Opinión

El populista y el disidente

El populista y el disidente

El populista y el disidente

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Se equivocan quienes consideran que la democracia es la lógica consecuencia del desarrollo de nuestras sociedades. El cambio político también produce concepciones y prácticas autoritarias. La desproporcionada reacción del Presidente de la República en contra del Instituto Nacional Electoral ante la cancelación de candidaturas a su partido y la aprobación de lineamientos para garantizar límites a la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados así lo demuestra. La democracia se ve afectada porque si una mayoría lo puede todo, entonces las minorías verán limitados sus espacios políticos. De aquí nace la contraposición entre un poder mayoritario y una sociedad disidente.

El populista dice: esta es mi sociedad y mi verdad, este es mi pueblo y mi justicia, este es mi poder y estas son mis instituciones. Considera que la democracia y la política le pertenecen, por lo que busca imponer sus concepciones para la “nueva etapa de la soberanía popular”. Trabaja para hacer coincidir a la coyuntura con el enemigo polarizando el campo político entre un “ellos” y un “nosotros”. Permanentemente reproduce la contraposición entre un pueblo transparente y una oligarquía siempre oscura. El populista cree solo en la democracia sustantiva mientras desprecia la democracia de los procedimientos. Olvida interesadamente que las reglas del juego político representan garantías democráticas para los actores que compiten por el poder. Cree que una vez conquistado, todas sus decisiones, aún las más contradictorias y desproporcionadas, deberán ser consideradas lícitas. Concibe una democracia que impone decisiones y que reafirma el poder descendente.

Por su parte, el disidente dice: lucho por derechos, libertades y justicia, soy un ciudadano con capacidad de discernimiento, formo parte de una sociedad pluralista, creo en la diferencia, despliego la tolerancia y lucho para fomentar la inclusión social. Defiendo los procedimientos democráticos porque ellos impiden cualquier monopolio del poder. Sin reglas no existe democracia porque ellas permiten la toma de decisiones colectivas. Afirmo que es una forma de gobierno caracterizada por normas generales y leyes fundamentales que permiten a los integrantes de una sociedad, sin importar cuán numerosos sean, resolver los conflictos que inevitablemente nacen entre grupos que tienen intereses contrapuestos sin recurrir a la violencia reciproca. Considero que la sociedad debe configurarse como una comunidad de potenciales disidentes garantizando la propia individualidad como requisito insustituible de la democracia. El disidente cree en una democracia de electores, en el poder ascendente y en la soberanía de los ciudadanos. La libertad del disidente es anterior al principio de mayoría porque lo que caracteriza a la democracia no es la presencia del consenso, sino la fuerza del disenso.

Estas dos concepciones constituyen las polaridades del momento actual. La política adquiere sentido delimitando y articulando sus diferentes elementos y esferas, sus espacios y actores, sus ideas y prácticas. La política proyecta pluralidad y comunidad. No es solo el terreno del poder, por más que lo implique, sino igualmente el de las prácticas y decisiones colectivas de la gente en torno a la vida de la comunidad y su destino. Tampoco tiene que ver nada más con la acción individual del ciudadano aislado, sino con su actuar en común, su interrelación, su organización social, su ser y hacer en tanto miembro de una colectividad. Paradójicamente, cuando la democracia parece generalizarse e imponerse de manera incuestionable por todas partes, nuestras sociedades son sometidas a nuevos fundamentalismos políticos. En tales condiciones la disidencia es una obligación ética y política de los ciudadanos.