Opinión

El futuro que ya nos alcanzó

El futuro que ya nos alcanzó

El futuro que ya nos alcanzó

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cuando era niño los programas futuristas de la televisión, como el icónico “Viaje a las estrellas” (Star Trek) o los adorables “supersónicos”, series que los amables lectores nacidos en los años 60’s recordarán con cariño, entre otras predicciones mostraban que en “el futuro” las llamadas telefónicas serían a través de sistemas de videoconferencia en el que las personas se podrían no solo escuchar, sino también ver. Lo que no predijeron los programas fue la diversidad de posibilidades para esas video llamadas.

Aunque la tecnología para esto la tenemos desde hace una década, en realidad había sido poco utilizada hasta hace algunas semanas en que la videoconferencia se ha convertido en la forma de comunicarnos. Previo a la pandemia de SARS-CoV-2 las video llamadas (facetime, Skype, etc.) eran utilizadas en general para comunicación entre individuos que viven suficientemente lejos como para verse en persona. Muy socorridas por los abuelos que tienen nietos en otras ciudades y quieren verlos con frecuencia. Con el distanciamiento social, las videoconferencias se han vuelto muy populares. Inicialmente como un medio para continuar las clases en diversas universidades y preparatorias, así como para mantener reuniones de trabajo entre varias personas sin interaccionar físicamente y posteriormente, para mantener contacto con amigos de diversos grupos o familiares, que el distanciamiento social nos impide ver.

En el último mes he impartido un curso completo de fisiología en pregrado, lo que he encontrado tedioso y aburrido. La interacción con los alumnos se vuelve casi nula. No tienes claridad de si te están poniendo atención o dirigen la pantalla hacia otro punto y regresan a seguir dormidos (mi clase es a las 7 am). La mayor parte del tiempo estás compartiendo una imagen en la pantalla para explicar algo y entonces, no puedes ver sus caras, expresiones o lenguaje corporal, que ya conoces y te deja percibir si están o no entendiendo el tema. Si tienen alguna duda, pero son tímidos y prefieren no preguntar. Si te adelantas a lo que percibes y regresas a explicar el mismo fenómeno, pero de otra forma diferente para ver si así queda más claro. Si los estás perdiendo y es momento de introducir un chiste o una historia de vida, para retomar su atención. Te pierdes las caras de emoción que hacen algunos alumnos cuando entienden un fenómeno. Cuando por fin “les cae el 20” de lo que estás tratando de explicarles. Es una lástima, porque es quizá el momento de mayor recompensa como maestro, porque sabes que cuando un alumno hace esa expresión es porque acaba de entender algo que se le va a quedar para siempre. Las videoconferencias han servido para continuar el semestre, pero distan mucho de igualar la clase presencial.

Las juntas por videoconferencia nos han resultado de mejor utilidad para la comunicación en el ámbito del trabajo. Se han sumado, sin embargo, a las múltiples actividades humanas que nos alejan del ejercicio, del movimiento y que promueven el sedentarismo y la obesidad. Ya no salimos del Instituto para ir a una junta. Ya no caminamos al otro extremo del hospital o de la facultad para asistir a una reunión. La hacemos desde la casa u oficina. La tenemos a un clic de distancia y pronostico que esto llegó para quedarse. Por nuestra salud, debemos considerar compensar ese sedentarismo adicional con alguna forma con ejercicio.

Las juntas por videoconferencia son más dinámicas que las clases porque usualmente alguien la conduce, el de mayor jerarquía, y los participantes intervienen en el momento en que les corresponde. Los seminarios de mi laboratorio se han llevado a cabo semanalmente con este método. Cada alumno o investigador interviene para presentar o preguntar sobre algo específico y eso lo hace menos tedioso.

Las juntas por videoconferencia tienen aspectos negativos y positivos. Empiezo por lo negativo. Ninguna compañía de computación se le ha ocurrido o a resuelto cómo poner la cámara en el centro de la pantalla. La cámara está arriba, abajo o de lado y por tanto, el contacto visual se vuelve nulo, porque cada quien está viendo a la pantalla. Lo malo también es que la mayoría de las personas nos vemos mal en la pantalla. Se distorsiona la imagen, se pierde volumen, perspectiva y por supuesto, el peinado. Algunos, al sentirse solos en su casa u oficina, se les olvida que están en pantalla y de repente hacen algunas cosas no deseables. Cuando son muchos asistentes, siempre hay varios que olvidan apagar el micrófono y ante cualquier movimiento se roban la pantalla, o bien, escuchamos los molestos ladridos del perro o, peor aún, escuchamos algo que no deberíamos. Lo positivo de las juntas por videoconferencia, sin embargo, es que te hacen más productivo. Puedes estar en la junta y seguir atendiendo otros asuntos. Revisar tu correo electrónico y contestarlo. Recibir llamadas. Puedes continuar con algún escrito, análisis de datos o construcción de imágenes, porque varios de estas cosas se consiguen hacer mientras escuchas a quien está hablando, sin dejar de prestarle atención. En una junta presencial se vería muy rudo sacar una computadora y ponerte a trabajar.

En el terreno más personal, grupos de amigos nos hemos podido comunicar simultáneamente a pesar de vivir en diferentes ciudades y eso ha sido algo bueno que trajo la necesidad de hacer videoconferencias. Nos hemos conectado un sábado por la tarde para hacer una cata de vinos o una sesión de discusión musical, aderezada por algunas onzas del escoses preferido. Con otro grupo estamos en el proceso de lograr una forma de jugar dominó entre nosotros en línea.

Finalmente, pero de la mayor relevancia, la videoconferencia en un celular se ha convertido en la forma en que enfermo y familiares se comunican, se saludan, se enteran de cómo están uno y los otros y, tristemente en algunos casos, se despiden antes de que el paciente deba ser intubado para recibir ventilación mecánica.

*Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM.