El gobierno de la faramalla
El diccionario de la lengua española define faramalla como “charla artificiosa encaminada a engañar”. Cualquier parecido con el ejercicio de comunicación política llevado a cabo en las mañaneras o en los informes del “triunfo histórico democrático” no es una mera casualidad, sino una acción deliberada del gobierno por ocultar la verdad con los otros datos que el Presidente recaba para justificar los malos resultados de la política y la economía en su mandato.
El neoliberalismo -además de ser un arma arrojadiza para descalificar al adversario- es una visión de la sociedad que antepone la racionalidad del mercado a cualquier otra, que se puede sintetizar en la frase yuppie que se puso de moda en la década de los noventa: “No es nada personal, es negocio”. Este proyecto ha sido rechazado en las urnas.
En esta lógica, el gobierno de la 4T repudia al neoliberalismo y desestima el crecimiento del PIB como medición de un buen camino y con ello justifica el evidente fracaso económico. Sin embargo, en lo político los logros también son escasos hasta casi llegar a la inexistencia. El éxito se reduce a una retórica triunfalista, que todavía es creíble para los seguidores fieles.
¿Por qué en lo político no hay avance? Si consideramos que hay dos visiones de la política, el consenso o el conflicto, la 4T debiera haber logrado afianzarse en alguna de ellas. La primero busca aumentar los aliados y la segunda construir un proyecto identificable distinto al que impulsan los adversarios, en este caso, los gobiernos anteriores o la oposición actual.
Uno de los riesgos de la visión del conflicto es caer en su extremo que es la confrontación schmittiana, ideal del totalitarismo, que utiliza la fórmula amigo-enemigo. Por un lado, este radicalismo político pretende la sumisión incondicional de quien apoya al líder carismático y popular mediante la frase “quien no está conmigo, está en mi contra” y, por el otro, autoriza a la exterminación del que es distinto o piensa diferente. En términos democráticos, el conflicto llevado a este punto es un fracaso.
En la estrategia del consenso, la 4T está reprobada. Hay un vacío a sus programas de gobierno alarmante. Los agentes públicos no gubernamentales se oponen a los mismos o, en el mejor de los escenarios, no los apoyan. Hay rompimiento abierto con los partidos políticos fuera de la alianza morenista, los medios de comunicación, los opinadores públicos más influyentes, los empresarios, la iglesia católica, los gobernadores no morenistas, la comunidad científica, los órganos constitucionales autónomos, las instituciones de educación superior, las agrupaciones gremiales y un largo etcétera, que la imaginación presidencial incorpora al BOA. Además, Morena está en permanente confrontación interna.
En cuanto al conflicto, la 4T también está reprobada. Aclaro. Si bien ha logrado profundizar las divisiones sociales atizando viejas rencillas, no ha logrado proponer un programa político en términos ideológicos que lo distinga del llamado neoliberalismo. Nadie conoce con precisión la orientación política del gobierno actual que imita el más puro estilo del priismo autoritario gatopardista. El único elemento aglutinador es el liderazgo caudillista y su discurso mañanero.
La política del conflicto exige que haya una ruta precisa. El asistencialismo y las obras faraónicas son acciones cacha votos, pero no un proyecto de transformación. Esta incapacidad de trazar un rumbo se oculta por la faramalla de las mañaneras. La prueba está a la vista y basta un somero análisis de los colaboradores.
El círculo cercano del Presidente es neoconservador y añora el restablecimiento del priismo autoritario y su más destacado promotor es el Director General de la CFE, Manuel Barttlet con una extraña aliada, Rocío Nahle, la Secretaria Energía y un comparsa, Octavio Romero, Director General de Pemex que promueven el estatismo energético como estrategia para la restauración del nacionalismo revolucionario. Una cuña interna todavía útil son los radicales de izquierda encabezados por el matrimonio Sandoval-Ackerman.
El otro grupo, con menos fuerza, pero indispensable para la operación, lo integra el Secretario de Hacienda y Crédito Público, el Secretario de Relaciones Exteriores y el líder del Senado, que son escuchados en sus áreas de influencia, pero se mantienen distantes porque son los posibles sucesores. El resto de los colaboradores se alinea o simplemente decora.
La orientación ideológica que es lo que distingue lo político de lo económico realmente no se aprecia con claridad. La 4T es un remedo de los gobiernos neoliberales anteriores y actúa con una gran dosis de pragmatismo, por lo que es incongruente en sus acciones y discurso. No hay duda de su pragmatismo: siempre está atento a la opinión pública para no perder popularidad y dispuesto a plegarse a los intereses del Presidente de Estados Unidos para no malquistarse con el poderoso.
La 4T no obtiene consensos, ni plantea una postura ideológica que lo distinga de los neoliberales. El gobierno reprueba en política, pero aprueba en la faramalla.
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