Opinión

El hombre que creó el arte contemporáneo: O, ¿sobre cómo un plátano pegado a la pared se convirtió en arte?

El hombre que creó el arte contemporáneo: O, ¿sobre cómo un plátano pegado a la pared se convirtió en arte?

El hombre que creó el arte contemporáneo: O, ¿sobre cómo un plátano pegado a la pared se convirtió en arte?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

¡El mundo del arte se ha vuelto loco! Enuncian por ahí muchos, tantos, miles. ¿A dónde se ha ido el talento? ¿Dónde quedó la maestría de esos artistas tan geniales y obstinados que, como Miguel Ángel, se lastimaban la espalda de tanto pintar boca arriba? ¿Es que ya nadie pinta sdraiato sulla schiena? ¿¡A dónde se han ido esas mentes atormentadas que nos regalaban pinceladas atrevidas sobre lienzos de tela!? ¿Dónde quedó la belleza, la estética, lo sublime como elemento congénito del trabajo artístico? ¿Qué le pasó al mundo del arte? ¿¡Qué!? Gritan los plañideros convencidos de que el mundo del arte es una galleta pisoteada que se demuele detrás de miles de cámaras de iPhone, abrazada por los frágiles muros de tablaroca de las ferias de arte contemporáneo. Yo, por mi parte, estoy convencida de que la culpa -y toda la culpa – de esta dolorosa catástrofe monumental que escandaliza a tantos quejumbrosos la tiene un francés cuyo nombre de pila en español sería Marcelo. El criminal Marcel Duchamp.

Por ahí del año 1914, el arte entraba en la era de la reproducción técnica de la imagen. ¿Qué quiere decir esto? Que surgieron varios métodos por los cuales cualquier imagen, por lejana que estuviera, podía ser copiada y reproducida masivamente. Por ejemplo, la Mona Lisa, que solía ser únicamente apreciable en el espacio de su exposición – en Louvre –, tras su robo, se convirtió en la portada de todo periódico. Quienes jamás la habían visto, se toparon con ella en cada rincón de París. Posteriormente, la mujer de la sonrisa discreta fue tremendamente caricaturizada. ¡Algo impensable! La Gioconda pasó de la exclusividad a estar al alcance de todos y de quien la desee; cayó de “la alta cultura” a la “cultura popular”.

Entonces, Marcel, muy consciente de ello, tomó una reproducción de la obra de Da Vinci, le pintó un bigote parecido al de Dalí, una barba de chivo y debajo escribió las siglas L.H.O.O.Q. “La pronunciación francesa de esas letras establece una homofonía, un deslizamiento del sonido al sentido, con ‘elle a chaud au cul’” (Jiménez, 2006): lo cual se traduciría al español a

ella tiene el culo caliente. En fin, el lépero de Duchamp acusó a la venerada musa del arte renacentista, ésa que fue pintada por uno de los más grandes genios de la historia, de estar horny. Y no solamente eso, sino que al pintarle bigote y barba hizo alusión a la homosexualidad de Leonardo. Dato que, para seguir ahondando en los peculios del cuento, seguramente se le ocurrió al muy canijo tras haber leído “Un recuento infantil de Leonardo da Vinci” de Freud publicado en 1910.

Volviendo a L.H.O.O.Q., ésta fue una de las primeras obras a ser expuestas que no requerían de lo que los griegos llamaron poiesis: producción, realización, creación. La obra de Duchamp no es más que un par de rayones, muy al estilo niño de secundaria, sobre una copia impresa. Sin embargo, el concepto que carga a la obra va más allá de la mera intervención traviesa sobre una reproducción. L.H.O.O.Q. es un obstinado intento por restarle seriedad y despojar de solemnidad íntegra, de pomposo respeto social, a un mero símbolo visual.

L.H.O.O.Q., Marcel Duchamp.

“El arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas”, decía Marcel o por lo menos a eso dedicó su quehacer artístico: a alterar las reglas de la poco clara concepción del arte. De pronto, y a partir de los juegos del dadaísmo y de Duchamp en específico, no era tanto el hacer lo que le brindaba valor a la obra, sino su trama conceptual. El arte recayó en la argumentación del artista, la pregunta se convirtió en ¿Cuál es la idea que sustenta la obra? En palabras simples: ¿¡Qué me estás queriendo decir con esto!?

Esta metamorfosis del arte causó quejidos, dividió opiniones, desató la furia de los puristas y la melancolía de los nostálgicos. Ya no se trataba únicamente de distintas formas de pintar, de vanguardias, de técnicas o ideas variantes sobre lienzos, ahora la copia de una obra maestra siendo ridiculizada podría ser considerada arte.

Pero déjenme les cuento otra historia: En 1917, cuando comenzaba la primavera en Nueva York, se inauguró la primera exposición de la Society of Independent Artists. Como lo indica el nombre, cualquier artista independiente podía exponer tras pagar la cuota establecida de 6 dólares. Así que Marcel, insólito como era, entregó un urinario firmado por R. Mutt. A pesar de asegurar que cualquier artista podía exponer, los directivos decidieron no exhibir “La Fuente”. “Está claro que el asunto había sido una provocación, una manera de poner en entredicho las limitaciones de la más reciente y progresista de las instituciones artísticas americanas. (Ramírez, 2006)”.

Lo cierto es que, Duchamp, a través de “La Fuente” quería generar polémica. Y… ¡Vaya que lo logró! Él mismo era parte del comité directivo y, tras el rechazo de la obra, dimitió. En torno al caso explotó la prensa al punto en que el 25 de abril se publicó un artículo en Boston asegurando que el señor R. Mutt estaba por demandar a la mesa directiva de la asociación. Para culminar con todo el desgaste, al final de la exposición, el urinario se perdió y de él solo quedó una fotografía tomada por Stieglitz. Imagen que, por cierto, fue reproducida un millar de veces.

Fotografía de “La Fuente” de Stieglitz.

Con “La Fuente", Duchamp no solamente le tomó el pelo a la comunidad artística internacional, sino que también despertó en muchos la pregunta que aún sigue resonando en las aulas de Bellas Artes: ¿Es cualquier cosa expuesta en un museo arte? Con esta obra Marcel fue más allá en su faena por desmitificar el oficio artístico. Descontextualizó un objeto utilizado para mear y lo colocó en un pedestal. A las cosas de uso cotidiano que han sido privadas de su significado útil para ser expuestas como arte las nombró readymades.

“Sería estúpido discutir acerca de su belleza o su fealdad, tanto porque no son obras sino signos de interrogación o de negación. El readymade no postula un valor nuevo. Es crítica activa: un puntapié contra el llamado arte sentado en un pedestal de adjetivos”. – Octavio Paz, 1989.

Fue así, aquí, a partir de este momento histórico que Duchamp, sabiéndolo o no sabiéndolo: creó el arte conceptual. Esos gritos de desconcierto, la razón por la que hoy tantos aseguran no lograr entender el arte contemporáneo es culpa de él. A fin de cuentas, fue Marcel quien, al postrar un mingitorio sobre un pedestal obligó a que se replanteara la noción del arte y del artista. ¿Quién dice que el arte debe ser bello? Nos preguntó. ¿Qué o quién es realmente un artista?

“Los artistas de todos los tiempos son como los jugadores de Montecarlo, la lotería ciega hace sobresalir a los unos y hunde a los otros”, aseguró Duchamp en una de sus cartas escritas en 1952 para el pintor Jean Crotti. En otra carta para H.P. Roché explicó que “cuánto más vivo entre artistas, más convencido estoy de que se convierten en falsos desde el momento en que empiezan a tener el mínimo éxito. Esto también significa que todos los perros que rodean a los artistas son estafadores”.

Marcel era, entonces, de esos pocos que no se dejaba anonadar por la perniciosa actitud de quienes se habían inflado el ego a partir de creaciones artísticas perecederas. Fue un artista que no quiso contribuir en el juego de un mercado servil, de coleccionistas sedientos por reafirmar su posición de la high con la compra de unos cuantos cuadros, de los críticos estirados que bañan de adjetivos poco utilizados por el vulgo las obras de hoy y de entonces. Marcel fue alguien que no quiso sumarse a la lucha de yoes endebles, sino reírse de ello. Su postura fue la del bromista; un independiente que jamás le rindió cuentas ni a las modas, ni a la estética, ni al mercado del arte.

Hoy, a 70 años de la muerte de Duchamp y debido a su legado, un artista italiano (cuyo nombre no me importa mencionar) pegó en la pared de la más proclamada feria de arte contemporáneo una banana. La prensa se volvió loca, las cámaras del teléfono de los ambulantes la plasmaron por todo el internet y, para colmo, una mujer compró los derechos de reproducción la obra– porque el plátano en cuestión de un par de días estará podrido – por la cantidad de 120,000 dólares. Yo, la verdad, no sé si Duchamp si volviera de la muerte, se reiría o suspiraría indignado ante el espectáculo en el que ha derivado su fechoría.

“Les he tirado a la cara el estante de las botellas y el orinal y ahora los admiran por su belleza estética”. -  dijo Marcel en 1962, cuando sus obras fueron consideradas estéticas.

Al final, es cierto que Duchamp, al atentar contra el arte, lo transformó. Lo obligó a dar un giro inesperado, lo hizo brincar de lo estético a lo conceptual. Gracias a Marcel, el significado y la significación del arte cambio. Pero la gente que conforma ese mundo, los artistas iluminados que se pasean por las ferias creyendo que llevan bajo la manga del saco las respuestas del universo, los coleccionistas desesperados por presumir en sociedad su última adquisición, los galeristas que inflan el precio de cualquier obra u objeto con tal de llevarse una buena mochada, los críticos que se las dan de intelectuales por que juran entender los conceptos del arte, todo, todo eso no ha cambiado.

¿Por qué? Porque la esencia de las relaciones humanas – y más dentro de este sistema capitalista – se basa en una lucha de poder. El enorme miedo a perder el lugar o el puesto en que la sociedad nos percibe nos obliga a adoptar cualquier estrategia de conservación sin importar lo desesperada o absurda que ésta sea. O díganme ustedes, ¿Qué otra razón, más allá de demostrar su capacidad adquisitiva, tendría esa mujer para comprar un plátano pegado a la pared?

“Quería ser yo quien matara el arte”. – Marcel Duchamp.

1- El filósofo Walter Benjamin desarrolló la preocupación por la reproductibilidad masiva de la imagen y la autenticidad de las mismas en su libro “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”.

2- Jiménez, J. (2006). “Teoría del arte”. Capítulo 1 – Arte es todo lo que los hombres llaman arte. Ciudad de México, Tecnos.

3- Ramírez, José Antonio. (2006). Duchamp, el amor y la muerte. Madrid, Ediciones Siruela.

4- Paz, Octavio. (1989). Apariencia desnuda. Ciudad de México, Alianza.

5- Frases de Duchamp tomadas del artículo del país: https://elpais.com/diario/2001/12/30/cultura/1009666802_850215.html

Combalia, Victoria. (2001). Las cartas de Duchamp desvelan su faceta como intermediario artístico.