Opinión

El exilio español: 80 años después

El exilio español: 80 años después

El exilio español: 80 años después

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Para mi esposa, Blanca Otaola,hija de refugiados españoles

La Guerra Civil española tuvo lugar entre 1936 y 1939. Esa contienda fue entre quienes defendían la república y quienes deseaban imponer el falangismo (fascismo). La vida de “La segunda república” va del 14 de abril de 1931, fecha en la que ganaron las elecciones los concejales republicanos, y el 1 de abril de 1939, cuando se instaura la dictadura de Francisco Franco. Este militar implantó un régimen de terror y persecución. Decenas de miles de españoles buscaron huir de una muerte segura. Una buena porción de ellos vino a México.

El gobierno del general Lázaro Cárdenas dio su apoyo a la república y abrió las puertas del país a quienes escapaban del fascismo. Se toma como fecha emblemática del exilio español en México el 13 de junio de 1939, de manera que ayer jueves se cumplieron 80 años de aquel acontecimiento. Ese día llegó a Veracruz el buque Sinaia con 1,599 españoles.

En sendos artículos, Martí Batres (“80 años del exilio español”, El Universal, 7/VI/2019) y Sergio Sarmiento (“El Sinaia”, Reforma, 12/VI/2019) han recordado esta efeméride. Aquí no pretendo repetir lo que, con buen tino, Martí y Sergio han dicho, sino complementar sus aportaciones desde otro mirador.

Vale la pena preguntarse, ¿cómo inició la segunda república? Los comicios celebrados el 12 de abril de 1931 fueron un verdadero y propio referéndum entre quienes querían la instauración de la república y quienes deseaban la continuación de la monarquía. Algunos monárquicos estaban dispuestos a desconocer los resultados e imponer por la fuerza la autocracia encabezada por Miguel Primo de Rivera; pero había otros que se inclinaban por seguir “el curso que les imponga la suprema voluntad de la nación”, entre ellos el general Dámaso Berenguer.

La balanza se inclinó por la república cuando al día siguiente de las elecciones el general José Sanjurjo, director de la Guardia Civil, se presentó ante los miembros del comité revolucionario, encabezado por Miguel Maura, y le dijo: “A las órdenes de usted señor ministro”. El 16 de abril se dio a conocer la carta de Alfonso XIII. El párrafo central dice: “Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder ­Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos.” Se instaló en Roma, donde falleció en 1941. Poco antes había abdicado en favor de su hijo Juan de Borbón (padre de Juan Carlos de Borbón).

La república proclamó una Constitución en 1931. Sus principios básicos fueron: reconocimiento de los derechos civiles y políticos, la laicidad, la renovación de los cargos públicos, la composición del Legislativo por una sola cámara eliminando la segunda cámara de representación aristocrática, inclusión del principio de expropiación por causa de utilidad pública.

Pero, entonces, ¿por qué cayó la república? La primera respuesta es obvia: por un golpe de Estado que derivó en la Guerra Civil. Además, había un entorno internacional favorable a la falange: Benito Mussolini dominaba Italia, Adolfo ­Hitler se encontraba al frente de Alemania. Incluso, los nazis y los fascistas participaron, activamente, en la Guerra Civil española. Baste recordar el bombardeo a Guernica (operación Rügen) el 26 de abril de 1937 por parte de la Legión Cóndor, alemana, y la Aviación Legionaria, italiana. Drama inmortalizado por Pablo Picasso en el mural de nombre homónimo.

Debemos añadir que la república fue una democracia frágil: era complicado poner de acuerdo en las Cortes (así llaman al Parlamento allá) a posiciones tan polarizadas. Recuerdo que en el 50ª aniversario del exilio español, le preguntaron al diputado Goñi, refugiado en México, porqué la república no funcionó. Contestó: “Porque había demasiado encono entre nosotros los representantes; no nos podíamos ver, mucho menos hablar. Por eso tuvimos que salir a los campos de batalla a dirimir nuestras controversias.” Dicho de otro modo: la democracia no funciona allí donde las controversias son muy fuertes, tales que no puedan ser solucionadas por la vía de la negociación.

Por último, vale la pena recordar un hecho dramático y simbólico (me lo platicó Rodolfo Echeverría Ruiz y, además, lo refrendé documentalmente): el destierro y muerte de Manuel Azaña, presidente de la República española, quien tuvo que huir a Francia; pero ese país ya estaba ocupado por los nazis. La Gestapo quería capturarlo. Azaña se encontraba muy enfermo, al borde de la muerte. Encontró un lugar donde esconderse en la zona de Périgueux, luego se movió a Monteuban. El diplomático mexicano Luis I. Rodríguez, alquiló unas habitaciones en el Hotel du Midi. Para evitar que Azaña fuera detenido, Rodríguez declaró a ese sitio, instancia diplomática mexicana. Manuel Azaña murió allí el 5 de noviembre de 1940. Los republicanos que se encontraban con él quisieron poner sobre su féretro la bandera republicana, cosa que prohibieron las autoridades locales, entonces, el ataúd de Manuel Azaña salió del Hotel du Midi cubierto con la bandera mexicana y así fue sepultado.

Eso se llama hermandad y generosidad, virtudes que hoy nos hacen mucha falta.

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