Opinión

En seguridad, ya se metió en camisa de once varas

En seguridad, ya se metió en camisa de once varas

En seguridad, ya se metió en camisa de once varas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Muchos problemas se le acumularon al gobierno en la semana en la que el mensaje que se quería enviar a la población era el de una inflexión a la baja de la inseguridad en el país. Los eventos que se sucedieron demostraron todo lo contrario.

De esos eventos, el que más impactó a la opinión pública fue el estado de sitio al que el crimen organizado sometió, por unas horas, a la ciudad de Culiacán, tras un fallido operativo que pretendía capturar a los hijos del Chapo Guzmán, con el fin de extraditarlos a Estados Unidos. Como todo mundo sabe, el operativo terminó con la liberación de Ovidio Guzmán ante el chantaje criminal.

Está claro que el operativo estuvo mal pensado. Que se subestimó el poder del narco en Sinaloa y, sobre todo, su capacidad inmediata de reacción, que obligó al Estado a echarse para atrás y rendir la plaza, al menos por unas horas.

Lo que siguió fue peor, en términos de comunicación. En primer lugar, las versiones encontradas sobre lo que había sucedido. A Ovidio se le había capturado, pero no. Había orden de aprehensión, pero no la traían los captores. Fue un encuentro fortuito, pero fue un operativo. Sí lo detuvieron, pero no formalmente. Iban por los dos hijos del Chapo, pero en realidad por uno, porque Iván Archibaldo se les escapó, pero no.

Detrás de todo ello se notó, no sólo la inexistencia de una sola línea de comunicación (que deja entrever la inexistencia de una sola línea de mando, en una situación delicadísima), sino también la intención de darle la vuelta, con subterfugios o mentiras, a lo que realmente estaba sucediendo. Una comunicación a la que se le nota eso es, por definición, equívoca.

El presidente López Obrador aprovechó la circunstancia de que se encontraba en un vuelo comercial para, en principio, centrar la decisión de la retirada de las fuerzas del Estado en el gabinete de seguridad. Ya que el gobierno se dio cuenta de que no había una opinión pública abrumadora en contra de esa retirada táctica, asumió la responsabilidad, con el argumento de que es preferible salvar vidas humanas a capturar al delincuente.

Al mismo tiempo que el argumento es moralmente correcto, tiene un problema de lógica. El Estado tiene la obligación de hacer ambas cosas: capturar a los delincuentes peligrosos y garantizar la vida de la población. No pudo hacer las dos porque el operativo estuvo mal planeado, tal y como admitió el Secretario de la Defensa.

Y aunque el argumento sea moral y tácticamente correcto, tiene debilidades en términos de estrategia y política. La obligada retirada táctica generó entre los cárteles del crimen organizado —particularmente el de Sinaloa, pero no sólo ése— la sensación de que pueden doblar al Estado, de que son más fuertes que las fuerzas del orden y de que se pueden enseñorear de una manera más prepotente. Al mismo tiempo, causó desazón y malestar en las Fuerzas Armadas, que vieron a familiares en peligro y se sintieron abandonadas por una operación hecha —según dicen— desde los escritorios civiles.

En términos políticos, y tomando en cuenta que el gobierno de AMLO es uno en campaña electoral permanente, que la preocupación social sobre la inseguridad crezca es una mala noticia. Se trata, según las encuestas, del problema nacional sobre el que menos gente tiene confianza en las capacidades del Presidente. Y si, como en toda campaña, lo que importa son las percepciones, el resultado es un debilitamiento político, Ello no implica un fortalecimiento de otras opciones, sino un deterioro general de la polis.

En ese sentido, los intentos de control de daños han sido poco fructíferos. No funcionó el de controlar burdamente la mañanera inmediatamente posterior a los hechos de Culiacán (y el Presidente tampoco se ayudó cuando apuntó, por enésima vez, a la prensa fifí como enemiga). Tampoco lo hicieron las redes sociales pro-AMLO, que por una vez se vieron rebasadas. Menos lo hizo la dirigente nacional de Morena en un video en que niega el derecho a la crítica a los opositores. Y mucho menos, el video con tintes norcoreanos, del Presidente, feliz, recibiendo el coro adulador de niños de Tlaxiaco muy bien uniformaditos. La cereza del pastel, fue imaginar un complot maligno, que le hizo a López Obrador “lo que el viento a Juárez”. Los grandes comunicadores, de repente, estaban desnudos.

El único spin que hasta la fecha, y hasta cierto punto, ha funcionado es el del mal menor, porque al menos no se sacrificaron vidas inocentes. Y es el único en que López Obrador puede apostar a diferenciarse de sus antecesores.

El problema viene después. Es decir, ahora. Porque el gobierno no puede dar la impresión de que bajó los brazos ante los delincuentes, y al mismo tiempo no puede dejar el discurso de priorizar las vidas humanas en caso de otro desplante de los grupos criminales. También ahí, en el terreno del discurso, se metió en camisa de once varas.

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