Opinión

AMLO nos está saliendo neoliberal

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AMLO nos está saliendo neoliberal

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La pandemia del coronavirus ha hecho que muchas cosas que parecían sólidas salten por los aires. El orden mundial no será el mismo tras su paso. En particular, los efectos económicos inmediatos no serán parecidos a los de la crisis de 2008-2009; habrá que ir más atrás en el tiempo, casi un siglo, y pensar en los años de la Gran Depresión. Se habla de caídas de hasta 30% del PIB para el segundo trimestre del año en distintas naciones desarrolladas. De ese tamaño es el mazazo.

El hecho es que muchas economías del mundo están paradas, trabajando al mínimo, en terapia intensiva. Ese paro total será de varias semanas y no se sabe, bien a bien, qué tan rápido pueden recuperarse, dada la interdependencia internacional y la ruptura de las cadenas de valor. El golpe es tanto del lado de la oferta, porque se está produciendo menos, como por el de la demanda, porque se está consumiendo menos.

La gran pregunta es, si se tratará de un fenómeno temporal o de algo más profundo, una crisis de mediana duración que obligue a recomponer la estructura económica mundial bajo una nueva lógica.

Por lo pronto, todos los países serios se han dado cuenta de la gravedad de la situación y han puesto en marcha medidas de emergencia. Se han olvidado de consideraciones propias de los años de estabilidad, como el déficit fiscal, y han desarrollado diferentes estrategias que tienen como denominador común que están soltando enormes cantidades de dinero para estímulos.

La receta varía de país a país. Hay quienes buscan proteger a los pequeños y medianos negocios, como Alemania; hay quienes aplazan el pago de impuestos, como España; quienes pagan la renta y los servicios básicos de las personas, como Francia; hay quienes apoyan masivamente a individuos como Canadá; quienes suspendieron el pago de hipotecas, entre otras medidas, como Italia; quienes pagan el 75% de los salarios de toda empresa que no despida personal, pero lo tenga en casa, como Dinamarca. Y no son sólo los países ricos: Argentina incluyó un bono como “ingreso familiar de emergencia” y prorrogó el pago de los servicios, El Salvador anunció medidas más radicales, incluido el control de precios de la canasta básica.

Todos se alejan de la ortodoxia económica, con paquetes que significan del 3 al 15% del Producto Interno Bruto Nacional. Son mecanismos para evitar el colapso total: el equivalente al respirador artificial. Y son para permitir que las economías puedan reponerse tras el paso mortal del Covid-19.

Todas estas medidas se van a financiar principalmente mediante deuda pública, en una situación en la que el costo del dinero a nivel mundial es prácticamente de cero. Y el costo es tan bajo precisamente porque hay un exceso de capital en busca de colocación, como en la crisis de 1929.

Si los campeones de la prudencia económica, que son los alemanes, le están metiendo 610 mil millones de dólares extra de estímulos fiscales, eso significa que el viejo paradigma tronó en mil pedazos, que el keynesianismo (u otra cosa parecida) renace de las cenizas y que necesariamente el mundo avanzará hacia una mayor intervención del Estado en la regulación de los ciclos económicos.

Lamentablemente, de eso no parece estar enterado el presidente López Obrador, quien estudió ciencia política en los años setenta, pero parece que sus exámenes extraordinarios de economía los aprobó en los ochenta, años de Reagan y Thatcher, cuando resurgía la ola del pensamiento neoliberal.

A López Obrador le preocupan, al hablar de macroeconomía, tres cosas: que no haya déficit, que no haya deuda y que el peso esté fuerte. Esos son precisamente los tres fetiches que usó la derecha mexicana para descalificar como “docena trágica” los gobiernos que el propio AMLO señala como últimos gobiernos revolucionarios (y que sí, cometieron errores graves ante la crisis fiscal del Estado, en aquel entonces). La cuarta cosa que le importa a López Obrador, como a los panistas y tecnócratas en los años ochenta, es no aumentar impuestos. Encima de eso, le tiene fobia al concepto de “rescate”, porque lo asocia con el Fobaproa, como si ése fuera el único tipo de rescate posible a las empresas.

El problema es que, si bien la ortodoxia económica a la que se aferra el Presidente, tenía el pequeño defecto de ser recesiva en tiempos normales, ahora que vivimos tiempos excepcionales puede tener el gran defecto de profundizar una depresión.

Para colmo, el desplome de los precios internacionales del petróleo no sólo echa por la borda la idea de utilizar a Pemex como palanca del desarrollo, sino que pone en serios aprietos a la empresa productiva del Estado en varios otros campos: si el costo de extracción es mayor al precio de venta, la palanca se convierte en un lastre que lleva al fondo no sólo a Pemex, sino también a las finanzas públicas.

En estas semanas la economía mexicana sufrirá un parón muy grande, obligada por la crisis sanitaria. No hay manera responsable de evitarlo. Las entidades federativas y los ciudadanos se han adelantado a la Federación. Y los expertos en el gobierno en materia de salud, aliados con la realidad, terminarán por doblarle la mano al terco Presidente, aunque sigamos padeciendo de disonancia con sus discursos.

Pero falta lo otro. Son necesarias medidas de emergencia, que protejan en primer lugar los ingresos de las personas, pero que también permitan que las unidades económicas vuelvan lo más pronto posible a la normalidad productiva. No puede ser que, a estas alturas, el Presidente pueda seguir tan campante con la política ultraortodoxa del “dejar hacer, dejar pasar”, aderezada con unos apoyitos que más que otra cosa parecen limosnas. Hasta Trump y el Consejo Coordinador Empresarial lo están rebasando por la izquierda. Es tiempo de que la gente sensata del gabinete imponga un paquete económico de emergencia digno de ese nombre.

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