Opinión

El día que no fue

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El día que no fue

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

"Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. (…) Damos la vida sólo a lo que odiamos”. Esta doble y desgarradora sentencia, tomada del primer y del último verso del célebre poema de Rosario Castellanos, parecerían el epígrafe adecuado para la novela de la escritora argentino-mexicana Sandra Lorenzano: El día que no fue, recién publicada por Alfaguara.

Para escribir su cuarta novela Sandra Lorenzano emprendió un viaje conmovedor y lúcido por los territorios del amor y su contrario inevitable: el desamor y la ruptura. Pero es también un paseo verbal y memorioso por otros dos temas no menos universales y humanos: la memoria vs. el olvido, y la migración, el exilio, las identidades que se construyen y reinventan en la alteridad.

Y uno más, acaso visitado con gran frecuencia por la literatura que se escribe desde un México saturado de violencia: el miedo. En efecto, esta novela fue escrita desde ese íntimo instinto de sobrevivencia que es el miedo, un miedo que se respira, que atenaza, que paraliza y que consume, y que alimenta las páginas de la novela a partir de un hecho brutal: la pérdida súbita no sólo del ser amado sino de toda la vida construida en relación con la pareja, cuando una de las partes —como en el poema de Castellanos— ha decidido, en vida y con plena consciencia, ”matar a lo que amamos”.

No la agonía lenta y dolorosa del desamor que se alimenta del cáncer de la incomprensión y los desencuentros incesantes, sino la guerra frontal, artera e ingobernable dominada por el  demonio de los celos. Ese monstruo de ojos verdes, como lo imaginó Shakespeare en Otelo.

El día que no fue es sobre todo una novela sobre el luto humano, como el gran título de la obra de José Revueltas. En este caso el luto desquiciante del desamor y de todo lo que representa la expulsión inesperada del reino conyugal, cuando todo se ve perdido de un día a otro: la casa, el empleo, la certidumbre de la vida cotidiana, pero  también cuando se dinamita la confianza,  se cancela el futuro imaginado y,  peor aún,  se proscribe al pasado compartido.

La novela de Sandra Lorenzano nos recuerda que las rupturas amorosas, cuando son violentas y explosivas, no sólo aniquilan al presente, sino que intentan abolir al pasado:  sacar de la memoria los días transcurridos, aquellas horas, momentos y sitios que en otro tiempo nos constituyeron.

El desamor y la ruptura aparecen entonces como el espacio imposible para un porvenir en comunión, un recuento distópico de lo que pudo ser pero no será, una nostalgia atroz  por “el día que no fue”, como lo indica el nombre  de  una novela que transpira dolor en el título mismo.

Ésta es una novela sobre otra novela, que en principio tendría que haber abordado temas de violencia de género, de amores y desamores, hasta que su autora se convirtió en su propio personaje, al comprender que para escribir una historia, ésta, primero ha de “pasar por la propia piel”. “Entre las primeras líneas de lo que sería la nueva novela, y esta página que ahora escribo, el mundo se derrumbó. Agazapada e incrédula miré su caída. Primero intenté descifrar lo que sucedía. Después el terror me envolvió. Durante meses respiré miedo. Después nació esta historia”.

“No hay demasiadas novelas sobre el amor entre mujeres —escribe Lorenzano—. Muchísimas menos sobre rupturas entre mujeres”. Y para escribirla, como un acto de sobrevivencia, como una hazaña contra el olvido, la autora acudió a la prosa de intensidades  poéticas tan característica de su narrativa anterior; pero también a la poesía misma, como el laboratorio del lenguaje donde se aspira a nombrar lo innombrable, a explicar lo inexplicable; pero hay también pasajes de prosa llana y confesional, despojada de todo ornamento, donde aparece una mujer profundamente herida, que sabe que sólo podrá reponerse del colapso por medio de la palabra, la escritura como escudo  y como arma frente al terror del silencio y  frente al dolor mudo de la ruptura.

Junto con el recuento del miedo atroz del desamor y el olvido, en la novela aparecen otros momentos de su vida donde el miedo y la incertidumbre oscurecieron sus días.

Acude a la memoria para recuperar el viaje primigenio de los judíos rusos transterrados  que fundaron su estirpe argentina a principios del siglo XX; al recuerdo  de los años de la dictadura y la represión en Argentina; a la muerte de su madre, que se fue en tres meses cuando sólo pedía cinco años más de vida;  a las historias de los migrantes centroamericanos o de los desaparecidos de Ayotzinapa.

Como si el luto de su prosa tuviera que hacer todo este recuento de los dolores de un siglo para ponderar el propio y ponerlo en perspectiva.

Encuentro finalmente en un breve poema de nuestra querida Thelma Nava, recién fallecida, toda la historia y todas las preguntas y  todos los registros emocionales que abarcan las casi 200 páginas de El Día que no fue:

Ven

Ayúdame a insertar mi corazón en la tapa de este libro

enciclopedia donde en cualquier momento puedo leerte

manual de fórmulas para ahuyentar a la tristeza

ven

ayúdame a olvidarte

a no se seguir buscando

la mirada que pusiste en mi rostro

cada minuto diferente

ayúdame a olvidar nuestra hermosa soledad

de animales en celo

si tú me ayudas

te prometo no salir a buscar en los espejos

o en el fondo de la taza de té.

Es pues la novela de Lorenzano un “manual de fórmulas no sólo para ahuyentar a la tristeza sino para sobrevivir a ella. Para regresar de la muerte que significa matar o morir por aquello que amamos. Y para recordarnos que la literatura habrá de sobrevivirnos.