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En Japón no hay delincuencia, pero las matanzas se suceden

Estupor. Esta semana pasada un hombre incendió el estudio Kyoto Animation. 33 personas murieron y el suceso se convirtió en un nuevo episodio de un terror extrañamente usual en un país donde en general hay tan poco crimen que la policía se dedica a investigar robos de pantuflas

Estupor. Esta semana pasada un hombre incendió el estudio Kyoto Animation. 33 personas murieron y el suceso se convirtió en un nuevo episodio de un terror extrañamente usual en un país donde en general hay tan poco crimen que la policía se dedica a investigar robos de pantuflas

En Japón no hay delincuencia, pero las matanzas se suceden

En Japón no hay delincuencia, pero las matanzas se suceden

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Japón vuelve a estar de luto. A los habitantes de Kioto, la segunda ciudad más poblada del país, todavía les cuesta creer lo que ocurrió el jueves: Un hombre, identificado luego como Shinji Aoba, de 41 años, entró en el vestíbulo del estudio de animación Kyoto Animation el jueves, roció todo con gasolina y le prendió fuego al grito de “Los voy a matar a todos”.

Eran cerca de las 10 y media de la mañana, y la jornada laboral todavía no arrancaba del todo, así que se calcula que había 70 personas dentro del edificio. No las mató a todas, pero sí a 33. La mayoría murieron atrapadas en la escalera de incendios que daba a la azotea, porque no lograron abrirla y el monóxido de carbono del humo los asfixió. Los cuerpos de rescate encontraron una montaña de cuerpos frente a la salida.

24 horas después de la masacre, el atacante, que también sufrió quemaduras en las extremidades y se recupera en el hospital bajo férrea vigilancia policial, comentó que el estudio le había plagiado una obra. Las autoridades piden paciencia y esperar a que se recupere para iniciar un interrogatorio formal. Qué más darán sus razones.

HISTORIAL DE MASACRES. El ataque, según publicaron todos los medios, es el más grave en Japón desde 2001, cuando, el 1 de septiembre, alguien prendió fuego en el edificio Myojo 56, donde fallecieron 44 personas. Medios locales informaron que un hombre herido, que rondaba por calles vecinas tras el ataque, desapareció, pero el caso es que la policía nunca ha encontrado al asesino.

Pero estos ataques no son precisamente aislados. Hace menos de dos meses, un hombre de 51 años empezó a acuchillar a gente en una estación de autobús en Kawasaki; mató a dos personas, hirió a 18 y luego se suicidó. Y seguramente el atentado más notorio de la última década, hasta ahora, ocurrió en julio de 2016, cuando un hombre entró en un centro para discapacitados en Sagamihara y asesinó a 19 personas e hirió a 26; todas, acuchilladas. Detenido por la policía, el hombre dijo que “sería mejor si los discapacitados no exisiteran”.

En la década pasada, ocurrieron dos ataques en 2008 —un incendio provocado en un teatro de Osaka que causó 16 muertos y un atropellamiento y posterior acuchillamiento en Akibahara que causó 7 muertos y 10 heridos. Y si nos remontamos aún más en el tiempo, encontramos, además de la masacre con 44 muertos en Tokio, otra matanza tres meses antes en una escuela primaria de Osaka, donde un antiguo conserje entró en el centro y empezó a acuchillar a pequeños y profesores. Siete niñas y un niño de ocho años murieron. La lista sigue, con tres atentados con 13 muertos más en los tres años anteriores.

ATAQUE DEL METRO DE TOKIO. Sin duda, la matanza más conocida de la historia moderna de Japón es el ataque que la secta Aum Shinrikyo (Verdad Suprema, que tenía 20 mil seguidores en 1992) llevó a cabo con gas sarín en el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995. Los seguidores del líder, Shoko Asahara, que entonces tenía 40 años, entraron en varias estaciones de la capital nipona en hora pico y pincharon bolsas de plástico que contenían sarín. Murieron 12 personas de inmediato, y una en 2009, tras 14 años en el hospital. Otras 6 mil personas resultaron heridas; 50 de ellas, graves, y varias quedaron postradas en cama, en un estado casi vegetativo.

Por aquel crimen, la justicia japonesa disolvió la secta (aunque hubo escisiones sucesoras) y sentenció a Asahara y a 12 colaboradores a la pena de muerte. El líder de la secta fue ejecutado el 6 de julio de 2018 junto a seis colaboradores, y otros seis esperan la fecha de su muerte.

CONTRASTE. Estos ataques contrastan severamente con la imagen generalmente pacífica que tiene Japón, con una ratio de sólo 0.4 homicidios por cada 100 mil habitantes, lejos de los 1.8 de Canadá o los 5.35 de EU y ni se diga de los 25 de México en 2018.

La criminalidad en Japón es tan baja que su extenso cuerpo de policía se dedica a perseguir infracciones que pasan inadvertidas en otros países, como ciclistas cruzando semáforos en rojo, persiguiendo a un ciudadano que robó un ‘six’ de cerveza de un coche abierto en Kagoshima o tratando de resolver quién robo las pantuflas de una mujer cuando las tenía tendidas, secándose, en su casa, según publicó The Economist en 2017.

Japón, donde hay apenas un arma de fuego por cada 175 hogares, en contraste con el 1 de cada 3 en EU, es una sociedad que evita la confrontación y aplica la no violencia, donde el enojo y la agresividad se consideran vergonzosos. El antropólogo Tadashi Yamamoto concedió hace ocho años una entrevista a La Nueva España, en la que explicó: “Sufrimos igual que ustedes horror y pánico. Gritamos y lloramos cuando ocurre un desastre. Pero lo que nos controla después del incidente es la colectividad”. Es decir, que se esconden las emociones.

SOCIEDAD PRESIONADA. Esta colectividad es la misma que genera unas masas laborales homogéneas, donde todos los trabajadores visten igual, con los mismos colores, donde la devoción por el trabajo supera la importancia de la vida privada, llevando por un lado al país a ser potencia tecnológica y económica y por otra a, por ejemplo, un serio problema de muertes por exceso de trabajo.

Esto forma parte de un contexto de represión social que lleva a fenómenos como el de los hikikomori, jóvenes bajo tal nivel presión ante los estudios que se recluyen en su habitación día y noche y rehuyen el contacto social hasta por años, incluso con la familia. También íntima, que afecta incluso a la vida sexual de pareja, lo que lleva al florecimiento de máquinas de lencería usada o al hentai, caricaturas pornográficas llenas de personajes infantiloides.

Quizás esta presión social sin comparación en países latinos explique por qué en todas las matanzas en Japón se menciona que el autor tenía algún tipo de problema mental, desde el líder de Aum Shinrikyo hasta el pirómano de Kyoto Animation, según el testimonio de sus vecinos.