Opinión

¿Es la violencia inaceptable?

¿Es la violencia inaceptable?

¿Es la violencia inaceptable?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hablar de violencia en México —un país con unas cifras de asesinatos tan extremas, que lo sitúan en los niveles de muertes de países en guerra como Siria o Afganistán— es extremadamente complicado.

Convivir con la violencia nos deshumaniza, corrompe la sociedad y enseña a que nada importe, a agachar la cabeza para evitar que nosotros seamos los siguientes. Si en México no se escribe más sobre el narco es porque los periodistas también somos personas, y también tenemos miedo. Este jueves sicarios asesinaron a tiros a Tésforo Santiago Enríquez, locutor de radio en Juchitán, Oaxaca. Tésforo era conocido por defender los derechos de los indígenas. Era.

Esta violencia desgarra el día a día de millones de mexicanos y latinoamericanos, es condenable y cualquier autoridad que pudiera tener capacidad para combatirla y no la ejerce debe sentir la vergüenza de ser parte del problema.

Sin embargo, existe otro tipo de violencia, la popular, la que trata de lograr cambios en la sociedad presionando al poder. La violencia de los sectores radicales, de los “chalecos amarillos”, por ejemplo. En Francia, este movimiento ha tomado las calles de múltiples ciudades del país durante meses para reclamar derechos y denunciar al gobierno de Emmanuel Macron. Finalmente, esta semana pasada el presidente galo cedió y anunció una rebaja de impuestos a los pobres y un aumento de las pensiones más bajas para los ancianos.

Macron no tomó esta decisión por ver a miles de personas en las calles cada semana. En el mundo se llevan a cabo centenares de huelgas generales cada año y pocas sirven para algo. Macron bajó impuestos y subió pensiones porque las imágenes de violencia en las calles de París estaban atenazando su mandato.

La violencia ha sido una herramienta que ha ayudado a transformar la sociedad ­occidental desde los tiempos de la Revolución Industrial. La gran mayoría de los derechos laborales que hoy tenemos (en algunos países más que en otros), como jornadas de cinco días a la semana y ocho horas al día, o vacaciones pagadas, han sido fruto de huelgas violentas de la clase obrera.

Sin embargo, con el establecimiento del capitalismo como sistema social hegemónico en el mundo llegó también una retórica pacifista que, citando éxitos como el de Mahatma Ghandi en India, ha tratado de convencer a la sociedad de que usar la violencia es malo e indeseable… excepto si la usa la policía.

El capitalismo sin duda ha logrado que este mensaje cale, y en muchos aspectos es algo positivo para el mundo, que en muchos niveles ha empezado a desterrar la guerra como opción y ha apostado por la diplomacia, de la mano de Naciones Unidas y diversos organismos supraestatales como la Unión Europea o la OEA. Si hoy no hay una guerra civil en Venezuela, o una intervención militar de Estados Unidos, es porque el diálogo ha sustituido a la violencia como reacción preferencial de la diplomacia en el mundo.

Sin embargo, la violencia en la cuestión social es otro tema. Cuando este mismo pacifismo hegemónico patrocinado por el poder ha logrado convencer hasta a los más pobres de que la violencia nunca es justificable, ha logrado despojarlos de la última arma que tenían disponible para luchar por sus derechos. Los intentos de levantamientos indígenas, como el de los mapuches en Chile contra la opresión del Estado mestizo, han fracasado por la falta de un apoyo popular que quizás en otra época hubieran tenido.

Si mañana una huelga general en México se vuelve violenta para exigir un salario mínimo que no sea un insulto a la dignidad humana, no triunfará porque no logrará recabar los apoyos de aquellos mismos a los que el sueldo no les alcanza para comer.

La caída de la monarquía en Francia no fue pacífica, como es bien sabido y bien relatan los libros de historia, y el éxito de los “chalecos amarillos” a la hora de hacer virar las políticas del presidente Macron es un caso de éxito de una violencia moderna que nunca debe estar enfocada en matar, sino en alertar al poder, político o económico, de que el plan para el continuo retroceso de derechos sociales y el aplastamiento de los más humildes no será tan fácil de llevar a cabo como se cree.

marcelsanroma@gmail.com