Opinión

El hombre bueno que reparte y sus torpes opositores

El hombre bueno que reparte y sus torpes opositores

El hombre bueno que reparte y sus torpes opositores

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay un problema con la oposición al lopezobradorismo. No atina a entender cuáles son las fallas de fondo del gobierno, le tira a lo que se mueva y, en el camino, deja ver una idea de país que es precisamente contra lo que votaron 30 millones de mexicanos.

Va un ejemplo reciente. Distintos grupos de jóvenes beneficiados por los apoyos a los estudiantes de educación media superior presumieron en redes sociales el dinerito que habían cobrado (convenientemente en Banco Azteca), luego de haber recibido la orden de pago en un sobrecito (convenientemente en color rojo-Morena). Por ese atrevimiento, recibieron una andanada de críticas y ataques, y una tonelada de memes.

¿En qué consistían esos ataques? En decir que no eran merecedores de ese dinero, que se estaban llevando injustamente los impuestos de los mexicanos que sí trabajan, que son unos güevones y mediocres. Que las van a gastar en estupideces, y se van a embarazar si son del Conalep. Que la gente de bien se paga sus estudios dándole duro al trabajo, porque el dinero se trabaja y se suda, sin aceptar ningún regalo del gobierno.

Resulta por lo menos curioso, porque hace décadas que los distintos niveles de gobierno en México han otorgado becas —no siempre ligadas al desempeño académico— a estudiantes, algunos de los cuales no las requieren para cubrir sus necesidades elementales (es decir, su dilema no está entre la beca y la deserción). También, porque llevamos al menos un cuarto de siglo con programas de apoyo directo a la población vulnerable, en los que la única exigencia, en materia escolar, es que los niños se mantengan en la escuela. Y porque, sin ir más lejos, uno de los candidatos contra los que compitió López Obrador, el frentista Ricardo Anaya, propuso en campaña algo más radical: el ingreso básico universal, garantizado a cada mexicano.

Pareciera, para una parte de esos críticos, que lo ideal es que no haya transferencias masivas, y que cada quien se rasque con sus uñas, si lo permite el mercado. Que el pobre se esfuerce el doble o el triple para intentar salir, aunque no salga, porque en el fondo es un flojo. Para otros, debería fijarse un mecanismo que determine en qué se pueden gastar el dinero los becarios, porque hay gastos morales —como los libros— e inmorales —como una cervecita— y las buenas conciencias deben decir cuál es cuál, porque los pobres, ya se sabe, van a derrochar… y por eso no salen.

Por eso no extraña que hayan sido los jovencitos, más que quienes controlan el programa, el objeto de las burlas y las críticas. El mensaje es que, si son pobres, deben aprender que ése es su lugar y si les dan dinero, deben saber que son unos mantenidos. En esa lógica, el mérito y los beneficios deben ser sólo para los estudiantes de excelencia… y también para aquellos cuyos padres les pueden pagar la carrera en una escuela privada.

Evidentemente, los apoyos económicos que distribuye el gobierno no tienen qué ver con merecimientos académicos. Una parte de la intención es igualadora: distribuir el mismo dinero a familias con diferentes ingresos tiene un efecto positivo mayor en quienes menos tienen. Ahí la pregunta relevante es si se trata de un mecanismo idóneo para democratizar los ingresos.

Esto nos debería llevar a discutir acerca del efecto real de las transferencias directas en la distribución del ingreso, dada cuenta de que se han llevado recursos de otros rubros del gasto público. Y debería terminar en un debate acerca de la mayor o menor urgencia de una reforma fiscal en el corto plazo (porque en el mediano, es seguro que tendrá que venir, por mera necesidad).

La otra parte de la intención es política, y ésta es la que debe ser motivo de la crítica.

Hay un claro intento de simbiosis entre los distintos apoyos que da el gobierno federal y la imagen del presidente López Obrador. La idea detrás, que está hasta en el color de los sobres, es que es el bueno de Andrés Manuel quien está otorgando los recursos. Y hay que ser agradecidos con quien ayuda.

En ese sentido, hay una suerte de juego perverso, en el que los propagandistas del régimen se acomunan con sus críticos más derechistas. ¿Qué dice este juego? Que en realidad no mereces la beca o el apoyo, el gobierno que te los otorga es magnánimo, porque está encabezado por una persona de buen corazón. Funcionó en su momento con los adultos mayores ¿por qué no habría de funcionar ahora?

Así que hay dos razones para poner en tela de juicio las becas masivas. Una es preguntarse si en realidad van a tener el efecto redistributivo que presumen. Otra, su uso político-clientelar.

Lo que no se vale es darse golpes de pecho acerca del destino de los impuestos (finalmente sí es gasto social, y eso es mejor a que se cuelen los millones en sobreprecios de obras fantasma de infraestructura), de los beneficios del sudor de la frente para ganarse el pan y, sobre todo, acerca del mérito, cuando nunca se ha tratado de eso y cuando es muy fácil llenarse la boca con esa palabra desde posiciones de privilegio.

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