En el centenario del natalicio de Jorge Hernández Campos (1921-2004)
En un año saturado de conmemoraciones históricas –justo acaba de pasar con gran estruendo el centenario luctuoso de Ramón López Velarde–, frente al nuevo almanaque cívico de la nación que se afana en regañar o pedir perdón a los muertos y en rebautizar al pasado, pasó casi desapercibida otra fecha no menos relevante para la historia de nuestra literatura y de nuestro periodismo en el siglo XX: el centenario del nacimiento del poeta y periodista Jorge Hernández Campos (1921-2004).
El que su nombre resulte desconocido o poco familiar para los lectores más jóvenes explica por sí misma la importancia de acudir al almanaque memorioso para rescatar aquello que se queda en el olvido, para iluminar las zonas oscuras de nuestra amnesia nacional, y para aprovechar estas fechas –acaso caprichosas– con el único propósito de rescatar y ponderar la obra de autores que han contribuido notablemente a la historia cultural de nuestro país.
Es el caso de Jorge Hernández Campos, quien además de poeta, traductor y periodista fue un funcionario cultural a cargo del departamento de artes plásticas del INBA y un representante más de nuestra diplomacia cultural como agregado cultural que fuera de la embajada de México en España.
Lo leí por años en su columna del periódico Uno más Uno, ocasionalmente en la revista Vuelta y en sus últimos años de vida en Letras Libres. Un lector crítico, a ratos malhumorado, de nuestra democracia y de nuestro sistema político. Pero si hay diversas razones para celebrar su centenario, una de ellas tiene particular relevancia de cara a nuestra actualidad: Jorge Hernández Campos escribió uno de los poemas más incisivos en el examen de la gran figura fundacional y mitológica de nuestra historia moderna: el presidente de la República.
Su poema “El presidente” fue incluido en la antología Poesía en Movimiento elaborada por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, y publicada por la editorial siglo XXI en 1966. Incluir este poema era casi una provocación, un grito al oído autoritario del presidente Díaz Ordaz.
En el ensayo de introducción a esta antología Octavio Paz se refirió así a la obra poética de Jorge Hernández Campos:
“Con Jorge Hernández Campos regresamos a la tradición de la ruptura. (…) es autor de un delgado libro (A quien corresponda, 1961) que contiene varios poemas nada desdeñables y uno notable: El presidente. Algunos de los poemas notables de Novo habían sido una denuncia de la Revolución hecha gobierno y de los poetas y pintores del llamado “realismo social”. El de Hernández Campos, no menos feroz, es más concentrado y al mismo tiempo más amplio. No es sátira: participa de la imprecación y de la épica, de la elegía y de la historia. Nada de prédicas y de moral. La realidad sufrida y asumida, no vista desde el balcón sin riesgo de los buenos sentimientos. En su centro, un mito poderoso, sombrío y sórdido. Ese poema es, otra vez, ruptura y comienzo”.
“El presidente” es una suerte de soliloquio demencial y febril desde el poder omnímodo de un presidente erigido en el caudillo a quien el poema le da voz. Junto con La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, o los ensayos de Paz que se agrupan en El ogro filántrópico, este poema pertenece a la saga literaria mexicana que ha hecho la gran radiografía intelectual del poder político en México. De ese tamaño es la aportación de este poema, también recogido por Gabriel Zaid en su Ómnibus de poesía mexicana,(1971).
Cito apenas un par de fragmentos e invito a los lectores a rescatar este poema y a leerlo de cara al presente. La voz del caudillo que da vida al poema le habla a sus aliados o contrincantes que murieron en el camino en pos del poder:
“Pero aquél era otro tiempo
y ahora tú te pudres
mientras que yo
¡yo son quien soy!
lo que tú no fuiste
¡lo soy yo por ser quien soy!
¡Yo!”
En otra parte le habla al viejo aliado al que traicionó para llegar a la presidencia:
“Y si después seguí adelante
con el llanto en el alma
si fui a las Cámaras
a la gubernatura
a la Secretaría
y llegué luego aquí
fue porque alguien
tenía que hacerlo
Este pueblo no sabe
México está ciego sordo y tiene hambre
la gente es ignorante pobre y estúpida
necesita obispos diputados toreros
y cantares que le digan:
canta vota reza grita,
necesita
un hombre fuerte
un presidente enérgico
que le lleve la rienda
le ponga el maíz en la boca
la letra en el ojo.
Yo soy ése
Solitario
Odiado
Temido
pero amado
Yo hago brotar las cosechas
caer la lluvia
callar al trueno
sano a los enfermos
y engendro toros bravos
Yo soy el Excelentísimo Señor Presidente
de la República General y Licenciado don Fulano de Tal.
Y cuando la tierra trepida
y la muchedumbre muge
agolpada en el Zócalo
y grito ¡Viva México!
Por gritar ¡Viva yo!
y pongo la mano
sobre mis testículos
siento que un torrente beodo
de vida
inunda montañas y selvas y bocas
rugen los cañones
en el horizonte
y hasta la misma muerte
sube al cielo y estalla
como un sol de cañas
sobre el vientre pasivo
y rencoroso
de la patria”.