Opinión

El coronavirus de la arrogancia

El coronavirus de la arrogancia

El coronavirus de la arrogancia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Decía Manuel Camacho, en los albores de la elección de 2012, que lo que perdería, tarde o temprano, al entonces candidato del PRI y a su grupo era su arrogancia.

Camacho, quien había sido Regente del Distrito Federal, veía una debilidad en el grupo de Enrique Peña Nieto: Eran jóvenes a los que no les había tocado enfrentar ni un terremoto ni una rebelión armada.

Recuerdo que lo entrevisté en unas oficinas que tenía en Polanco, muy cerca de donde ocurrió el accidente aéreo que terminaría con la vida de Juan Camilo Mouriño y de José Luis Santiago Vasconcelos.

Faltaban semanas para que se emitiera el voto, y si bien Peña Nieto iba arriba en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, el abanderado del PRD, estaba cerrado bien e inclusive reduciendo negativos.

En efecto, el terremoto del 1985 y la declaración de guerra del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) habían dejado huellas profundas, las que en el caso de quien llegaría al senado en el 2012, le habían permitido gobernar la ciudad a partir de las redes que formaron los damnificados y los vecinos.

Camacho tuvo razón y creo que su voz serviría en el círculo de los que gobiernan, porque lo que ahora se requiere es de experiencia, de esa escuela que proviene, en el caso de los políticos, de las crisis y de cómo es que las enfrentaron.

Ahora que entramos de lleno en la emergencia del Coronavirus, conviene recordar que la arrogancia es como un veneno para las políticas públicas, porque ignora los diagnósticos y se ajusta la narrativa a los deseos.

Buena parte del mundo y en particular Europa se encuentra aislada, para intentar detener el virus y su alta propagación de contagios. Los que vivieron, los que viven aún semanas de terror, nos dicen que perdieron días valiosos al creer que la emergencia no era tal y que en todo caso no les afectaría a ellos. Italia es un ejemplo.

Sin duda es la fortuna, esa de la que escribió Maquiavelo, y que pega con toda su fuerza, destruyendo proyectos y estableciendo nuevas prioridades.

En 2012 llegó al poder un presidente que contaba con la fuerza para hacer los cambios que el país necesitaba y lo intentó con el Pacto por México.

Cuando iniciaron los problemas de envergadura, salió a relucir la verdadera naturaleza de una camarilla que no fue capaz de ver lo que se avecinaba. La frivolidad y la arrogancia los hundieron.

La administración actual cuenta con un amplio respaldo popular pero no saldrá inerme ante una tormenta perfecta en la que a los problemas económicos se les sumarán los de la salud pública.

Por ello, más valdría actuar con humildad y escuchar a los que tuvieron que hacerse cargo de situaciones similares.

La gestión de esta crisis, a nadie le debe caber la menor duda, definirá todo el mandato, porque inclusive mucho de lo que se proyecte o emprenda tendrá que ver con el arreglo a los estropicios que deje la pandemia. Por eso es tan riesgoso lo que está ocurriendo y, sobre todo, lo que no ha ocurrido, por cálculos que solo tiene el gobierno.

Y está la historia, para tratar de entender cómo es que salimos de aprietos similares o nos metimos en otros inclusive peores por no vislumbrar el tamaño de los retos y entender que ningún gobierno es capaz de enfrentar una crisis en soledad y mucho menos en no hacerlo.

Al paso de los años pienso en Camacho, en lo que él mismo experimentó, porque tuvo la suerte china, como ahora la tienen otros, de vivir tiempos interesantes.