Opinión

Entusiasmo crítico: José de la Colina (1934-2019)

Entusiasmo crítico: José de la Colina (1934-2019)

Entusiasmo crítico: José de la Colina (1934-2019)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

"Yo sólo tengo una cosa que rara vez tienen los críticos: entusiasmo”, escribió el joven José de la Colina, con 22 años de edad, en un artículo a manera de carta a Juan José Arreola publicada en el número de agosto de 1956 de la Revista de la Universidad Nacional. En recuerdo del escritor y crítico mexicano fallecido hace unos días, rescato algunos fragmentos de esta carta memorable:

Carta a Juan José Arreola

QUERIDO AMIGO: no hace ni dos días que acabo de estar con usted en el camerino de ese Teatro del Caballito 1 —de pecho tan exiguo y de latido tan potente— y ya este fino amigo que es Juan Martín 2 me pide con tiránica premura “las cuartillas para lo de Poesía en Voz  Alta”, olvidando acaso que de crítico teatral yo sólo tengo una cosa que rara vez tienen los críticos: entusiasmo. Los críticos —esos señores vestidos de negro que avanzan sus arrugadas narices desde aquel palco— dirán a coro: No es suficiente. Y en efecto, ya lo sé, no es suficiente. Por eso, lo que viene a renglón seguido no es una crítica, ni siquiera una crónica. Es una carta, simple y llanamente. (“Como su nombre lo indica”, diría Tito Monterroso).

En un artículo publicado en el anterior número de esta revista 3 en el cual, inconscientemente, entré al palco de los señores vestidos de negro, me fui por las ramas y dejé casi todo por decir acerca de Poesía en Voz Alta. Entre las cosas que apenas alcancé a apuntar estaba mi idea de que ustedes inician algo revolucionario. Revolucionario no porque el afán de originalidad impere sobre cualquier otra intención, o porque quieran ustedes fusilar a todos los profesionales del teatro en nuestro medio —líbrense de tales malsanas ideas—, sino porque han devuelto el teatro a quien lo trabaja con amor de artista y de artesano: lo han rescatado para el arte.

Afortunadamente, ustedes tienen ya un público que —unos más, otros menos— sabe que el arte tiene mil rostros y que incluso uno de esos rostros cumple la misión de reírse del arte. Tal rostro aparece en algunas de las obritas de Lorca y en las de Tardieu y lonesco. Es el arte jugando con el arte, riéndose del arte, o mejor dicho: de esa caparazón de tópicos que tenían ahogado al arte. Risa liberadora, sátira noble: el arte sometiéndose, con sus mismos medios. a un examen implacable, a un examen obligado precisamente por el amor. Al caricaturizar Tara Parra 4, en los apartes 5, a la Muchacha Romántica, lo hace con tanta ternura, con tal delicadeza, que la burla se convierte en redención (ni más ni menos, casi como en las obras de Cervantes. de Gogol, de Chaplin).

Pero cuando el juego se eleva, cuando funde matemáticas y locura, se llama poesía, y aquí me refiero a la obra de Octavio Paz, La Hija de Rapaccini 6. Hace mucho tiempo que no se ha visto en las tablas mexicanas una obra tan bella y tan realista. Realista, he dicho bien. El nudo dramático, en la obra de Paz, es de una realidad y de una vigencia escalofriante: el conflicto entre abstracción y naturaleza, entre el demonismo y el autor.

No se puede hablar del valor dramático de una obra —aun de una obra tan excelente como la de Paz- si no se la ve viva sobre las tablas. Estuve desprevenido de la fuerza y convicción con que todos ustedes actuaron, y así el hecho fue para mí milagroso. Aquellas hermosas lágrimas de Manolita Saavedra 7 debieron de verse desde el mismísimo Olimpo. Realmente, no eran espectáculo para mortales.

Al mencionar aquí los nombres de ustedes —Héctor Mendoza, Octavio Paz, Leonora Carrington, Juan Soriano, Joaquín Gutiérrez Heras, Héctor Godoy, Rosenda Monteros, Tara Parra, Carlós Castaño, Juan José Arreola, Eduardo MacGregor, María Luisa Elío, Carlos Fernández, Ana María Hernández, Manola Saavedra ...— estoy imaginándolos como hace —más o menos— unas veinticuatro horas, concentrados todos en un núcleo de nervios, esfuerzo, fiebre, gozo y asombro, lanzados a la creación de seres de carne y hueso, de pasiones, de belleza, de misterio; lanzados todos con el espíritu gemelo al del primer glorioso antecesor nuestro que tuvo la ocurrencia de hacer teatro.

He notado, sin embargo, amigo Arreola, pequeños resbalones, sutiles resbalones en el camino de Poesía en Voz Alta. Me parece que en este segundo programa se han olvidado ustedes un poco del verbo, ese “verbo” que tanto traje y llevé en mi anterior artículo. Se han engolosinado un poco con la atmósfera, han adornado mucho el espacio del escenario. A usted, en La Hija de Rapaccini, las macetas y las plantas le estorban la acción. En el primer programa todo era más limpio, más claro, más desnudo: era el tiempo del escenario lo que adornaban. La labor de Soriano y de Leonora Carrington en este segundo programa es hermosa, pero tal vez debió ser más sobria y dejar que personaje y gesto se recortarán más.

De cualquier modo, la cosa marcha bien. Tengo entendido 1¿Me dijo usted?— que tienen en cartera un esperpento de Valle Inclán, más cosas de Ionesco, de Lorca, de León Felipe. Se abre un maravilloso campo de vivencias artísticas. Afortunado suceso es que se haya usted ligado al teatro; su amor por la palabra, su madurez artística y esa energía espiritual que va hacia lo nuevo sin ignorar la tradición ni detenerla, sino avanzando con ella, todo, en fin, lo que es usted para quienes como yo le admiran y le quieren, nos hacen esperar cosas que a las piedras harán hablar.

Con un saludo para Orso, y un abrazo de José de la Colina

Notas:

1Al Teatro El Caballito, un viejo teatro readaptado de la calle de Rosales del Centro Histórico, se le llamó así por el mural de un caballo pintado por Juan Soriano, y fue la primera sede de Poesía en Voz Alta en 1956.

2Editor, galerista y promotor cultural español, llegó a México a invitación de Jaime García Terrés, quien lo nombró jefe de redacción de la Revista de la Universidad Nacional. Fue uno de los impulsores del experimento teatral y poético llamado Poesía en Voz Alta, en el que participaron, entre otros, Juan Soriano, Leonora ­Carrington, Juan José Arreola y Octavio Paz.

3“Teatro. Poesía Viva” Revista de la Universidad Nacional, julio de 1956.

4Actriz mexicana de origen cubano, nacida en La Habana en 1932.

5El aparte es un recurso del texto dramático, parecido al monólogo en el que el personaje habla consigo mismo, simulando pensar en voz alta, para ser oído por el espectador. Se supone que los demás personajes presentes en la escena, si los hubiera, no pueden oír dicha elocución.

6La hija de Rappaccini fue representada en el segundo programa de Poesía en Voz Alta. El estreno tuvo lugar el 30 de julio de 1956 en el Teatro El Caballito, bajo la dirección de Héctor Mendoza, con escenografía y vestuario de Leonora Carrington y música incidental de Joaquín Gutiérrez Heras.

7Actriz mexicana de origen español (1932-2012).

edbermejo@yahoo.com.mx

@edbermejo