Opinión

El fuego que consume al mundo

El fuego que consume al mundo

El fuego que consume al mundo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Aleida Azamar Alonso*

Actualmente, la mayor parte de la humanidad considera que la tecnología es la llave para superar cualquier problema que afecte su supervivencia. Este razonamiento es fruto de milenios de desarrollo civilizatorio basados en el uso de instrumentos exosomáticos (ramas, piedras y después herramientas refinadas) para poder dominar a la naturaleza y de esta forma aprovechar todo lo que este mundo genera. Ello ha sido clave para la dominación de lo que le rodea y crear así una civilización basada en el culto a la posesión y el consumo irrefrenable: el capitalismo.

Si bien, en los primeros milenios de nuestra existencia eran pocos los cambios y efectos que como grupo podíamos provocar a la naturaleza a pesar del uso de instrumentos exosomáticos, lo cierto es que el aumento poblacional del siglo pasado trajo aparejado un incremento en el consumo de energía, agua, alimentos y todo lo que en este mundo se produce.

Después de 1950 todos los sistemas productivos antropogénicos incrementaron su actividad drásticamente, también se manifestó un inusitado nivel de contaminación de la tierra, el aire y el agua; dicho conjunto de procesos es conocido como la Gran aceleración y es resultado directo de las necesidades de maximizar la replicabilidad del capital de forma ininterrumpida.

No obstante, tal como lo ha comentado Riechmann, interferimos en casi todos los procesos naturales del planeta, aunque no dominamos ninguno. Ni siquiera hemos sido capaces de controlar fenómenos sociales como: el hambre, la desigualdad, inequidad, el crecimiento demográfico o los conflictos bélicos. El control que el ser humano cree tener sobre este mundo es menor de lo que parece y a cada momento disminuye.

Uno de los grandes ejemplos de esta situación son los incendios que en los últimos 20 años se han intensificado y que ahora mismo tienen sitiadas a regiones enteras de Estados Unidos, Australia y Brasil (solamente por mencionar algunos). Australia ha tenido que movilizar a su ejército para rescatar a miles de personas atrapadas en las costas, reportando que se ha empleado más personal militar que el que participó en la Segunda Guerra Mundial (Albeck, et al. 2020).

De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial (OMM) la quema de unos tres millones de hectáreas de selva tropical en Indonesia durante 2015 generó diariamente más dióxido de carbono que el consumo de combustibles en toda la Unión Europea (en ese mismo año).

Para tener una idea del desastre que se vive actualmente, Australia ha perdido 6 millones de hectáreas en 5 meses. En la selva del Amazonas el año pasado se consumieron poco más de 3 millones de hectáreas y en Estados Unidos un millón aproximadamente en el mismo año. Además, han muerto 500 millones de animales (mamíferos, aves, reptiles, etc.) solamente en Australia, dejando funcionalmente extinto al koala (el cual ya se encontraba en peligro de extinción antes de esta situación), sumado a que la destrucción del lugar ha puesto en jaque a los canguros, ualabíes, zarigüeyas y al menos otros 10 tipos de marsupiales por la amenaza de no encontrar alimentos en sus hábitats naturales.

Las consecuencias de estos sucesos son impredecibles para el futuro del planeta debido a la pérdida completa de cadenas tróficas (grupos de seres vivos que dependen unos de otros para subsistir) y que ayudan a crear servicios ambientales que se requieren para la sobrevivencia humana y de otras especies. Vale la pena resaltar que las personas más afectadas ante esta situación son las que tienen un mayor nivel de debilidad económica y de vulnerabilidad social.

Contrario a lo que parece, los instrumentos exosomáticos nos han servido más para provocar problemas y no tanto para controlarlos. Es fácil crear incendios con consecuencias impensables que pueden prolongarse por meses (ejemplo de ello es que se espera que los incendios en Australia duren hasta marzo), pero parece que no hay tecnología o recursos suficientes para controlarlos o quizá no se quiera hacerlo ya que beneficia a algún grupo o sector económico, especialmente a los que se aprovechan de las tierras devastadas para ampliar sus actividades económicas (empresas agrícolas, ganaderas, mineras, etc.). Ahora que Australia se ha convertido en uno de los principales exportadores de carne vacuna para China esta situación terminaría siendo benéfica para este sector, aunque ellos no hayan sido los responsables de haberlo provocado.

Si a los tres países comentados —Australia, Brasil y Estados Unidos— sumamos los incendios que se han presentado en regiones como la tundra rusa (con un ecosistema sumamente rico en carbono); así como los más de diez mil incendios registrados en toda África en 2019; además de los que sucedieron en México, que consumieron miles de hectáreas de selva protegida, podríamos coincidir con la propuesta de nueva etapa geológica que Stephen J. Pyne llama Pyrocene, algo así como la época del fuego. Esta perspectiva está basada en un largo estudio de la influencia que tiene este fenómeno provocado desde hace décadas. Para este investigador la deformación del mundo y la rápida erradicación de ecosistemas completos debido a lo incontrolable del fuego sobrepasa cualquier orden natural y conlleva a cambios bruscos en el ambiente que provocarán la incapacidad humana de sostenerse a futuro debido al incremento en la concentración de carbono, la destrucción de recursos fundamentales para nuestra supervivencia y la modificación de las condiciones naturales que nos permiten vivir.

Lo cierto es que, aunque hay pérdidas incontables, lamentablemente también hay beneficios económicos derivados de estas tragedias. La disponibilidad de tierra libre para actividades productivas es una cuestión positiva para el capital. El incremento constante de la demanda de recursos, sobre todo energéticos y alimentarios va destruyendo a su paso ecosistemas completos. El fracaso en el control de los siniestros nos hace darnos cuenta de que no se trata de capacidades individuales, sino de transformaciones estructurales completas, es momento de pensar para qué y para quién producimos.

*Profesora-investigadora del Departamento de Producción Económica de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana.
gioconda15@gmail.com