde regresó con los honores del fracaso mercantil, después de pagar treinta millones de pesos para nada.

Bueno sí, para algo, para costear un capricho de oratoria.

Si se mandó al extranjero para cuidarlo en un hangar y ofrecerlo al comercio hasta con la ONU como intermediaria (otra carcajada), ahora regresa al sitio de donde salió, edificio condenado a la demolición para ampliar los servicios del insuficiente aeropuerto actual.

Total, lo devolvieron al lugar de donde lo sacaron. Absolutamente genial.

Pero ya en el análisis de quien gane la rifa, no puedo imaginar cuánto le costaría la pintura para despojarlo de los colores patrios dispuestos por la Fuerza Aérea Mexicana, y sus largas y esbeltas franjas verdirrojas y las letras de su sagrado nombre, “José María Morelos y Pavón”.

Pero si ya se habla de letras, la revista Letras Libres convoca a un concurso de cuento fantástico (humorístico, absurdo, cáustico, burlón o como sea) para llevar a la narrativa esta remota y rarísima posibilidad, ganarse la rifa entre seis millones de oportunidades, con la mínima inversión de 500 pesos y despertar, con un jet Dreamliner junto a la almohada. Tan absurdo el concurso como el tema del concurso, pero estas cosas al parecer son contagiosas.

Pero entre el sueño y el Dreamliner, aparece el dream team de Morena y la siempre oportunista y lambiscona Dolores Padierna quien alaba al jefe máximo y anuncia cómo movilizará a su partido para sacar adelante la rifa-colecta. No pueden los morenos hacer una elección y se quieren ganar un sorteo. Cuando mucho lograrán una cooperación insuficiente.

¡Ay!, Dolores, como le dijo el arrumbado don Juan Carlos, alguna vez rey de España a Hugo Chávez…

Pero las cosas son así en este país. Las cortinas de humo ocultan todo menos el humo. Las palabras no pueden enmascarar a las palabras mismas y las cosas importantes de cada día se aplazan porque el deslumbramiento de las ocurrencias las oculta o al menos las distorsiona.

Desde hace muchos años todos los presidentes de México sueñan con repetirse en la fotografía aquella del general Lázaro Cárdenas cuando recibe un guajolote de manos de una señora campesina dispuesta a sacrificar su única posesión y colaborar con el pago de la expropiación petrolera.

Fue una genial escena, tan hermosa y conmovedora como aquel del Beso de Times Square o el guerrillero herido en la cabeza y en vuelo de espaldas hacia la muerte, durante la Guerra Civil española. Herramientas de propaganda.

Hoy no se ofrecen guajolotes ni anillos de boda, ni medallitas del Sagrado Corazón para redimir los costos de un avión al servicio del Poder Ejecutivo, el cual no tiene nada de extraordinario. Yo he volado varias veces en él y no es, ni con mucho, algo del otro mundo.

Hoy se ponen a la venta (y vamos a ver si es cierto) billetes de Lotería, los cuales son “cachitos “ de ilusión, trocitos de esperanza casi siempre traicionada.

La convivencia nacional con el absurdo me lleva otra vez a la lectura de Pessoa.

Dice sobre estas actitudes:

“…El único modo de estar de acuerdo con la vida, es estar en desacuerdo con nosotros mismos. Lo absurdo es lo divino.

“Establecer teorías, pensándolas paciente y honestamente, sólo para luego revolvernos contra ellas, actuar y justificar nuestras acciones con teorías que las condenen. Trazar un camino en la vida y enseguida actuar contrariamente al camino trazado. Tener todos los gestos y todas las actitudes de algo que ni somos n i pretendemos ser…

“…Comprar libros para no leerlos; ir a conciertos para ni oír música ni para ver a quien nos encontramos; dar largos paseos por el hecho de estar hartos de estos paseos y pasar unos días en el campo sólo porque renegamos del campo…”

Sólo le falto decir al gran poeta: volar en aviones comerciales porque no queremos el avión de la oficina…

Twitter: @CardonaRafael
rafael.cardona.sandoval@gmail.com
elcristalazouno@hotmail.com