Cultura

El tiempo apremia, de Francisco Hinojosa

El tiempo apremia, de Francisco Hinojosa

El tiempo apremia, de Francisco Hinojosa

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
EL TIEMPO APREMIA

Para Juan Villoro

Les costó casi un año conseguir la cita con el presidente.

—Los escucho —dijo el jefe del Ejecutivo sin preámbulos a sus jóvenes interlocutores: Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado.

—Sabemos que usted es la máxima autoridad del país...

—Continúen, por favor, que el tiempo apremia.

—Si el tiempo apremia, vayamos al grano —dijo Dimitri.

—Queremos comprar el país —concluyó José Asunción.

—¿Sorry?

—Mire, señor, venimos con usted, que es la máxima autoridad de la nación, para hacerle una oferta por el país. Así de sencillo.

—Una oferta justa, por supuesto.

—Hemos hecho nuestras averiguaciones acerca del precio por metro cuadrado, tanto de las zonas residenciales como de las dedicadas a la agricultura, el ganado, el comercio, la industria...

—El valor de los inmuebles, ya sean casas, escuelas, edificios de oficinas y de apartamentos, malls, estadios, hospitales, hoteles, restaurantes..., todo...

—Los monumentos, las estatuas, las fuentes, el obelisco, el jardín botánico...

—La infraestructura de carreteras, puentes, túneles, vías férreas...

—La casa de moneda, las reservas naturales...

—En fin, estamos bastante adelantados en cuanto a tener un avalúo total basado en datos confiables.

—No estoy seguro de comprender —dijo el presidente con una sonrisa amigable—, ¿ustedes vienen conmigo para que les venda el país?

—Nada más exacto.

—¿Y por qué piensan que el país está en venta?

—Sabemos de buena fuente que ningún país del planeta está a la venta.

—¿?

—Estamos convencidos de que en este mundo todo tiene un precio...

—Aunque no esté a la venta, ¿comprende?

—Señores —se puso serio el presidente—: por si no están enterados, tenemos una Constitución.

—También queremos comprar la Constitución.

—Y su bandera, a la que por cierto no le caería mal un diseño más moderno.

—Con colores más vistosos.

—Y también el himno y los héroes y el Congreso...

—Bien, señores, ha sido un placer platicar con ustedes... El tiempo apremia...

—Sabemos que el tiempo apremia. Le dejamos aquí nuestra propuesta económica, así como los estudios de mercado que hicimos, cotizaciones, levantamientos, planos y planes...

—Una lista de nuestros socios, los nombres de los bancos que nos apoyan, cartas de referencia, currículum, historial crediticio...

—Falta un solo detalle —dijo Dimitri cuando el presidente le daba la mano en la puerta—: por supuesto que si nos vende el país lo compramos con todo y su deuda externa, que como usted bien sabe no es un problema menor...

—Y lo compramos también con las muestras masivas de desacuerdo con la política económica que usted aplica al pueblo desde hace cinco años. Recuerde que según la FOA, la UNESCO, la ONU y la FIFA su país está en el primer lugar de pobreza del continente.

—Con la operación tendrá también nuestro silencio acerca de los planes secretos de venta de materia prima que tiene con varios bancos de sangre en el extranjero. ¿Me explico?

—Y un prearreglo que ya tenemos firmado con dos de los principales grupos subversivos.

—Y otro con el líder de los cafetaleros.

—Y con los dos partidos de oposición más importantes.

—El principal cártel del norte, usted sabe, ya se acercó a nosotros.

—Y la banda de los Sacaojos...

—Como ve, señor presidente, hay algo que usted y nosotros compartimos: sabemos que el tiempo apremia.

La reunión que tuvo el presidente con tres de los ministros consentidos de su gabinete —además del abogado de la nación, el embajador del Vaticano y el empresario Zurita— fue larga y polémica.

—He revisado los números —dijo el secretario de Hacienda— y la verdad no hay duda de que se trata de un propuesta seria...

—Yo también he visto las cifras —continuó el canciller— y, aunque no las he analizado a detalle, sé que detrás de esta locura hay fundamentos económicos de peso. Sin embargo, señor presidente, el problema va más allá de esta cantidad impresionante de ceros... No hay antecedentes de una venta de esta magnitud en el mundo.

—Sí la hay —intervino el ministro de Justicia—. Creo que México vendió una parte de su territorio a los Estados Unidos.

—Usted lo acaba de decir —se levantó el presidente, nervioso—: una parte, ¡no todo el país! Y eso fue hace como cuatro siglos, ¿o me equivoco?

—Creo que la única solución sería hacer una consulta —se metió el secretario del Tesoro—. La única salida que pueda ser tomada después como democrática es que el pueblo decida si quiere pasar a otras manos.

—Habla usted como si el país fuera una mercancía.

—Hasta cierto punto —habló al fin Cocó Zurita, dueño de los ferrocarriles, el petróleo, dos embotelladoras y una imprenta, entre muchas otras empresas— todo es una mercancía. El dinero es capaz de convertir en artículos de consumo, ¿qué quiere?, la belleza, la bondad, la justicia, la democracia. Hasta el paraíso puede comprarse y, por supuesto, venderse. ¿O no es así, padre?

—Dicho como lo dices, hijo —respondió el representante del Papa—, suena todo muy mercantil, muy terrenal. La iglesia nunca ha tenido una opinión consensuada acerca de la venta de cosas o naciones. Supongo que mi jefe papal no tendrá ningún inconveniente en que se realice la operación.

—Bien, bien —dijo el presidente sin dejar de caminar de un lado al otro por la sala de juntas—. Pongamos que podemos vender el país... Pongamos que es lo mejor para nosotros, para el pueblo, para los honestos compradores, para la fe, para la bolsa de valores...

—Recuerde que las oportunidades se escapan, señor presidente.

—A eso voy: ¡ésta es una oportunidad!, ¿o no lo ven así? Todos sabemos, por ejemplo, que dentro de los esquemas económicos actuales la deuda externa no la acabarían de pagar ni los bisnietos de nuestros bisnietos.

—Sin contar —añadió el secretario de Hacienda— que desde las últimas cuatro décadas la deuda tiene una tendencia a incrementarse. Y el Banco Mundial no anda muy amistoso desde hace tiempo con nosotros... Por no hablar de nuestras reservas, si se les puede llamar reservas a los lingotes de oro que tenemos y a unos cuantos dólares, yenes, marcos, francos, reais y lempiras que guardamos en el Banco del País.

—Es cierto que se trata de una oportunidad —volvió a meterse el secretario del Tesoro— pero, ¡por el amor de Dios!, consulte, haga un plebiscito, señor presidente, un referéndum, una auscultación, un algo que lo legitime.