Opinión

Enrique Serna gana el Premio Villaurrutia

Enrique Serna gana el Premio Villaurrutia

Enrique Serna gana el Premio Villaurrutia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Con la novela de Serna se completa una trilogía en la literatura mexicana que ha explorado las relaciones entre el poder y la prensa. Los periodistas, de Vicente Leñero (1978), La guerra de Galio de Héctor Aguilar Camín (1990) y El vendedor de Silencio (2019) son tres novelas centrales de la narrativa mexicana cuyos personajes principales son periodistas, y en cuyo registro de sus afanes y obsesiones se estampa, a su vez, la historia reciente de México como un santuario del autoritarismo, la corrupción y los abusos del poder.

Creo distinguir que en estas tres novelas se aparece a lo lejos la obra precursora de un autor prolífico que sin embargo no gozó del reconocimiento literario en otro tiempo: Luis Spota. Las seis novelas que conforman La costumbre del poder (publicadas entre 1975 y 1980) abrieron camino a la novela política mexicana, y en muchos de los capítulos de las casi tres mil páginas que componen esta serie aparecen las figuras del periodista y del periodismo como los interlocutores naturales con el poder, y como materia de la literatura.

Cuatro décadas separan la escritura de las novelas de Leñero, Aguilar Camín y Serna, pero en todas, con distintos tratamiento y nivel de presencia, aparece la figura que preside el canon legendario del periodismo mexicano que se enfrenta al poder: Julio Scherer.

A lo largo de una vida, el director de Excélsior —y fundador del semanario Proceso— puso en práctica un tipo de periodismo que dialoga con el poder, que lo observa y lo documenta hasta desnudarlo, como una forma de reivindicar al oficio y construir un corpus ético para el periodismo mexicano.

Mientras que la novela de Leñero es un repaso realista, microscópico y quirúrgico de aquellas jornadas que definieron la salida de Scherer del periódico Excélsior, casi una denuncia, y la novela de Aguilar Camín se ancla más en la ficción narrativa para hacer una lectura generacional de aquellos sucesos y su impacto en la vida política del país, la de Serna se ocupa del otro lado de la moneda: Carlos Denegri como la figura central del anti periodismo nacional, némesis y extremo opuesto de la figura de Scherer.

Entre los muchos rasgos a destacar de la novela de Serna es que traza, con realismo atroz, una suerte de antideontología del oficio periodístico. La vida y la carrera periodística de Carlos Denegrí representa todo aquello que se deforma e infecta cuando el periodismo, el poder y el dinero se aparean. Su biografía se construyó en el mismo terreno en el que se edificó la relación de codependencia entre el poder político y la prensa en los años más granados del autoritarismo mexicano.

Con gran habilidad y olfato periodístico, Denegri lograba acceder a la información más comprometedora que los políticos no querían que se diera a conocer. Obtenía pues información de interés público, no para publicarla, sino para venderla a los afectados a cambio de su silencio. De ahí el título de la novela: El vendedor de silencio. Como un gran extorsionador del poder político, supo acrecentar su influencia, fama y fortuna, pero al mismo tiempo labró su caída y su ruina.

En Denegri, en su actividad profesional, en su manera de poner el periodismo al servicio del poder y al servicio de su bolsillo, se resume uno de los capítulos centrales de la historia del periodismo en México en el último siglo: la manera recurrente en que se han construido carreras periodísticas o medios de comunicación al amparo de sus pactos con el poder. Es un capítulo, por lo demás, no concluido. Si algo nos han enseñado los años de la transición a la democracia, y la llegada de nuevos partidos y nuevos grupos al poder a lo largo de dos décadas, es que en México la relación entre el poder y la prensa continúa navegando en aguas pantanosas.

edbermejo@yahoo.com.mx
Twitter: @edgardobermejo