Opinión

El presidente ante la masacre de Tlatelolco

El presidente ante la masacre de Tlatelolco

El presidente ante la masacre de Tlatelolco

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La masacre de Tlatelolco es una mancha roja en la historia contemporánea de México. Ese crimen, no obstante, sigue impune y los gobiernos se han negado a investigarlo. Fue una crimen de Estado, pero los dirigentes políticos que decidieron su ejecución y los que la llevaron a cabo nunca han sido juzgados y castigados.

Es verdad que el principal operador de la masacre, el secretario de gobernación Luis Echeverría –quien mandaba a la Dirección Federal de Seguridad cuyos agentes iniciaron la matanza-- , fue sometido hace algunos años a un procedimiento judicial, pero sin resultados.

Es presumible que, tras 52 años, algunos o muchos de los culpables ya no vivan. Pero el pueblo de México no olvida ese crimen sin nombre y merece conocer la verdad. Que la matanza de Tlatelolco siga en las sombras es algo que debería avergonzar a todos los mexicanos.

El jueves 1º de octubre el presidente López Obrador se refirió a los hechos trágicos de 1968 con indignante superficialidad y ligereza, haciendo referencia a una anécdota menor que le relató años atrás el ingeniero Cuauhtemoc Cárdenas y de acuerdo con la cual el Cuerpo de Guardias Presidenciales tuvo responsabilidad en la consumación de la masacre.

Se comprende que los gobiernos del PRI hayan procurado ocultar sistemáticamente lo ocurrido en Tlatelolco, pero no se explica por qué un presidente que dice defender las causas populares y ser piensa heredero de las luchas sociales de los mexicanos se abstenga de proceder jurídicamente contra los asesinos.

El presidente podría, al menos, iniciar un procedimiento para aclarar el papel que tuvieron en 1968 agencias que están bajo su mando, como la SEDENA, cuya actuación en Tlatelolco está fuera de duda –hay todavía muchos testigos de la ofensiva de la soldadesca contra el mitin y de las torturas y otras infamias que consumaron los militares.

No hay razón para que el Ejecutivo se abstenga de actuar y reduzca su intervención a hacer comentarios frívolos y sin sustento. El presidente insiste en repetir: “No somos iguales”, “Somos diferentes” pero hasta ahora, en relación al agravio mayor que fue la masacre de Tlatelolco, se está conduciendo de la misma manera que los gobiernos del PRI, sobre todo en su intención de solapar a las fuerzas armadas.

Se puede argumentar que en 52 años éstas han cambiado. En tal caso, yo preguntaría: ¿en qué han cambiado? ¿Qué transformación sustantiva experimentaron las fuerzas armadas mexicanas en este tiempo? ¿Se han modernizado? ¿Pueden los poderes civiles –a los que legalmente deben supeditarse-- supervisarlas y evaluarlas? ¿Acaso el fuero militar ha desaparecido?

Con López Obrador el poder civil parece haberse prosternado ante el militar. La decisión presidencial de concederles amplio protagonismo a los militares --es decir, más poder--, no sólo en seguridad pública, sino en muchos otros rubros, constituye, de facto, una militarización de la vida nacional, una medida que choca con la tradición civilista y ofende a las conciencias democráticas de México.