Opinión

El bello muro imaginado por Trump

El bello muro imaginado por Trump

El bello muro imaginado por Trump

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hablar de un “grandioso y bello muro” en la frontera se ha convertido en sinónimo de la presidencia de Donald Trump. Es la promesa del mandatario que más entusiasma a sus seguidores y la que más enfurece a sus oponentes. Y es hoy día la que tiene casi completamente paralizado al gobierno federal y sin pago de sueldos a los burócratas por semanas.

El potencial del muro de Trump en su mente es enorme. Y a la vez muy simple: si se construye, los Estados Unidos estarán a salvo, se acabará todo mal y este país volverá a ser soberano y maravilloso. El presidente está convencido de que la frontera sur es una amenaza, el punto más vulnerable de su país, ya que según él por ahí entran todas las fuerzas del mal: criminales, drogas, terroristas ficticios venidos de Medio Oriente y sobre todo inmigrantes indeseables.

Así las cosas, en la cabeza del mandatario, la solución es construir el muro y construirlo ya. De otra manera, si los demócratas no acceden a darle el dinero, el Gobierno seguirá cerrado indefinidamente. Lo que intriga, es cómo si el muro es realmente la respuesta a todos los males, por qué Trump no insistió seriamente en que se le diera presupuesto en los dos primeros años de su mandato, cuando los republicanos controlaban ambas cámaras y se lo hubieran proporcionado de inmediato.

El presidente sólo decidió que el muro era urgente cuando los ultraderechistas con influencia en el público empezaron a burlarse de él por no cumplir su promesa, poniendo en riesgo el apoyo de las bases conservadoras llegado el momento de la reelección.

La idea de que el muro salvará a este país de todos los peligro es una fantasía y una ilusión peligrosa. Cerrar una nación al mundo exterior no es posible ni es deseable. Es realmente una ironía de la historia que Estados Unidos, la nación que aceleró y promovió la caída del Muro de Berlín en 1989, ahora, 30 años después, sea el país donde diario se habla y se aplaude la idea de sellar la frontera con México construyendo una barrera similar o peor, como quiere Donald Trump.

Lo que el jefe de la Casa Blanca no entiende es que jamás ha existido una frontera impenetrable ni un muro cien por ciento inviolable. No lo fue la gran Muralla China con sus ocho mil 640 kilómetros de extensión ni el muro que dividió Alemania, ni la Cortina de Hierro entera, que a lo largo de Europa tenía minas, bardas con púas, torres de vigilancia y guardias con órdenes de tirar a matar.

Y definitivamente tampoco lo será el muro fronterizo, que últimamente Trump dice se conformará con que sea una barda, una reja, una pared, pero que divida y se construya a lo largo de los tres mil 200 kilómetros que separan a Estados Unidos de México. Un proyecto absurdo e inútil del que se empezaron ya, bajo otras administraciones, a construir varios kilómetros, separando a Tijuana de San Diego, California, el cruce fronterizo más transitado del mundo, por donde cada año pasan legalmente 50 millones de personas y 17 millones de automóviles.

Esa barrera física que la separa de sus vecinos es lo que tristemente Tijuana tiene en común con lugares como Bagdad, en Irak y con Jerusalén. Pero no son las únicas; muros dividiendo naciones existen en la India, Afganistán, España, Marruecos, Tailandia, Malasia y Arabia Saudita, entre otros. Todos tienen como objetivo frenar enemigos, impedir la entrada de invasores, inmigrantes con hambre y contrabandistas.

Quienes están a favor de esos muros dicen que “una buena barda, hace un buen vecino”. Sus críticos argumentan que los muros son resultado paradójico de una globalización que permite que transiten libremente bienes, artículos comerciales y capital, pero impide que lo hagan las personas, sobre todo inmigrantes en busca de mejor vida.

Los políticos latinoamericanos en general y los mexicanos en particular consideran el muro fronterizo una ofensa. Algo que rompe con la filosofía que llevó al entonces presidente Ronald Reagan, ídolo de los republicanos a, frente a la Puerta de Brandemburgo, en Berlín, gritarle a su contraparte soviético que derribara el muro, el cual cayó dos años después.

La Cortina de Acero se traspasaba frecuentemente a través de túneles, con escaleras y escondites en autos. Los mismos trucos que se usan en la actualidad. Irónicamente, en ese entonces, quienes lograban cruzar eran considerados héroes de la libertad. Hoy día se les ve como una amenaza, una carga, una invasión.

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