Opinión

El largo adiós

El largo adiós

El largo adiós

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Todavía no llega a la mitad de su gestión, pero el presidente López Obrador habla de su gobierno como si ya casi terminara. El tono de despedida que hay en su reciente libro, así como en varias alocuciones en las últimas semanas, resulta extraño cuando está por cumplir 33 y medio de los 70 meses que debe durar su administración.

Posiblemente estamos iniciando un extenso y previsiblemente tortuoso periodo, con la despedida más larga que haya protagonizado presidente alguno en la historia mexicana. Ese giro en su discurso coincide con el interés de López Obrador para que en marzo haya una consulta por la revocación de su mandato. La reiteración de su posible ausencia sería un acicate para que sus simpatizantes votaran por la continuación de su gobierno. 

En A la mitad del camino, el libro que promueve con recursos públicos y que según testimonios periodísticos miles de empleados públicos han sido obligados a comprar, López Obrador tiene frases de adiós como si estuviera cerca del final y no en el ecuador de su administración. “Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar la Presidencia sin sentirme mal con mi conciencia” dice, confirmando que evalúa a su gobierno con  apreciaciones subjetivas y no a partir de hechos.

Las alusiones a su eventual ausencia resultan más extrañas porque al presidente López Obrador le ha dado por sugerir que podría producirse una terminación abrupta, incluso trágica, de su gobierno. En ese libro, sin que venga a cuento, proclama y luego ha repetido: “Falta lo que diga la ciencia y el Creador, pero si tengo suerte y termino mi mandato…” La naturaleza humana es frágil pero no resulta usual que un presidente hable así, con ambigüedad y matiz incierto, de su capacidad o de las condiciones para cumplir con su gestión.

Los líderes populistas apelan constantemente a las emociones de sus partidarios. El antagonismo que crean con aquellos que no los respaldan de manera incondicional es acentuado con una tendencia a victimizarse. Cuando están en campaña se dicen perseguidos y buscan el cobijo de sus adeptos en contra de los poderosos. Ya en el gobierno, los líderes de ese corte acostumbran inventar conspiraciones para mantener en tensión las fuentes emocionales del apoyo que encuentran en la sociedad.

La investigadora argentina Adriana Amado, en un análisis del populismo y los medios de comunicación, recuerda que cuando los líderes de ese estilo han denunciado conspiraciones en su contra, la militancia que los defiende “repetía que eso era así, lo que confirmaba la victimización, que es la contracara del triunfalismo excepcional con que se presentan” (Política Pop. De líderes populistas a telepresidentes, Ariel, 2016). El liderazgo populista se construye y cohesiona ante amenazas, reales o imaginarias. 

El presidente López Obrador piensa tanto en El Juicio de La Historia (por supuesto con mayúsculas) que se ha colocado junto a varios de los personajes más destacados del pasado mexicano. Su obsesión para equipararse con Juárez, Madero o Cárdenas, es desproporcionada pero constituye uno de los ejes de su discurso. La semana pasada dijo: “Yo quiero terminar bien, seguir sirviendo al pueblo de México y cuando pase el tiempo la gente va a juzgarnos, ahora sí que la historia nos juzgará”. 

Los líderes populistas, especialmente cuando enfrentan situaciones difíciles, erigen escenarios simbólicos en donde se colocan como posibles víctimas de la fatalidad. Un estudio sobre los rasgos del liderazgo carismático explica: “El líder también es el Mártir. Los guiones internos de estos movimientos comparten el tema dominante del auto sacrificio del líder por la causa. Cada uno ha perdido el interés propio, el bienestar e incluso la salud por el bien de la misión. Sus biografías sirven como prueba de su martirio. Además, estos líderes aludieron a la posibilidad de ser asesinados. La aflicción personal realza la imagen misionera del líder como una figura heroica y estoica que atraviesa el dolor y la tribulación por el cumplimiento de la misión” (José Pedro Zúquete, “Populism and Religion”, en Cristóbal Rovira Kaltwasser y otros, editores, The Oxford Handbook of Populism, Oxford, 2017).

Al insistir en la incertidumbre sobre su permanencia en el cargo, López Obrador crea una corriente de respaldo afectivo que le sería útil si se realiza la consulta sobre la revocación de mandato. Esa consulta es un despropósito pero, con ella, el presidente crea otro evento que mantiene la polarización política y que difumina la discusión sobre los muchos errores e insuficiencias de su gobierno. 

La consulta, para realizarse, debe ser solicitada al menos por el 3% de los ciudadanos inscritos en la lista nominal del INE, es decir, unos 2 millones 800 mil personas. Cuando llamen a sus simpatizantes a firmar por la consulta, Morena y López Obrador tendrán que decirles que apoyen una votación para destituir al presidente. Si la consulta se hace, entonces votarían contra esa destitución. Es un proceso absurdo e innecesario y que, además, no implicaría un cambio político de fondo. Si López Obrador perdiera la consulta, los diputados y senadores de Morena nombrarían a su sucesor para que terminara el periodo presidencial. 

Cualquiera que fuese su resultado, la consulta serviría para incrementar las adhesiones a López Obrador y su partido. Ante tanta insistencia del presidente para decir que podría irse pronto a su célebre finca, los ciudadanos pueden recordar el refrán sobre el que mucho se despide.