Opinión

El incontenible activismo electoral del Presidente

El corolario de los ataques presidenciales fue la amenaza de promover una nueva reforma electoral para transformar sustancialmente a esas instituciones, como parte de lo cual el INE se integraría al Poder Judicial.

El incontenible activismo electoral del Presidente

El incontenible activismo electoral del Presidente

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Pablo Xavier Becerra Chávez*

Desde hace varios meses ya resultaba evidente que el presidente Andrés Manuel López Obrador se había convertido en el verdadero dirigente de la campaña de su partido y que utilizaba las conferencias mañaneras como el espacio privilegiado para tomar decisiones y fijar posicionamientos ante el proceso electoral. Durante el periodo de las campañas electorales, iniciado en el mes de abril y hasta la fecha, el Presidente se ha esforzado por dejar muy claro su abierto involucramiento en el proceso electoral, a pesar del supuesto Acuerdo Nacional por la Democracia, que el Presidente firmó ante los gobernadores del país el 23 de marzo.

El Presidente ha justificado que sus conferencias mañaneras son informativas, pero en realidad constituyen un medio de propaganda y promoción personal y de su “proyecto de transformación”. Durante los meses previos a las campañas electorales AMLO utilizó ampliamente ese espacio para desarrollar su planteamiento polarizador que divide a los mexicanos en dos: por un lado, el pueblo bueno que lo apoya y que constituye el “movimiento transformador”, y, por otro lado, los conservadores que pretenden conservar sus privilegios y se aferran a la corrupción del pasado.

En el bando de los conservadores se ubican los partidos opositores a la coalición gobernante, los medios de comunicación críticos y los “intelectuales orgánicos”,

como les llama AMLO a los intelectuales críticos. El Presidente nunca ha debatido con base en argumentos con los “conservadores”, simplemente los descalifica y sataniza. Si un periódico o un intelectual hacen una crítica al gobierno actual, la respuesta presidencial es automática: “callaron como momias” ante la corrupción del pasado, si critican al gobierno hoy es porque están financiados por intereses obscuros nacionales extranjeros, y seguramente forman parte de una conjura “golpista”. De hecho, desde la óptica presidencial cualquier opositor es un golpista en potencia. Lo mismo cuando denunció la supuesta formación de un bloque opositor amplio (el BOA) o en las semanas recientes cuando ha convertido la pretensión opositora de quitarle la mayoría en el Congreso (pretensión totalmente legítima en una democracia) en una intentona golpista, para el Presidente la oposición política y la crítica por parte de medios e intelectuales no son legítimos. El Presidente cree que todos deberían apoyarlo porque él representa un movimiento transformador de largo alcance (la “cuarta transformación”). Por ello alude frecuentemente al “partido conservador” y él mismo se cura en salud diciendo que no se refiere en específico a ningún partido. Se pregunta socarronamente “¿o existe el partido conservador?”.

Se creía que durante el periodo de campañas electorales, iniciado en abril, AMLO moderaría sus intervenciones en la esfera electoral, pero ha resultado todo lo contrario. El 23 de marzo firmó el Acuerdo Nacional por la Democracia ante los gobernadores del país (cuyo texto constituye hasta hoy un misterio) y el 13 de abril se publicó en el Diario Oficial un “Acuerdo por el que se exhorta a los servidores públicos de las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal a cumplir con la normativa en materia electoral”, cuyo punto V establece que los servidores públicos federales deben abstenerse durante las campañas electorales de difundir “mensajes destinados a influir en las preferencias electorales, a favor o en contra de aspirantes, precandidatos, candidatos o partidos políticos; menciones al proceso electoral o expresiones vinculadas a éste como "voto", "sufragio", "comicios; "elección", "elegir", "proceso electoral" y cualquier otra similar”. El primero en incumplir tal obligación ha sido el presidente AMLO.

Ante la problemática del registro de los candidatos de Morena a las gubernaturas de Guerrero y Michoacán, que omitieron la presentación de sus informes de gastos de precampaña, AMLO presionó insistentemente desde la mañanera, primero, al INE y, después, al TEPJF para lograr el registro y perdonar la “pequeña falta” que conducía a la negativa. Cuando el asunto pasó al TEPJF, el presidente llegó a proponer que esta instancia jurisdiccional hiciera una encuesta telefónica para resolver el problema. Antes de la resolución del TEPJF, AMLO atacó una y otra vez al INE con los argumentos que ha repetido los últimos dos años y medio: es una institución muy cara, sus consejeros ganan más que él y a lo largo de su historia ha solapado los fraudes electorales (como los que supuestamente le cometieron en 2006 y 2012). Por el momento no atacaba al TEPJF y consentía las amenazas de violencia física contra los consejeros del INE que profería Salgado Macedonio, pero cuando el tribunal le dio la razón al INE en negarle el registro a los dos aspirantes, y además avaló el acuerdo que pretende moderar la sobrerrepresentación del partido mayoritario en la cámara de diputados, el discurso presidencial se radicalizó y atacó por igual a la autoridad administrativa y a la jurisdiccional, acusándolas de ser enemigas de la democracia y de existir precisamente para avalar los fraudes. El corolario de los ataques presidenciales fue la amenaza de promover una nueva reforma electoral para transformar sustancialmente a esas instituciones, como parte de lo cual el INE se integraría al Poder Judicial.

No se trata solamente de un exabrupto presidencial. Se trata ante todo de una amenaza: si el INE y el TEPJF siguen resolviendo los asuntos electorales al margen de los designios presidenciales, es decir, si siguen haciendo enojar al presidente, entonces lo que sigue es su desaparición. Nunca se había visto en México un ataque presidencial de tal magnitud contra las instituciones electorales construidas durante las tres últimas décadas, precisamente las instituciones que habíamos llegado a considerar los baluartes de la transición mexicana a la democracia. El problema es que el presidente cree que tal proceso de democratización solamente fue un espejismo porque se produjo en el contexto del neoliberalismo, el periodo más negro de la historia del país. Para él la democracia apenas nació en 2018 con

su triunfo electoral y por tanto a él le corresponde construir una “verdadera democracia” con base en sus muy peculiares ideas al respecto.

*Profesor-investigador del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana