Opinión

El futuro de la democracia en México

El futuro de la democracia en México

El futuro de la democracia en México

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A nadie le queda duda que hoy día la democracia en el mundo vive un difícil dilema: transformarse o sucumbir. Tal situación se da después de la ilusión libertaria que se desató, posterior a la caída del muro de Berlín. A tres décadas, ciudadanos hartos de privilegios y de corrupción de las clases políticas y de la implantación de un modelo económico que ha beneficiado a unos pocos pero no ha logrado atemperar las desigualdades, o bien las ha profundizado, buscan alternativas que den cabida a su disgusto e inconformidad. Lo cual se ha convertido en un caldo de cultivo idóneo para candidatos antisistema de derecha o de izquierda.

La democracia tiene dos conjuntos de reglas básicas: las de acceso y las de ejercicio del poder. En su texto clásico, El futuro de la democracia, Bobbio dice que ésta se caracteriza “por un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”. Yo agregaría que estas reglas han de estar antecedidas por otras reglas que deben establecer la manera de acceder a los espacios donde se toman las decisiones. Bobbio también dice “que la modalidad de la decisión, la regla fundamental de la democracia es la regla de la mayoría, o sea la regla con base en la cual se consideran decisiones colectivas y por tanto obligatorias para todo el grupo; las decisiones aprobadas al menos por la mayoría de quienes deben tomar la decisión”, pero esas decisiones no deben limitar los derechos de las minorías.

Por otro lado, Bovero (“Pleonocracia...”, INE, 2018), más allá de su crítica a Bobbio por su tipología de formas de Estado, lo relevante es que la retoma y la enriquece al reelaborarla, pero sobre todo al problematizar y articular los conceptos de formas de Estado, formas de régimen y formas de gobierno. Y de manera esquemática concluye que la forma de Estado representativo con división de poderes tiene como consecuencia la presencia de un régimen político democrático, que a su vez se expresará en una forma de gobierno presidencial o parlamentaria o alguna de sus múltiples variantes.

El concepto de pleonocracia acuñado por Bovero matiza el peso de la regla de la mayoría en las relaciones de poder y la califica como una especie “autocracia mayoritaria”, el poder autocrático no es sólo de un monarca o de los pocos sino también “de los más”. “El régimen pleonocrático es identificable como una tiranía de la mayoría, por lo tanto, debe reconocerse como una especie de autocracia ya que instaura un flujo descendente del poder sobre las minorías, las cuales no pueden hacer más que soportar las decisiones de la mayoría, ‘autorizada’ para gobernar: una tiranía…si todos los sujetos políticos han aceptado jugar este mal juego: el que gana se lleva todo”.

Al final de cuentas “... La capacidad de canalizar la autodeterminación colectiva, respetando la dignidad y el peso de todas las orientaciones políticas es el parámetro que considero adecuado para juzgar el grado de compatibilidad de una determinada forma de gobierno con el régimen democrático.”

Este andamiaje teórico nos permite nos permite acercarnos a analizar la coyuntura resultado de las elecciones celebradas en el año de 2018. La democracia formal mexicana se puede clasificar, recuperando el planteamiento inicial, como un Estado representativo, federal y con división de poderes.

A lo largo de la historia del país existe una tensión no resuelta. Constitucionalmente somos una federación, pero con una práctica endeble, pues las tendencias centrífugas no han dejado de estar presentes desde su independencia. El Estado surgido de la revolución y el nacido de la transición a la democracia no son la excepción.

Desde el ámbito administrativo los ejemplos sobran: educación, salud, fiscal, etc. El espacio electoral había resistido esa tendencia, pero sufrió una regresión en ese sentido con la reforma de 2014 y existe una fuerte amenaza con la iniciativa de Morena de de­saparecer a los institutos electorales locales.

No podemos hablar de democracia hoy sin tomar en cuenta los resultados de las elecciones de 2018 y 2019. Antes de estos sucesos en México teníamos un sistema en el cual básicamente se respetaban las reglas del juego de acceso al poder. Con una distribución y alternancias en los cargos de elección popular entre las diversas fuerzas partidarias.

En las elecciones presidenciales participó poco más del 63% de los electores. Los actores políticos optaron por la civilidad, la serenidad y la buena voluntad al reconocer el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Otro aspecto importante es que el 53 por ciento de la votación es la mayoría, pero no es una mayoría aplastante. El 47 por ciento no votó por el candidato ganador. La amplia ventaja obtenida por Morena y los partidos con los que hizo coalición parlamentaria (PT, PES, PVEM y 8 diputados sin grupo parlamentario) lo ha llevado a tener 335 diputaciones y 78 senadurías, contando el desprendimiento de dos senadores que abandonaron el PRD, además de las 19 legislaturas locales en las que es mayoría.

Estas elecciones reestructuraron los equilibrios de las fuerzas políticas en el país. Pero no han permitido a Morena modificar la Constitución a su modo, pues si bien tiene la mayoría calificada en la Cámara de diputados, no la tiene en el Senado. Por lo cual se ha visto obligado a negociar con el resto de los grupos parlamentarios.

Desde la perspectiva de Bovero la pleonocracia, que es una “autocracia mayoritaria”, se instaura cuando el proceso político, a partir del momento electoral, está diseñado de tal manera que se le atribuye todo el poder, indiscutible e irrevocable hasta las siguientes elecciones, a una parte del pueblo, aunque sea ésta la “mayor parte”, la mayoría. Ahora bien, la pleonocracia se plantea como resultado de una elección en que se otorga la mayoría a una fuerza política. Aunque si nos avocamos a realizar una reflexión más amplia podríamos considerar que también puede presentarse el fenómeno pleonocrático cuando dos o más fuerzas políticas coinciden en una única visión de la democracia y del desarrollo económico de un país e imponen aplastantemente a las minorías esa perspectiva.

De lo anterior se desprende de manera natural el argumento que en México la alternancia significó el establecimiento de un régimen con marcados rasgos pleonocráticos, con la visión compartida, de la preminencia del mercado como mecanismo autorregulador de la vida económica, del PRI y del PAN a lo largo de tres décadas, confirmándose a partir de la alternancia en el año 2000 y se fracturó al final del gobierno de Peña Nieto. Pero, tenemos que reconocer que el fenómeno pleonocrático no era absoluto y que en diversos temas sustanciales los gobiernos del PRI y del PAN buscaron consensuar decisiones importantes.

Ante la mirada de los opositores, más recalcitrantes, el nuevo gobierno no tiene rumbo. El no compartir los objetivos gubernamentales no implica que no existan. La mayoría de los objetivos tienen un amplio respaldo social. En el camino de los cómo encontramos hechos inéditos que son un ramillete de claroscuros. Por otro lado, se requiere tener claro que en esta coyuntura la imbricación entre política y economía es estrecha, porque cuestiona dogmas del modelo neoliberal, en muchos casos sólo discursivamente. Esos disensos exacerban el ambiente político que de no encontrar cauces institucionales de desahogo pueden crear problemas a la gobernabilidad democrática.

El problema esencial que enfrenta la democracia mexicana es el del establecimiento de un régimen pleonocrático de un tinte ideológico disímil al del pasado reciente. Tal vez el rasgo más alarmante sea la concentración de decisiones en la figura presidencial y como ha aflorado a la luz pública recientemente, a veces, tomadas sin sustento sólido.

*Profesor UAM-I,

@jsc_santiago

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