Opinión

El púlpito y el huevo de la serpiente

El púlpito y el huevo de la serpiente

El púlpito y el huevo de la serpiente

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Ya sabemos que el método que ha elegido el Presidente, a través de las mañaneras, es el de la didáctica desde el púlpito. Más que aclarar dudas y explicar sus decisiones de gobierno, se busca definir agenda y machacar en una confrontación, más que ideológica, de definición de escuadrones desplegados en un imaginario campo de batalla.

Con la llegada conjunta de las crisis económica y sanitaria, esta confrontación se aviva desde todos los frentes y el resultado visible es la falta de unidad nacional para enfrentarlas.

En otras palabras, salvo excepciones —casi todas dentro de la prensa profesional— estamos pasando a una discusión sin matices, en la que no se cree o no se quiere oír un solo argumento de la contraparte, “el que no está conmigo está contra mí”.

De esta forma, el discurso político está siendo sustituido por sermones. Pero no son sólo los que provienen diariamente de Palacio Nacional, con citas bíblicas y todo. También del otro lado los vemos, del de los opositores a ultranza. Y todo se resuelve en una situación absurda donde, en medio de problemas terribles que demandan solución, la discusión es sobre quién está derrotado moralmente.

Así ha sido, por ejemplo, con el tema de la estrategia federal contra la pandemia, y el papel de Hugo López-Gatell. Los resultados hacen evidente que ha habido errores y que buena parte de ellos se derivan de la politización de la comunicación. Un buen tema de tesis para licenciatura en periodismo sería analizar el cambio en el tipo de gráficas mostradas en las presentaciones del subsecretario y su equipo a lo largo de la pandemia. Esos cambios, a menudo no explicados, han sido grandes generadores de suspicacias.

Sumemos la suspicacia racional a la intencionalidad política, y encontramos cosas como las interpretaciones sesgadas de las razones por las que se suspendió el semáforo epidemiológico o, peor, disputas sobre si el funcionario es un héroe o un genocida, sin espacios intermedios.

El tono del debate, que amaga con tocar todos los temas de la agenda nacional, genera algo más que escepticismo: genera incredulidad general. El problema es que cuando la gente ya no cree en nada, es más fácil de manipular.

Si encima, se maneja el escepticismo ante la ciencia, en el fondo se está dejando a la gente a atenerse a la protección divina. El siguiente paso será la pelea para ver quién es el representante legítimo de esa protección. En otras palabras, la aparición de algún nuevo sembrador de esperanzas, aunque sean vanas.

Esto viene a cuento porque la polarización radicaliza, y en esas aguas revueltas —que se revolverán más en la medida en que se prolongue la crisis económica— veremos crecer expresiones de un abierto extremismo de derecha, que en México llevan casi un siglo en las catacumbas. El huevo de la serpiente. La posibilidad de tener un Bolsonaro mexicano, sin que AMLO haya sido jamás Lula.

Hay un grupo, cada vez más activo, que se la pasa diciendo que AMLO es comunista. Es una palabra que utiliza como anatema. Le dicen comunista a un gobierno que no da apoyos a trabajadores que perdieron el empleo, está casado con el superávit fiscal, odia los impuestos, recorta el gasto público, persigue a migrantes, se la pasa hablando de moral y de espiritualidad, se hace pato con los derechos de las minorías sexuales o con la legalización de la mariguana y se lleva de a cuartos con Donald Trump.

Es un absurdo. El que habla de la familia como seguridad social (poner más agua a los frijoles) y los que abogan por la competencia despiadada sin las redes protectoras del Estado (y la reproducción de las formas de explotación más viles). En ningún lado aparece una visión democrática, incluyente, efectivamente igualadora.

Estamos ante formas similares de comunicación. En ellas, de lo que se trata es de convertir una mentira en una nueva realidad, y convencer a la gente de que se adapte a esa (falsa) realidad. Se planta un monigote enfrente y se pide cerrar filas en su contra, olvidándose de pensar por sí misma (que, al cabo, no es tan fácil). La mafia-conservadora-que-no-quiere-perder-sus-privilegios contra el castro-chavismo-comunismo-ateo. Son dos caras de un mismo fenómeno, que niega la complejidad de la realidad. Y por supuesto, a López Obrador le conviene, coyunturalmente al menos, el enemigo de caricatura.

Ese mundo sencillito, en donde están totalmente definidas las trincheras y el odio, es el de las guerras civiles. Hay que ponerle coto.

Y la primera forma de hacerlo es no comprar la idea de que el país se divide exclusivamente en pro-AMLO y anti-AMLO, porque los matices son muchos. Entender que oponerse al presidente López Obrador no justifica distorsionar la realidad en aras de la propaganda o tolerar actitudes de la demagogia ultraderechista, y entender que apoyarlo no debería significar renunciar a un criterio propio y justificar, “por la causa” los errores e injusticias que comete, que son muchos.

Esa es una de las tareas de los medios profesionales de comunicación.

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