Opinión

El libro de texto gratuito: una conquista republicana

El libro de texto gratuito: una conquista republicana

El libro de texto gratuito: una conquista republicana

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En el 60 aniversario del Libro de Texto Gratuito

Los mexicanos no siempre somos conscientes de lo que poseemos. No todos los países tienen educación obligatoria (preescolar, primaria, secundaria y media superior) gratuita como ocurre en México. En Chile, por ejemplo, no existe educación superior pública; en Estados Unidos los alumnos pagan miles de dólares anuales por su educación universitaria. Una monografía de la escuela argentina me hizo ver que el libro de texto gratuito no es un fenómeno universal, sino específicamente mexicano.

El papel pedagógico del libro de texto gratuito es aparentemente obvio: es la materialización del currículo, utilizado con inteligencia, puede ser la vía regia para la innovación, pero utilizado de forma convencional puede apuntalar un aprendizaje mediocre.

Al crearse, en 1959, el libro de texto gratuito en México hubo una explosión de descontento entre las fuerzas políticas conservadoras del país que vieron en él —entre otras cosas— un paso hacia el establecimiento del régimen comunista en México. La ola de protestas contra el libro se desarrolló principalmente en los estados del norte (en Monterrey hicieron hogueras de libros), reacción de histeria que fue seguida de contraprotestas de izquierda, aunque, a la postre, la defensa más eficaz la hicieron el presidente Adolfo López Mateos y su subsecretario Jaime Torres Bodet.

Por lo anterior decimos que el libro de texto gratuito ha sido un símbolo de lucha social progresista, de laicismo, de combate político por la igualdad y la justicia, pero, sobre todo, fue y es, un instrumento poderoso para reafirmar nuestra identidad nacional. México tiene en su sistema educativo varios tesoros, entre ellos sobresale el libro de texto gratuito.

Ningún libro de texto es impoluto, todos son humanamente imperfectos. Los contenidos curriculares cambian periódicamente y este proceso de renovación es natural y saludable. Muchos maestros se quejan todavía hoy por la falta de tiempo para completar los programas anuales y, aunque las autoridades han hecho esfuerzos por impedir la desmesura de contenidos, al parecer, ha sido una lucha contra corriente pues con la explosión de información ­resultante de la revolución tecnológica, han surgido poderosas presiones contra la reducción del currículo y del libro de texto.

Debemos suponer que, a lo largo de su historia, ha habido libros de texto buenos y malos, pero, por desgracia, nunca se ha producido una evaluación sistemática y permanente de los libros y del papel que desempeñan en la enseñanza. Esperamos que eso se produzca durante este sexenio. Para que esto suceda debe darse, necesariamente, por un lado, un proceso de consulta y, por otro, un proceso de demistificación, es decir, que hagamos un esfuerzo colectivo para dejar de verlos como textos sagrados, intocables, que no deben sufrir modificaciones incluso en áreas en que la investigación científica hace nuevas revelaciones  La fuerza simbólica de los libros de texto gratuitos no debe actuar como camisa de fuerza que nos impida innovar y avanzar en la mejora de los conocimientos educativos.