Opinión

Éxito de la ciencia; fracaso de la solidaridad

Éxito de la ciencia; fracaso de la solidaridad

Éxito de la ciencia; fracaso de la solidaridad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Ha sido alentador el anuncio sobre la elaboración y disposición de vacunas para buscar contener la pandemia de coronavirus que se ha cobrado la vida de poco más de dos millones de personas en todo el mundo de acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, las señales después de esa buena noticia, han sido contradictorias no sólo por el surgimiento casi en paralelo de nuevas variantes, más agresivas del mismo virus, sino por el desabasto de vacunas tras el inicio de campañas de vacunación con objetivos relativamente claros en algunos países. En ese amplio abanico de contradicciones, hemos visto el avance lento y a veces desorganizado de las campañas de vacunación y también el incumplimiento de acuerdos de suministro, retrasando los programas previstos. Amplia y profusa desinformación sobre la conveniencia o no de vacunarse se ha hecho presente a lo largo del camino; hemos visto también el abuso de ciertos grupos y personas de acceder a las vacunas antes que los demás con una actitud de claro egoísmo.

Pero probablemente lo más desconcertante es que se ha gestado un fenómeno pernicioso alrededor de la falta de solidaridad entre países para acceder equitativamente a las vacunas, la llamada guerra por las vacunas. La ideologización y la politización del fenómeno ha llegado a rebasar en varias ocasiones al conocimiento. Desde luego la mala gestión de la pandemia en muchos casos y la propia irresponsabilidad de grupos e individuos con respecto a la observación de los ahora ya muy conocidos protocolos sanitarios de prevención también han jugado su parte. Ni qué decir de los movimientos conspiracionistas que han sostenido que el virus es un cuento chino o que las vacunas son un invento para manipular a las personas desde las venas. De manera que la lucha contra la pandemia de Covid19 no sólo implica la elaboración de vacunas, sino la necesidad de solidaridad y de un sentido humanista en el tratamiento y cura de la enfermedad, bienes escasos en las sociedades contemporáneas, así como la propagación del conocimiento y de información para combatir las otras pandemias asociadas al virus: la ignorancia, la infodemia y la desigualdad.

Probablemente por ello, o tal vez a pesar de ello, la crisis sanitaria también ha significado crisis política, económica y social. Y seguramente por ello, el regreso a la normalidad es más ansiado ahora que nunca. Si acaso habría que tener presente que ese regreso no puede ser un simple volver al pasado. En alguna columna pasada recordábamos las palabras de David Brooks de que lo normal antes de la pandemia son décadas de salarios estancados, de creciente desigualdad y de corrupción política por el gran dinero. De manera que la esperanza no debe agotarse en el anhelo de la normalidad, al menos no de la normalidad pre-pandemia.

También en esta columna hemos insistido en identificar a dos voces consistentes en su mensaje en favor del trabajo solidario y colectivo desde sus esencias y mandatos bien diferentes, que son las del secretario general de la ONU y el jefe del Vaticano. Puede decirse que ambos han clamado por la colaboración al identificar claramente el fondo y la naturaleza del problema, si bien con responsabilidades diferenciadas en virtud de las enormes disparidades que existen en el mundo. Así, por ejemplo, han sostenido que los países más prósperos tienen una responsabilidad especial en este esfuerzo. Concretamente para el secretario general de la ONU existe una brecha debido a que las vacunas están llegando a los países de altos ingresos, pero los más pobres no reciben ninguna. Y dice lapidariamente que “la ciencia está cosechando éxitos, pero la solidaridad brilla por su ausencia.” Es evidente que no existe un esfuerzo global coordinado sino una carrera frenética hacia la inmunidad de rebaño. Probablemente su propuesta más poética sea la de garantizar que las vacunas sean consideradas como bienes públicos y sean patrimonio de las personas. Nada más revolucionario en un mundo tan metalizado que ya no cabe ni en las páginas de sociales.