Opinión

El Papa y la Iglesia

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Abril cerró con dos noticias centradas alrededor del papa Francisco. La primera fue la decisión del pontífice de hacer una donación de medio millón de dólares a las diócesis mexicanas más directamente involucradas en la atención a los migrantes de América Central y otros países, que se encuentran varados en las fronteras de México con Guatemala y Estados Unidos.

El papa Francisco y sus predecesores suelen hacer este tipo de donaciones cuando ocurren desastres naturales, cuando hay una situación inesperada, fruto de guerra u otro tipo de problemas. Sin embargo, en los últimos años, Jorge Mario Bergoglio sólo ha donado medio millón de dólares para atender una situación o problema en dos ocasiones.

La primera, a mediados de 2017, fue cuando envió esa cantidad para ayudar a las víctimas de la guerra civil y el genocidio que se vive en Sudán del Sur. La segunda fue el último sábado de abril de este año, cuando informó del envío de ese dinero a México. Antes, el Papa ha donado, por ejemplo, 100 mil dólares para ayudar a las víctimas del huracán Mateo, que devastó a Haití en 2016. En marzo de este año, envió 150 mil dólares a las víctimas del huracán Idai en Mozambique, Malawi y Zimbabue.

En este sentido, queda claro que para el Papa la situación en las fronteras de México amerita una intervención seria, que permita sostener un esfuerzo que, no nos engañamos, no se resolverá en una o dos semanas, y que—lamentablemente—ha sacado lo peor de muchos que en México se olvidan de que nosotros tenemos a entre siete y nueve millones de indocumentados en Estados Unidos y, quizás por ello, sacan lo peor de su racismo al exigir aplicar contra los centroamericanos medidas similares a las que Trump usa contra los mexicanos allá.

Este gesto de Francisco contrasta con la manera en que, desde Gran Bretaña, se hizo circular una carta en la que un puñado de académicos pide que los obispos del mundo declaren al Papa como hereje. Esos académicos quizá sean eminencias en sus respectivos campos laborales, pero nadie en su sano juicio podría considerarlos como representativos de los cientos de millones de católicos que vivimos en todo el mundo y mucho menos podría tomarse en serio las acusaciones que levantan contra Francisco, pues el Papa no ha modificado ni una coma del catecismo de la Iglesia y los cambios que ha propuesto en otros ámbitos han contado, en cambio, con el respaldo de teólogos por lo menos tan capaces como los que firmaron la carta de marras.

Que las acusaciones se levanten contra Francisco, que es quien ha venido a limpiar mucho del desorden que heredó del mal manejo de los casos de abuso sexual y de los efectos del cáncer del clericalismo, no podría ser más paradójico. Hay en la Iglesia, que no nos quepa la menor duda, un ánimo farisaico, alimentado por un fundamentalismo enfermizo y peligroso, que ve las pajas en los ojos ajenos, pero se niega a ver las trancas en los propios.

Vivimos, en este sentido, un momento de muy amplia reconfiguración de lo que la Iglesia debería considerar o no como valioso y verdaderamente para que cumpla con su misión y para su futuro como organización humana. Lo que Francisco ha hecho, lo que parece motivar la saña con la que los católicos fundamentalistas lo atacan, es el redescubrimiento de verdades básicas, fundamentales, del Evangelio, que se olvidaron por la obsesión de muchos con una moral sexual que, de todos modos, ni ellos mismos cumplían.

manuelggranados@gmail.com