El viejo dicho francés Bête Comme un Peintre —Estupido como un Pintor— desagradaba a Marcel Duchamp (1887-1968), quien trató de revertirlo con su actividad intelectual y artística, sin por ello dejar de denunciar a la pintura superficial, meramente retiniana.

Tres casos afines de honda pintura reflexiva, son Peter Dreher (1932-2020), quien en su serie iniciada en 1974, Tag um Tag guter Tag (Día a Día, buen Día), pintó 5000 veces con realismo académico, de día o de noche, el mismo vaso de cristal, realizando una profunda indagación sobre la percepción sensorial, el paso del tiempo y los sutiles cambios de estado de ánimo en la cotidianidad, así como una mordaz crítica a la expresividad, el estilo pictórico y su maestría. Lucas Arruda en diminutas pinturas de monocromo que evocan paisajes marinos o terrestres pintados con una sutil línea de horizonte, explora convenciones culturales emanadas del arte y la representación estética de lo emocional. Lynette Yiadom-Boakye pinta imaginarios retratos realistas de afroamericanos, cuestionando no sólo lo racial y su representación política y cultural, sino también tópicos paralelos a Dreher y Arruda.

On Kawara (1932-2014), John Baldessari (1931-2020), Roman Opalka (1931-2011), Stephen Prina, Michael Krebber, Yishai Jusidman, Laura Owens, Tauba Auerbach, Santiago Merino, etc; han rebasado las convenciones de lo pictórico para renovarlas inteligentemente. Debido a que la pintura es la reina del mercado del arte, para la mayoría de los pintores, ¿el defender a ultranza la tradición pictórica implica también defender su mercado? ¿Este feroz celo conservador es la verdadera estupidez en la mayoría de los pintores? La tradicional estulticia anti-creativa y reaccionaria de mucho pintor, ¿es ahora la ignorancia histórico-estética del coleccionista incapaz de asumir que el arte sin compromiso y resultados claros deriva en mala inversión? ¿Estas son las razones por las que tanta pintura actual está incluida a regañadientes o semi-expulsada del arte contemporáneo?

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