Opinión

En recuerdo de Marc Fumaroli

En recuerdo de Marc Fumaroli

En recuerdo de Marc Fumaroli

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace unos días murió en París uno de los grandes historiadores críticos literarios y humanistas de los últimos cien años: Marc Fumaroli. Su muerte, a los 88 años de edad, ha quedado un tanto extraviada en México y el resto del mundo –salvo en Francia– en medio de la pandemia que enfrentamos y el conteo incesante de los muertos.

Fumaroli fue uno de los más distinguidos miembros de la Academia de Francia, a la que ingresó desde 1986. Con México sostuvo una relación más bien lejana pero apuntalada en su amistad y su admiración por Octavio Paz. Fue precisamente la revista Vuelta, dirigida por Paz, la que lo publicó por primera vez en México y lo introdujo a los lectores mexicanos.

Gracias al empeño de Paz como editor, y a su vocación para difundir el pensamiento contemporáneo en las páginas de la revista, fue que conocí su obra.

En junio de 1997 Vuelta publicó una larga conferencia de Fumaroli dedicada a examinar la herencia intelectual de los escritores moralistas del siglo XVII, un ejercicio de la imaginación en la que a su vez especulaba sobre la manera en que este grupo de escritores e intelectuales franceses –hijos de la monarquía absolutista y herederos del renacimiento– observarían el mundo del final del siglo XX.

La conferencia –traducida de manera impecable por Aurelia Álvarez– hasta donde puedo suponer era un adelanto de lo que se publicaría como libro en el año 2000, a cargo de Gallimard, con el título: Las abejas y las arañas: las querellas entre los antiguos y los modernos, publicado en 2008 por Acantilado en España. Y que es uno de sus libros más difundidos.

Rescato pues, en recuerdo de Marc Fumaroli, mis subrayados del artículo de marras de 1997, en el que me sorprendió ese afortunado –y raro– encuentro entre la erudición, la divulgación, el humor y la más impecable y lúcida prosa.

A diferencia de los intelectuales de la ilustración francesa que dominarían el pensamiento y la acción política del siglo XVIII con sus ideas del progreso y la revolución, los moralistas franceses –que les preceden un siglo en el tiempo¬¬– eran autores más bien retraídos y sabios, que recurrían a la ironía, al arte de la brevedad, a la fábula, y a la inteligencia más aguda que permite el género del ensayo –acaso ello inventaron–, antes que los discursos grandilocuentes y encendidos de sus sucesores ilustrados.

Antes que escribir para el poder y para “la historia”, preferían la economía de las palabras, la conversación entre amigos como mejor herramienta del pensamiento frente a los discursos doctrinarios y totalizadores. Les llamamos “moralistas” por su interés y la profundidad de su pensamiento en el estudio de la condición humana –la convicción compartida generacionalmente del mundo como un heredero de la sabiduría de la antigüedad clásica–, y no porque fueran autores pudibundos o doctrinarios.

Pascal, La Rochefoucauld, La Fontaine, de la Bruyère, y todos ellos, escribe Fumaroli: “sobre el fondo común de su padre y amo común: Michel de Montaigne”.

“Esos moralistas, pese al nombre infortunado que se les dio en el siglo XVIII, se preocupaban muy poco por dar virtuosamente lecciones de moral. Saben en cambio tomar a broma la virtud de los que dan lección de virtud que, sin embargo, abundaban un poco menos en su época que en la nuestra”.

“Aun cuando murieron jóvenes, como en el caso de Pascal, los moralistas del siglo XVII tienen una madurez espiritual que supone mucho más edad que una sola vida humana. Es sorprendente la diferencia con los filósofos del siglo XVIII, que siempre parecieron enfant terribles: la edad pudo arrugarlos, pero no hacerlos madurar, y esto aun cuando llegaron a muy viejos, como en el caso de Voltaire. (…) Ninguno de ellos dejó París más de lo que Sócrates se alejó de Atenas. Incluso Pasca pudo escribir: ´Toda la desgracia de los hombres reside en que no pueden quedarse descansando en su cuarto´”.

“Lejos de adornar su rostro o su alma con juventud e inocencia, los moralistas no ocultan que son viejos civilizados, que se dirigen a otros civilizados para internar volverse juntos, de ser posible, un poco más civilizados”.

Los moralistas fueron: “amigos del silencio, economizan las palabras y son enemigos resueltos de la elocuencia pública. La experiencia milenaria de la que son herederos les ha enseñado que la sabiduría es peligrosa, y pide el secreto. Como ironistas realmente socráticos, prefieren el epigrama, el pensamiento breve, la máxima, y el retrato –que deja mucho que adivinar–, a los discursos demasiado explícitos”.

“Las formas breves, casi oraculares, por las que se inclinan, son parientes de la condensación y de la inspiración poética. Le dejan al interlocutor la inteligencia de concluir. No lo injurian adoctrinándolo. Esta manera de decir, a medio camino entre la palabra y el silencio, hace pues “honor” a sus destinatarios, a los que trata como iguales y no como consumidores pasivos y halagados” ·

En el presente dice Fumaroli, es decir en el final del siglo XX pero la frase aplica para nuestros días, “ahora que las palabras mismas se han disuelto en imágenes y efectos sonoros multiplicados y transmitidos con una velocidad que sobrepasa y que aturde la atención”, los moralistas franceses nos dan una lección de prudencia, humildad intelectual y al mismo tiempo de longeva sabiduría.

Los moralistas –continúa– “han hecho de la conversación el medio por excelencia de la honestidad, el jardín de la palabra abierta y viva, en oposición a la comunicación sofisticada y desviada que tiene a la Corte por escenario. (…) Le devolvieron a la palabra su vocación profunda por el conocimiento, por la felicidad, incluso por la salvación”.

“Ese ´conócete a ti mismo´ de los moralistas franceses no nos pide que reformemos a la humanidad ni el hombre, ni el mundo, sino que nos hace responsables de nosotros mismo y de nuestros amigos. Nos invita a reconocer que no nacimos inocentes, y que, al natural, el fondo del corazón humano –empezando por el nuestro– puede ser peligroso y vulgar”.

“Si elegí a los moralistas franceses del siglo XVII para pedirles una orientación (sobre nuestro mundo de finales del XX) solo es porque los conozco mejor, y porque bien veo su parentesco profundo con la sabiduría bíblica, la de Roma y la de Grecia, la de Asia, la de los grandes espíritus de América Latina: Borges o Paz”.

Ha muerto Marc Fumaroli. Su obra perdurará.

edbermejo@yahoo.com.mx
Twitter: @edgardobermejo